Diario de Venecia: Polanski, Wiseman, Madonna, McElwee, Garrel

Diario de Venecia: Polanski, Wiseman, Madonna, McElwee, Garrel

por - Críticas
01 Sep, 2011 11:40 | comentarios

Hay otro cine posible, parece devolvernos la pantalla cada vez que nos gana el agotamiento o el lugar común. Hay otras formas de hacer, de pensar y de sentir el cine, nos dicen algunos directores cansados de los mecanismos clásicos. Después de ver varias películas que, con mayor o menor fortuna, tratan de moverse en […]

Hay otro cine posible, parece devolvernos la pantalla cada vez que nos gana el agotamiento o el lugar común. Hay otras formas de hacer, de pensar y de sentir el cine, nos dicen algunos directores cansados de los mecanismos clásicos. Después de ver varias películas que, con mayor o menor fortuna, tratan de moverse en estilos, formatos o géneros más o menos estandarizados, aparecieron hoy dos cineastas que hacen otra cosa, dos realizadores para los que el cine es un músculo más del cuerpo, una forma de visualizar sus historias personales, de poner en juego sus obsesiones, de hacer un cine en primera persona de verdad, sin mediaciones, bordeando el ridículo si se quiere, mandándose al frente con lo que hay y con lo que no. Esas películas con PHOTOGRAPHIC MEMORY, de Ross McElwee y UN ETE BRULANT, de Philippe Garrel.

Empecemos desde el principio de estos dos días a las corridas. Haber llegado con el festival ya empezado fue una decisión espantosa: no sólo me hizo perder algunas películas, sino que arranqué con tal cansancio y jet lag que las tres que vi el primer día (al menos dos de ellas), casi podría considerarlas como no vistas. El pequeño problema que generó aquí la expansión de la excelente sección Orizzonti fue que quitaron una de las funciones de prensa de la competencia (la que se arma para los diarios), dando menos posibilidades de recuperar un filme si se pierde y dando una sala casi íntegramente a esa sección. Es una gran idea la de valorizar Orizzonti, aunque lamentablemente para los que tenemos que estar al día con la competencia la cuestión se complica.

Digamos que ese primer día no cuenta del todo, por lo que todo lo que diga yo aquí habrá que tomarlo «con pinzas»: jet lag, sueño, cansancio, fastidio, pocas pulgas. De hecho, la primera película que vi fue CRAZY HORSE, de Frederick Wiseman, cineasta al que admiro enormemente. Por algún motivo, no pude evitar sentir que se había convertido en el Woody Allen del documental, alguien al que llaman de distintos lugares del mundo (instituciones de todo tipo y color) para que el tipo vaya y haga un documental «a lo Wiseman». Hay gente a la que le interesó más que a mí, pero en general no hubo una gran recepción para este documental que se centra en el mundo del famoso espectáculo de cabaret parisino. Insisto: después de hablar con la siempre lúcida colega Cristina Nord, me auto-obligo a volver a verlo. Su análisis es mejor que la película…

De ahí pasé a LOVE AND BRUISES, de Lou Ye, un cineasta chino que después de la muy buena SUZHOU RIVER no hizo nada demasiado relevante. Esta película tampoco lo es, pero logró mantenerme interesado en su historia. Filmando con cámara en mano en un estilo algo «dardenniano», Lou cuenta la vida de una mujer china que va a Paris por un hombre, él la abandona y termina enganchándose con un trabajador de origen árabe que la adora y a la vez la maltrata bastante en una relación muy intensa y sexualmente cargada. El problema para ella es elegir entre ese mundo complejo, inseguro e inestable y la seguridad que le da un novio, familia y el orden al que está acostumbrada en su país. Ni ella sabe bien qué quiere y la película cuenta su búsqueda algo masoquista de una manera al menos llevadera, si bien bastante calculada.

La última película de la jornada inaugural la dejo sin comentar. Fue VIVAN LAS ANTIPODAS!, de Victor Kossakovski, película coproducida en parte por la Argentina. Mi cansancio era tal que ya me dormía aún antes de que comience la proyección, así que paso y la comento cuando la vuelva a ver, con las disculpas del caso. Recuerdo, entre sueños, imágenes muy bellas, eso sí…

