El streaming y la televisión

El streaming y la televisión

por - Críticas, Series
08 Dic, 2011 12:49 | comentarios

Cuando era chico veía películas por televisión. No tenía idea a quiénes pertenecían los derechos, quién hacía las películas, cómo se pagaban, ni todo lo que había detrás de esa caja en blanco y negro que me permitía ver cine en los años ’70 y ’80. Tampoco pagaba nada por ver películas en la televisión. […]

Cuando era chico veía películas por televisión. No tenía idea a quiénes pertenecían los derechos, quién hacía las películas, cómo se pagaban, ni todo lo que había detrás de esa caja en blanco y negro que me permitía ver cine en los años ’70 y ’80.

Tampoco pagaba nada por ver películas en la televisión. No había cable, ni cable premium, ni nada por el estilo. Uno tenía cuatro canales -con buena antena, cinco, si agarrabas Canal 2- y lo poco que podías encontrar estaba ahí. Gratis. Al alcance de la mano. Entonces no se me ocurría pensar quién le pagaba a quién, ni cuánto ni porqué. Para mí era gratis y era natural que lo fuera.

Hoy la televisión abierta sigue siendo gratuita, aunque la mayor parte de la gente accede a ella a través del cable, obviamente pago. En ese paquete mensual uno puede ver películas gratuitas y otras que no lo son. Algunas clásicas, otras relativamente recientes, y otras no tanto, dependiendo de circunstancias, arreglos y «ventanas» algo complejas de sintetizar acá.

La aparición del video hogareño llevó a que buena parte del consumo cinematográfico se moviera hacia el alquiler y compra física de películas. Uno paga un alquiler (VHS, DVD, BluRay, lo que sea) y tiene el filme consigo por un tiempo o para siempre, si es que lo compra. Hasta ahí, todo «legal».

Esta introducción algo banal («para que lo entienda un chico de seis años», como decían en una película que ya no recuerdo) es la que me llevó a pensar en cómo se suma el consumo de películas por internet a este ciclo. Si la evolución va de la TV a la TV por cable y de ahí al video, el consumo online es claramente el paso siguiente en la evolución del consumo cinematográfico, sí, pero también televisivo, musical y muchos etcéteras.

Hubo una primera etapa, que podríamos llamar la de la década del 2000, en el que el proceso de bajar películas era largo, complicado, sólo para especialistas en torrents, descargas directas, pegado de subtítulos y extensiones para muchos bizarras. Esa bajada física nunca terminó de preocupar a la industria porque no lograba expandirse más allá de los que sabían o podían manejar esas variables, un porcentaje creciente pero relativamente menor. Esa «bajada» física no era tan preocupante como los manteros y revendedores de copias truchas, mercado que sí cualquiera entendía y en el que muchos participaban sin cuestionar su legalidad. Ese «download», físico, podría ser equiparable al alquiler o compra de películas. O quizás a la TV por cable.

Pero la llegada y accesibilidad del streaming modificó y alteró rápidamente el mapa, y es el que seguramente marcará los próximos años del consumo audiovisual. El motivo es obvio: como YouTube, las plataformas de acceso son simples y sencillas, los subtitulados más fácilmente accesibles, los procedimientos mucho más cercanos a los de la televisión abierta. Cualquiera puede ver una película con mínimos conocimientos de internet, de la misma manera que lo podíamos hacer por TV. No había ni que aprender a manejar la videocasetera o el player de DVD. Es entrar, abrir el servidor online determinado, buscar lo que se desea y punto.

Lo curioso de todo esto es que nos vuelve el proceso a sus inicios: es como la TV que yo veía de chico. Está ahí, es gratuita, prendemos y miramos, no entendemos porqué deberíamos pagarla y los chicos de hoy, como lo hacía yo hace 30 años, no piensan quien gana o quien pierde dinero en el proceso. Se sientan, prenden y ven. Función privada, le podríamos decir.

Ahí es donde se produce el complicado proceso de la legalidad de estos sitios. Se dice, y es cierto, que Cuevana no paga por las películas que se exhiben a través de su portal. Los canales de televisión sí lo hacían. Pero los canales no nos cobraban ese costo a nosotros, si no que recuperaban su dinero a través de la publicidad. Esta debería ser la lógica de los sitios de streaming: en vez de pensar en cobrar o castigar o dejar sin oferta al usuario, lo que hay que encontrar es el mismo sistema que permitió durante tantos años -y sigue permitiendo- la existencia de la televisión abierta. Los sitios compran los derechos de las películas y ganan dinero a través de la publicidad. Nada nuevo bajo el sol.

No creo que a nadie le moleste ver 20 segundos de un aviso antes de arrancar con HARRY POTTER 2, o hasta una tanda de dos o tres avisos si es necesario y si eso garantiza tanto la legalidad como la calidad del producto. La cuestión es pensarlo así: el cine via streaming es televisión. O cine por televisión. Y punto. Se puede pausar, se puede elegir más, tiene particularidades y especificidades, pero su operatoria debería ser la misma. Warner podría poner colas de sus películas antes de las que se ven, Cuevana podría arreglar con Coca-Cola, o con las «empresas» que desee. Y no debería ser tan complejo encontrar una solución económica si se piensa a futuro.

Esto, para mí, plantea un problema a los start-ups y empresas (de Netflix para abajo) que intentan cobrar al usuario por el servicio de streaming. Cualquiera preferirá ver una película gratis que una paga, por lo cual el sistema de negocios se complica. Se podría pensar, sí, en estos servicios como un servicio premium. Esto es: el mismo modelo que representa la TV por cable a la TV normal. Las películas pueden llegar antes, sin publicidad, sin cortes, tal vez con más variedad y mejor calidad. Y el que quiere ese servicio, como el que quiere HBO, lo paga. Pero si la pantalla de internet es la tele del siglo XXI, los contenidos audiovisuales para el espectador deberían ser gratuitos. Lo demás, es cuestión de que las empresas, las autoridades, los institutos y «los dueños de los canales» encuentren un sistema de pautas para generar ganancias.

Para los consumidores, el streaming de películas no debería requerir de otro procedimiento que poner PLAY. Y listo.