Diario de Cartagena: Parte I

Diario de Cartagena: Parte I

por - Críticas
26 Feb, 2011 04:55 | Sin comentarios

Loss  festivales de Cartagena y Berlín me dejan en claro que no tiene sentido comparar festivales de cine entre sí, o que al menos no todos pertenecen  a la misma especie. En el de la capital alemana se mezcla el mercado (enorme), con una selección de películas bastante discreta pero igualmente obligatoria (al menos para […]

Loss  festivales de Cartagena y Berlín me dejan en claro que no tiene sentido comparar festivales de cine entre sí, o que al menos no todos pertenecen  a la misma especie. En el de la capital alemana se mezcla el mercado (enorme), con una selección de películas bastante discreta pero igualmente obligatoria (al menos para los que somos jurados o cubrimos para medios diarios con cierta, digamos, responsabilidad) y una sensación de estar en una especie de feria de vanidades, castas y compromisos de todo tipo. Todo esto, en el marco de la fría eficiencia alemana. Y el frío, literal, que hacía en la ciudad.

Aquí las cosas son completamente distintas, casi opuestas. Si uno tiene la suerte –por haber recorrido muchos festivales al año—de haber visto varias de las películas en  su competencia, las obligaciones como jurado son más livianas. De las doce películas en competencia que tenemos aquí, llegué con siete vistas, ya vi dos más y apenas me quedan por ver tres en seis días. Literalmente, nada.

El festival ofrece una buena y variada programación para el público (Assayas, Leigh, Beauvois, El cisne negro, Lee Chang Dong, Inside Job, Sofia Coppola, etc), pero salvo la de Raúl Ruiz, las vi todas, con lo cual tampoco estoy exigido a correr de sala en sala. Y ni hablar de las comodidades, el buen trato, Internet gratis, la posibilidad de compartir desayunos, almuerzos, cenas con cineastas, productores e invitados, y hasta la propuesta de ver los Oscar en la casa de la directora del festival, algo inimaginable no sólo en Berlín sino en casi cualquier festival del mundo.

Y ni hablar de la ciudad, claro. Más allá del calor –excesivo para cualquier humano que decida ir vestido por la vida–, Cartagena es una ciudad de una belleza apabullante, especialmente la parte vieja, amurallada, histórica. Perderse por sus calles, sentarse en la plaza a escuchar música, tomar algo en sus bares: es casi humillante para los que acostumbramos a pasar festivales metidos en el shopping del Abasto o en distintos «Palais», «Palast» o «Palazzos».

Ahora bien, habitualmente un problema de estos festivales pequeños, amables, a escala humana, casi turísticos, es que la programación suele ser lo menos importante, con películas impresentables, salas vacías y otros problemas que suelen tener estos eventos. Cartagena, por lo que pude notar hasta ahora, logra zafar de esa situación con holgura.

La programación es, salvo excepciones, de buena para arriba (pueden chequear tanto el website oficial de la muestra como mi post anterior), las retrospectivas y charlas son interesantes, las salas a las que concurrí hasta ahora no están mal y hay una cantidad de público bastante pasable (no se compara con el BAFICI, claro, pero tampoco Cartagena es comparable en ese sentido a Buenos Aires).

Los invitados están a la altura de cualquier buen festival internacional y, salvo Willem Dafoe, no se caracteriza por las “estrellas” de alfombra roja. Están o estarán Olivier Assayas, Carlos Reygadas, Carlos Cuarón, Arturo Ripstein, las argentinas Anahí Berneri y Natalia Smirnoff, Guillermo Arriaga, Fernando Trueba y varios más.

No es fácil hacer ni sostener un festival así y no digo que sea perfecto. La apertura fue excesivamente formal y me hizo acordar a Mar del Plata en los tiempos del menemismo en la Argentina, con la visita del presidente y toda una parafernalia oficial (y de seguridad) un poco pesada. Las proyecciones pueden retrasarse y alguna dificultad siempre aparece, pero en general se resuelven con buena voluntad y con una aparente calma y bonhomía que tienen aquí y que a los argentinos se nos escapa siempre.

En pos de pretender profesionalidad, nos sale una cosa seca, terca, que puede sonar desagradable. Y creemos poseer una pureza cinéfila que nos hace desdeñar casi todo tipo de otras actividades: últimamente se cree, en Bafici, que llevar a un invitado a almorzar o armar un cóctel o una fiesta es casi una traición a los fantasmas de Bresson y Rossellini. Y no es así.

Aquí las cosas no son menos serias ni profesionales (ok, es más pequeño y manejable, pero igual), los invitados ven las películas y hacen su trabajo, van a las charlas, a las conferencias, a los talleres y a las proyecciones, pero no hay necesidad de andar con cara de perro todo el tiempo. Y ninguno se olvida de ellos. Dato claro: mientras escribo esto recibí tres llamadas para recordarme distintos ítems de mi programa de actividades del día.

Otro ejemplo: ayer no podíamos ir a una sala de cine en auto porque no tenían ninguno con permiso para manejarse dentro de la ciudad vieja. Solución: terminamos viajando cuatro jurados en una carroza tirada por caballos, tal vez el momento más bizarro de mi paso por festivales. Y podría citar varios más…

Respecto a las películas que estoy viendo de la competencia, el hecho de ser jurado y de que, a diferencia de la Berlinale, supongo que este texto sí puede ser leído por alguna de la gente involucrada en los filmes, tendré que mantener silencio hasta el momento de los premios. Por lo que no me va a quedar otra que seguir desde acá hablando de caballos, paisajes, arquitectura y otras cuestiones no cinematográficas.

Salvo cuando vea la de Raúl Ruiz, claro. El momento cinéfilo más esperado de este viaje increíble.