EL AMANTE: 20 años después

EL AMANTE: 20 años después

por - Críticas
05 Ene, 2012 07:25 | comentarios

Hace unas semanas me enteré que la revista EL AMANTE dejaba de imprimirse en papel para pasar a ser una publicación online por suscripción (ver detalles acá), paralelamente a la celebración de sus 20 años de existencia. Por más que yo sea una persona muy cercana a los medios electrónicos (éste es uno de ellos, […]

Hace unas semanas me enteré que la revista EL AMANTE dejaba de imprimirse en papel para pasar a ser una publicación online por suscripción (ver detalles acá), paralelamente a la celebración de sus 20 años de existencia. Por más que yo sea una persona muy cercana a los medios electrónicos (éste es uno de ellos, obviamente) y, en un punto, bastante a favor de la idea de una circulación online de todo tipo de contenidos, la noticia me dolió. Tal vez porque hay una parte de mí, nostálgica, que todavía piensa que un medio necesita sí o sí tener una representación «en papel», ser algo táctil, coleccionable, pasible de ser llevado y traído, recortado, etc. (algo similar me pasa con los libros; todavía me cuesta aceptar la literatura online). Pero, más que nada, por la sensación de cierre de un ciclo, de una etapa. Esa «etapa» tiene que ver con muchas otras cosas que exceden EL AMANTE y de las que -sin casi haber escrito jamás allí- me siento parte.

Pensar en 1991 es pensar en la salida de EL AMANTE y en un recambio en la crítica de cine más conceptual que generacional (fue «generacional» también, pero hay excepciones de todo tipo) que excedió las páginas de esa revista. Ese año, con Diego Batlle, empezábamos a escribir en la revista LA MAGA y poco tiempo después pasábamos a CLARIN. El, después de un tiempo, siguió hacia otros rumbos, yo permanecí en el diario, y este sitio nos volvió a reunir profesionalmente. Paralelamente, otros críticos de cine aportaban a EL AMANTE, o pasaban por él para luego establecerse en diarios y revistas. Hoy es casi imposible no pensar en ese recambio ’91-’92 como un gran giro en la crítica de cine de la Argentina. Y si uno observa buena parte de la gente que trabaja en la crítica de cine local actualmente termina notando que muchos pasaron por las siempre controvertidas páginas de EL AMANTE.

Se ha discutido mucho ya la relación entre el recambio de la crítica y el del cine argentino, así que vamos a concluir que fue un recambio paralelo, que lo que se movilizaba en el terreno crítico también generaba algo en las escuelas de cine. Ese «ida y vuelta» tuvo una época de oro (digamos, desde mediados de los ’90 hasta mediados de los ’00) y luego empezó a girar, a resquebrajarse, a desarmarse en cientos de piezas. Aquellos de la primera generación vivimos esa dispersión con cierta tristeza. Primero, porque daba cuenta de fracturas, quiebres y hasta peleas entre quienes siempre -pensábamos- «jugábamos para el mismo equipo». Con el tiempo pude verlo de otra manera: cada uno ingresó en su propio viaje, las miradas divergentes aportaron diversidad y la no existencia de un «pensamiento único» respecto a lo cinematográfico fue saludable. Pero aquella sensación «comunitaria» se fue perdiendo: se profesionalizó, se diversificó, aparecieron nuevas problemáticas impensadas dos décadas atrás (imagino que en 1991 ninguno de los críticos suponía que iba a dirigir un festival de cine, por ejemplo) y, si bien no existieron peleas excesivamente demoledoras, la sensación de «unidad» se fue perdiendo.

Eso me lleva de vuelta a pensar en EL AMANTE y mi relación con la revista. No voy a decir nada nuevo: como a muchos, EL AMANTE podía fascinarme, irritarme, molestarme, divertirme y, a veces, todo a la vez y en el mismo texto. La leía en unas horas y varios textos me hacían repensar cuestiones acerca de mi propia relación con películas en particular y hasta con el cine y la crítica en general. No voy a ponerme nostálgico enfrentando tal época versus tal otra época de la revista. Si bien, por cuestiones generacionales, me llegó más de cerca la primera década, creo que en la segunda siguieron habiendo grandes textos, grandes críticas y notables momentos. Sólo que yo no la viví tan de cerca por motivos que no vale la pena explicar acá, pero que no tiene que ver con un apego a la «vieja guardia» sino con banales cuestiones de «distribución».