Hoy empezó con Polanski y algo más descansado. En los papeles la combinación entre los universos de Yasmina Reza (ART) y Polanski suenan lógicos, y la película no está mal, pero da la impresión que Roman la hizo un poco a la ligera, confiando demasiado en el texto, dándole su toque sarcástico y algunos primeros planos muy suyos, pero que no logró sacarla del formato que impone la pieza. Esto es, la típica discusión algo berreta sobre cómo los humanos en realidad somos animales, etc, etc. Creo que Chabrol podía haber hecho algo mejor, ya que directamente hubiera optado por el humor y el sarcasmo. Acá nunca sabés si Polanski se toma en serio o no el asunto. Tengo la impresión de que las personas que más la disfrutaron fueron los que la vieron de movida como comedia y jamás se tomaron muy seriamente su «impiadosa mirada sobre el universo de la burguesía liberal norteamericana, etc etc». Si es sólo por eso, la película no tiene nada nuevo que decir. Si es un poco una parodia a eso, su visión se hace más interesante. No termino de decidirme por cuál de las opciones es la que tomó Polanski.

Se siente la opresión del universo de EL INQUILINO, LA MUERTE Y LA DONCELLA y EL CUCHILLO BAJO EL AGUA, pero la tensión es más verbal que cinematográfica. Da la impresión de que la única idea original de puesta en escena no teatral fue, en algunos casos, ponerle la cámara a los actores en las caras. Ellos, que actúan como para el teatro, terminan casi haciendo una parodia de una «buena actuación». Pero no sé siquiera si ellos se dan cuenta… La historia de la obra y la película está por todos lados y no hace falta que la vuelva a contar: Daulte la llevó al teatro en Buenos Aires con Goity, Miras, Florencia Peña y, si bien fue un éxito, no fue ART. Pero, como ART, puede funcionar. Tiene los nombres y las etiquetas correctas. Y, en el fondo, burla o no, es una película que habla de «cómo somos» y cómo nuestro progresismo liberal de clase media oculta un monstruo salvaje capaz de cualquier agresión, verbal o no.

El día siguió con Madonna. Y aquí viene el asunto. Uno se espera lo peor, se sienta casi con resignación a ver una película dirigida por alguien que, más allá de su enorme talento musical, casi nunca le ha ido bien en cine. Pero nadie sabe muy bien qué puede hacer como directora. Entonces la película no empieza mal y uno se ilusiona. Y sigue -en un estilo Wong Kar Wai-Tom Ford-Sofia Coppola-Guy Ritchie- y uno piensa, bueno, no será muy original, pero no está mal el intento de sacarle a la historia de la abdicación de Eduardo VIII y su romance con Wallis Simpson la pátina de la qualité del cine inglés al estilo EL DISCURSO DEL REY. Pero al rato el asunto empieza a hacer agua. Y más agua. Y en la segunda hora se hunde cada vez más. Y, cómo no parece terminar nunca, los últimos 15 minutos ya es el Titanic.

Es una pena, porque Madonna no pudo nunca despegarse de la idea de contar un drama psicológico tradicional y los toques arties son simplemente eso, decorativos, a la usanza del momento, para la gilada que, como yo durante un rato, pensamos que la película iba por el buen camino. Como decía Maradona, su casi tocayo, en la segunda hora «se le escapó la tortuga». Y ni se les ocurra leer a la prensa británica. Si piensan que yo la maltrato, que le tengo enorme cariño a la señora Ciccone, no saben los destrozos que la crítica inglesa está haciendo con W.E.

Volviendo al asunto del principio. Nadie duda que cada uno de los cineastas que hicieron las cinco películas que mencioné tienen una conexión personal, emocional, con el filme, el tema, etc. Sólo que la mayoría elige el cine como un medio para organizarlo de manera «artística», donde entran elementos específicos que hacen del cine lo que es. Lo que vi depués, PHOTOGRAPHIC MEMORY y UN ETE BRULANT, ya es más un cine-diario, un relato desde las entrañas, donde el buen gusto, el decoro, la elegancia, el estilo, quedan relegados al impulso, a la intuición, a la memoria emotiva, al… corazón. Sonará banal decirlo así, pero de todas las películas que vi hasta ahora fueron las únicas hechas con el cuerpo, con historias que, se nota, les tocan un nervio emocional muy primario a sus realizadores.

La de Ross McElwee, el director de SHERMAN’S MARCH y BRIGHT LEAVES, es una película sobre el propio Ross, grabada con su cámara de video hogareña, retratando en principio su relación con su hijo, quien fue transformándose de un niño adorable en un adolescente complicado y luego en un veinteañero aislado en sus contactos virtuales. Pero más que criticar su actitud desde el facilismo de «yo soy de otra generación donde la gente se conocía, etc etc», Ross elige investigar qué hacía él a la edad de su hijo. A partir de unas viejas fotos sacadas por él MISMO, recuerda una temporada de hace 38 años en un pueblito francés, un romance con una chica llamada Maud, y se va hacia allá a ver qué hay de todo eso porque él, literalmente, no se acuerda de casi nada.

