En ojotas: «El Hombre Que Miraba Todos Los Estrenos»

En ojotas: «El Hombre Que Miraba Todos Los Estrenos»

por - Críticas, Otros
04 Dic, 2010 02:33 | comentarios

Un colega mío tenía la costumbre de ir al cine a ver dos o tres películas los jueves. No lo hacía por las críticas –las películas sobre las que escribía las veía previamente– ni tampoco porque no pagaba la entrada (aunque esto ayudaba, claro). Lo hacía para completar, para sí mismo, el panorama de estrenos […]

Un colega mío tenía la costumbre de ir al cine a ver dos o tres películas los jueves. No lo hacía por las críticas –las películas sobre las que escribía las veía previamente– ni tampoco porque no pagaba la entrada (aunque esto ayudaba, claro). Lo hacía para completar, para sí mismo, el panorama de estrenos de cada semana. Y si no podía ir al cine, conseguía o pedía prestado un DVD. El asunto era siempre el mismo: haber visto todas las películas que se estrenaron esa semana, no importa cuántas sean ni su calidad. El asunto era tomarse hasta la última gota del vaso de… Coca-Cola.

Nunca dejé de admirar su devoción por el asunto. Me parecía de un profesionalismo envidiable: qué mejor que haber visto todos los estrenos del año como para poder analizar el estado del cine, la calidad de los estrenos que llegan en relación a los que no, poder hacer balances justos y muy informados. Yo era también de ir a ver la mayor parte de los estrenos de cada semana (no los jueves, pero antes), con la misma idea en la cabeza, aunque no tan obsesivo como para recuperar en un cine la película de animación de Los Pitufos que me faltaba…

Ahora bien, al tiempo fui cambiando de opinión respecto a esa devoción. Primero, porque el tipo no producía nada a partir de ello, y de golpe me pareció una cinefilia algo caníbal y meramente completista (no, tampoco estaba haciendo un libro sobre estrenos del año ni nada parecido). Segundo, porque tampoco parecía interesarle ninguna película que no se estrenara. Uno podía tener un DVD (o VHS, digamos) de algún filme y él preguntaba si se estrenaba. Ante un «no» o «no sé», pasaba de largo. Tampoco iba a festivales de cine, imagino que por el mismo motivo. Ver una película sin saber si luego se iba a estrenar en el país, imagino, era algo que no entraba en su comprensión.

Tal vez, hace quince años, cuando uno desconocía que la gran mayoría de las películas –y muchas de las mejores– nunca llegaban a estrenarse en la Argentina, no era del todo consciente de la limitación de su objetivo en la vida. No era el cine, finalmente, lo que le importaba. Tampoco la cinefilia  bulímica que uno ve alrededor suyo y en la que suele participar por momentos. Lo suyo era, se me ocurre ahora, un específico TOC (trastorno obsesivo compulsivo) cinéfilo: no le importaban las películas, le importaban los estrenos.

Aclaremos, como el hombre escribía críticas de cine y también de DVD/video, tenía suficientes películas para ocupar todo su tiempo cinéfilo disponible. Quiero creer que hacía alguna otra cosa entre película, escribir y película, pero no lo sé muy bien. Nunca lo conocí en su intimidad. Pero pensándolo hoy me sigue asombrando lo sesgado y curioso de su versión de la cinefilia, versión que podía generar fenómenos curiosos, como no ver una película de Lars von Trier si no se estrenaba, ni la ganadora de Cannes, o algún título muy recomendado si, por esas circunstancias de la distribución, no llegaba a la cartelera porteña.

Con el correr de los años, yo adopté casi un hábito opuesto al suyo. Veo pocos estrenos: aquellos sobre los que tengo que escribir, los que me interesan aún cuando no tengo que hacerlo y paso de largo del resto, a excepción tal vez del cine argentino donde sí tengo un afán algo más completista, aunque no obsesivo ni mucho menos. Aún sin pagar entradas a los cines, me parece una pérdida de tiempo ver, acaso, el 50% de las películas que se estrenan. No vi «Comer, beber, amar», no vi «Actividad paranormal 2», no vi «Megamente» ni ninguna de la saga «Crepúsculo». No me tocaron en su momento y no veo la necesidad de recuperarlas.

Por el contrario, mi universo de consumo cinéfilo parece estar lleno de películas que no se estrenan ni se estrenarán jamás (o, como en el caso de «La hora de la religión» que vi en 2002 y volví a ver ahora, llegarán a los cines ocho años tarde) y lo que me moviliza a verlas, llegado el caso, son sus directores, lo que escuché o leí sobre ellas, las recomendaciones de amigos y/o colegas, y hasta un espíritu completista, si se quiere, de autores o cinematografías específicas. El 80% de esas películas, lo sé, no se van a estrenar en los cines.

Eso tiene un problema: me convierte en un crítico mucho más duro de los estrenos comerciales. La sensación de estar viendo algo mediocre que se estrena para escribir sobre eso se cuatriplica. Es inevitable pensar en la cantidad de gran cine que sólo se verá en los festivales de cine (y en algunos casos ni siquiera ahí) mientras uno está en el microcine de una distribuidora viendo algo muchas veces bastante impresentable a estrenarse en 100 pantallas.

A El Hombre Que Miraba Todos los Estrenos eso no le sucedía. Su mundo de cine tenía un recorte duro y preciso, y no sufría por lo que se perdía porque, como si usara anteojeras, podía pretender que no existía. Tal vez así podía ser más tolerante con lo que se estrenaba. O tal vez así saciaba ese específico trastorno compulsivo al que debe haber llegado una vez que se dio cuenta de que era imposible ser El Hombre Que Miraba Todas Las Películas.

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Nota: Para los recién llegados a este blog, «En ojotas» es una sección de fin de semana, de temáticas imprecisas y resultados igualmente inciertos.