Hay, sí, una diferencia sustancial. Y si bien sé que al tocar este tema, tal vez me esté metiendo en problemas, no puedo evitar comentarlo. Si bien EL AMANTE siempre tuvo grandes críticos (no voy a dar nombres porque no quiero olvidarme de ninguno, ni hacer una cuestión de inclusiones y exclusiones), para mí es evidente que hay un antes y un después de Quintín. Si mal no recuerdo, él se fue a fines de 2004, a los 13 años de vida de la revista. Sin intentar polemizar ni desmerecer al resto del plantel crítico, Quintín transformaba a EL AMANTE en otra cosa. Ni mejor, ni peor: diferente. Como sucede con equipos de fútbol que tienen un jugador convocante, Quintín lo era para EL AMANTE. El resto podía ser genial (imaginemos un Messi en Barcelona) o mediocre (imaginemos un Messi en la Selección Argentina), pero lo importante, lo que marcaba la diferencia, era su presencia. Sus textos eran imprescindibles, el núcleo de la revista.

Uno podía estar de acuerdo con ellos o no, fastidiarse o identificarse, maravillarse o putearlo, pero no había duda que la personalidad de EL AMANTE estaba fuertemente marcada por su personalidad. Si bien no es el único «combativo» del grupo (varios otros lo eran y lo siguen siendo), su poder estaba en la forma misma en las que esos textos te interpelaban. Como lo sigue haciendo hoy (via su blog o en Twitter), Quintín es un polemista impecable, un sofista de alto vuelo, un escritor de la puta madre, aún para analizar cosas de manera completamente distinta a la de uno. De hecho, era mejor cuando sucedía eso. Me gusta más leer a Quintín cuando no coincido con él.

Al irse, esa marca personal que le daba a la revista, desapareció. Insisto, Gustavo Noriega, Javier Porta Fouz y muchos de los otros críticos podían ser tan vehementes, irónicos, graciosos, contreras o brutales como él, pero -para mí- la revista perdió cierta magia. Y los nuevos críticos que fueron apareciendo podían ser igualmente brillantes, pero ninguno logró del todo tener esa voz que, para bien o para mal, hace de Quintín una figura inconfundible, un personaje ya mítico de la crítica de cine y no sólo de la Argentina.

Tras su retiro tuve la sensación, cada vez más creciente, de que EL AMANTE siguió intentando capitalizar esa «voz» llevándola hacia otros lados. Cuando cierto cine de autor que ellos también impulsaron se volvió «oficial», la revista se corrió para pegarle. Cuando el nuevo cine argentino se volvió muy autoconsciente, hicieron lo mismo. Lanzaron la defensa de la Nueva Comedia Americana y luego vieron que esa misma opinión se consolidaba y ya no era necesario defenderla. Lo que EL AMANTE lograba al volver «mainstream» determinados discursos críticos, la obligaba a abrirse y a buscar nuevos aires. Como cuando una banda se hace popular y uno no puede evitar decir que «ya no es lo que era antes».

Algunos últimos debates y cierta insistencia en defender un mainstream norteamericano que, creen, casi nadie defiende (digamos, LARRY CROWNE o MARLEY Y YO, últimamente) me dan la impresión de que esa necesidad de «diferenciarse» los va llevando a una ruta crítica sin salida, que los va a hacer girar sobre sus propios ejes (el debate JACKASS sí me pareció interesante, de cualquier manera, pero ahí tenía que ver con otra cosa). Lo mejor que tiene EL AMANTE, y que conserva, es su heterogeneidad y sus discusiones y posturas internas enfrentadas. Pero cuando tres personas debaten a lo largo de varias páginas sobre, digamos, ALVIN Y LAS ARDILLAS, disculpen, pero a mí se me hace irrelevante. Controversia por la controversia misma, una suerte de debate interno que -tengo la impresión- poco importa a los demás.

Casi no leí números de los últimos años (espero poder suscribirme online y que no se pierdan las claves en el camino…) y no sé muy bien si EL AMANTE sin Quintín es el Barcelona sin Messi o la selección de Sabella sin Messi (eso quedará para los que comenten -y me puteen- en esta entrada). Creo que es una mezcla de las dos cosas. Cada tanto me topo con alguna edición y la leo, con interés pero sin la pasión de antes. Pocas veces me descubro, como antes, enojado o agraviado, pero tampoco deslumbrado, aunque esa falta de sorpresa puede ser en parte mi propio agotamiento respecto de ciertos discursos críticos, incluyendo el mío propio.

Espero que el paso al digital me permita volver a leer EL AMANTE y dejar de añorar su «época de oro» como una suerte de viejo carcamán que piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Ojalá así sea. La revista sigue siendo lo mejor que le pasó a la crítica cinematográfica argentina en toda su historia. Lo que no es poco.