Su relación con su hijo, su recolección del pasado, su investigación sobre Maud y sus reflexiones en primera persona sobre la memoria, las imágenes, el tiempo y las relaciones van conformando un diario, un «memoir» fílmico a la altura de la mejor Agnes Varda. Un hombre que construyó un pasado con una cámara de fotos y que trata de reconstruirlo, o de encontrarlo, cuatro décadas después, con una de cine. Y cómo esas memorias analógicas y digitales no siempre coinciden con las reales, si es que esas existen en verdad. Así, hasta demostrar que entre él y su hijo hay menos diferencias de las que parecen.

Una película humana, personal, desordenada, algo caótica («rambling», dirían los americanos), pero sentida como pocas. Una joyita y una película, además, completamente accesible. Casi lo que filmaría alguien que, a los 50/60 años, saliera con su cámara a buscar a alguna novia o conocido de la juventud del que jamás volvió a saber nada. Todo para ver hasta qué punto los recuerdos y la memoria son tan confiables como uno cree que son…

Philippe Garrel sigue, claro, en su viaje de sufrimiento amoroso. Lo suyo no es sutil. Al contrario, cada vez se va volviendo más básico y directo, más «bruto», o bien va regresando a su primera etapa, otra vez lejos del refinamiento de «Los amantes regulares». Acá es la historia más básica del mundo (sí, es cierto, tiene puntos de contacto con EL DESPRECIO de Godard, pero está lejos de ser una remake): hombre es abandonado por una mujer y se mata. Así arranca el filme, asi que no hay «spoilers». Lo que Garrel contará es lo que pasó entre este pintor diletante (Louis Garrel) y una actriz italiana (Monica Bellucci), cuya historia de amor algo abúlico es narrada por un amigo de él que también vive un romance y que lo va a visitar una temporada a su casa en Italia.

Allí vemos cómo su relación fue enfriándose, cómo se engañan mutuamente, mientras esta pareja más joven e inocente se va enredando en sus vidas. En un punto, cuando ese «ennui»  llega a un extremo de, sí, desprecio (una larga escena de 5 minutos consiste en Monica Bellucci bailando un tema pop con un desconocido, o varios, en una fiesta), aparecen los celos, los terceros, el sexo, el sufrimiento, la muerte. Garrel filma en color (sin Lubchantsky no es posible el blanco y negro parece decir), homenajea a su padre (Maurice Garrel), desnuda a su diva (como Godard a Bardot) y hace llorar y sufrir a su hijo.

Todo esto parece tortuoso y en cierta medida lo es. Garrel lleva una carrera haciendo películas con historias de amor trágicas, suicidios, y son todas muy cercanas a su historia personal, su relación con la cantante Nico, etc. Y están los homenajes a EL DESPRECIO: el cine dentro del cine (creo que hay un plano en el mismo lugar donde es la famosa secuencia de títulos de ese filme), la diva desnuda, los celos de pareja, este tono tan «Moravia» de la relación entre ellos. Pero de allí en adelante sigue siendo una película sentida de Garrel acerca del amor, de tenerlo, desperdiciarlo, perderlo y querer recuperarlo cuando ya es demasiado tarde, en el que las pasiones hacen a los personajes actuar de maneras absurdas y casi estúpidas (esas escenas son las que hicieron reír a buena parte del público en la función de prensa). Y esta otra pareja más joven, que puede significar una mirada algo más esperanzadora al futuro, o también el inicio de otro final.

Las películas de Garrel sobre las parejas desgarran porque, más allá de no tener un estilo estrictamente realista desde lo cinematográfico, sí parecen encontrar algo específico en el choque entre la pretensión cool de ser «ciudadanos civilizados del mundo» (específicamente, franceses) y los impulsos más emocionales y primarios que nos movilizan. Podrían decir que lo mismo pasa con Polanski, pero al menos en este caso lo que Garrel muestra es cómo el lado oculto del ser humano no es su oscuridad y maldad, sino su capacidad para amar desinteresadamente, de entregarse sin medidas, a otra persona. Para Garrel, esos son nuestros secretos más absurdos. Tan secretos que ni siquiera sabemos que los tenemos… O que nos damos cuenta que están ahí, muchas veces, cuando ya es demasiado tarde…