Los idiotas: crítica de «Jackass 3D»

Los idiotas: crítica de «Jackass 3D»

por - Críticas
22 Ene, 2011 04:31 | Sin comentarios

Tras la enorme controversia que generó la inclusión de JACKASS 3D entre las seis nominadas por FIPRESCI Argentina a mejor película extranjera del año, le pedí al colega y compañero de la asociación Juan Manuel Domínguez si me podía pasar la crítica de la película que escribió para El Amante en ocasión de su estreno […]

Tras la enorme controversia que generó la inclusión de JACKASS 3D entre las seis nominadas por FIPRESCI Argentina a mejor película extranjera del año, le pedí al colega y compañero de la asociación Juan Manuel Domínguez si me podía pasar la crítica de la película que escribió para El Amante en ocasión de su estreno para subirla acá. Me parece una defensa contundente y bastante bien fundamentada de la película. Así que aquí se las copio. Juanma asegura que no se pondrá los guantes de boxeo por este asunto y me parece bien. Pero léanla y opinen. Está abierto el debate…

El nombre lo dice todo: Jackass. Pelotudo, vendría siendo. O imbécil. O idiota. Ni “arte”, ni “cine”, ni otra cosa: Jackass. La aclaración vale puntos –de sutura, obvio– ya que Jackass, ahora en 3D, dos veces en 2D y años en la pantalla de Mtv, es un algo que no busca su certificación en categorías que suenan vetustas (pueden usar cine experimental, pueden usar documental extremo, pueden usar el mote y la mota que quieran) sino que es un objeto que se mueve elusivo, feliz, idiota, en varios límites del cine, del mundo audiovisual, de la vida cotidiana.

La idea es sencilla: una pandilla de tipos, bien californianos ellos (el hermoso Knoxville como líder de la manada), se filma llevando a cabo pruebas extremas, desagradables, que ponen en tensión cualquier idea de salvaguardarse (desde un galón de leche tomado de corrido y sus respectivos vómitos al fundacional testeo de varias armas de seguridad, una 38 incluida) en pos de la espontaneidad digna de un borrachera XL; la puesta en suspensión del instinto de supervivencia por un instante (infra)dotado de comedia. Se los suele llamar idiotas –y ellos dicen que lo son– pero hay una certeza en Jackass que no se corresponde con la forma, esos segmentos no narrativos autoconclusivos que introducen una prueba (“Hola, soy Johnny Knoxville y esto es Lucha libre contra un oso”), sino con el contenido: el supremo “Don’t Try This at Home”, la Capilla Sixtina de un estado de gracia que sacrifica el cuerpo sin mirar nunca atrás, los suicidios más largos de la historia del cine.

Jackass es el summum de una cultura chatarra que sólo puede generar Estados Unidos: Evel Knievel y sus saltos de docenas de colectivos en moto, todo pintado de white trash, y Las Vegas; el espíritu festivo de una autodestrucción que pelea por igual contra cocodrilos que con lógicas de la física; la cámara oculta a un país mil veces más zopenco que los Jackass (ya lo dijo Obi Wan Kenobi: ¿Quién es más tonto? ¿El tonto o el tonto que lo sigue?). Pero hay una faceta de Jackass, quizás la más importante, que hace de su fiesta una siempre abusiva de los límites del cuerpo, siempre homoerótica y siempre semidesnuda: Jackass no es lo que hacen (bueno, un poco sí) sino quiénes lo hacen. Johnny Knoxville, Bam Marguera, Party Boy, Wee Man, Dave England, Steve-O, Ryann Dunn, Preston Lacy y Ehren McGhehey. El personaje como base inicial de la comedia: sí, causa gracia ver a un tipo usando una bolsa de dormir como capullo mientras cae por una escalera, pero causa más gracia saber quién es ese tipo (como sostenía el discurso presidencial de La idiocracia, película que muestra dónde está la real idiotez del mundo en que vivimos: “Hubo un tiempo en este país, hace mucho, cuando leer no era sólo para maricas y tampoco lo era escribir. La gente escribía libros y películas; películas que tenían historias, así te importaba de quién era el culo en pantalla y por qué estaba tirándose pedos, ¡y creo que ese tiempo puede volver otra vez!”). Jackass no funciona únicamente porque sabemos qué está pasando; funciona porque sabemos que un grupo de tipos trabaja de hacer cualquier cosa en pos de celebrar la escatología, la rudeza y la amistad, y porque reconocemos un ambiente de trabajo absurdo sobre el cual reina otro factor: todo vale, en cualquier momento. Ésa es la historia. Y ésos son los culos. Ahí es donde la acrobacia asesina adquiere un valor más concreto, más universal: la idea de la farra mutada en fenómeno de circo, la vista ajena como factor que agiganta la proeza de pacotilla. Contra el mundo YouTube, Jackass funciona por cercanía, no la que no implica el tener todas las temporadas sino aquella que radica en percibir esa energía masculina en juego y en plena creación de proezas dignas de un Nobel (el uso de la turbina como rutina cómica). Podrá decirse que Jackass está bien filmado, que no sólo depende de los cuerpos, pero sin dudar de la capacidad de Tremaine de capturar el momento y saber construirlo en el plano ¿de qué serviría esa idea sin la exposición conciente y tentada? Esa alegría, prensada hasta ser palpable, es el motor de Jackass. Así como alguna vez cuatro tipos tuvieron cojones, antes que nada, e hicieron los Beatles, alguna vez Jackass se ensambló: una particularidad en la historia antes que una consecuencia de. Sólo así, entre amigos, compartiendo una sensibilidad, de parranda audiovisual, pateando el tablero de la comedia (¿no era que la comedia consistía en descubrir nuevos terrenos? Si un calzón hecho de langostas no es eso, bueno, nos queda en el menú la natación en aguas cloacales o mearse encima del colchón en un negocio), Jackass deviene aquello que es. Un circo en movimiento, el reino del doble, la celebración de toda la comedia que puede contener una pandilla de tipos y una presupuesto de seis ceros (aunque para cortarse cada rincón entre los dedos con una hoja o para hacer un omelette de vómito no hay mucho costo): Tati de blooper, los Tres Chiflados de vacaciones y con cámara en mano, la dieta de Divine hecha tenedor libre. En una palabra, Jackass, compañeros idiotas.

Juan Manuel Domínguez