«El cine y lo que queda de mí»: El calvario de un productor

«El cine y lo que queda de mí»: El calvario de un productor

por - Críticas
17 Sep, 2012 06:33 | comentarios

Varias veces empecé a escribir este post sobre el libro de Hernán Musaluppi, EL CINE Y LO QUE QUEDA DE MI, y siempre me quedo a mitad de camino, sin encontrar la forma de abordarlo. El libro es una serie de textos de distinta índole, englobados en una suerte de Diario personal sobre la tarea […]

Varias veces empecé a escribir este post sobre el libro de Hernán Musaluppi, EL CINE Y LO QUE QUEDA DE MI, y siempre me quedo a mitad de camino, sin encontrar la forma de abordarlo. El libro es una serie de textos de distinta índole, englobados en una suerte de Diario personal sobre la tarea y la vida de este productor de cine que es uno de los responsables -como productor o productor ejecutivo, en la mayoría de los casos a partir de su compañía Rizoma- de títulos de la última década y pico del cine argentino como LOS GUANTES MAGICOS, NO QUIERO VOLVER A CASA, NO SOS VOS SOY YO, EL CUSTODIO, ¿QUIEN DICE QUE ES FACIL?, AMOROSA SOLEDAD, MEDIANERAS y UN MUNDO MISTERIOSO. También trabajó en distintos rubros en filmes como SILVIA PRIETO, MUNDO GRUA, LA LIBERTAD y fue parte de la coproducción de muchos títulos uruguayos como WHISKY, HIROSHIMA, GIGANTE, ACNE, 3 y LA PERRERA, entre otros. Se puede decir que ha estado en la primera fila de la renovación generacional del cine argentino, con un muy buen promedio de buenas películas en su haber.

El libro es difícil de analizar porque es difícil saber qué es. Mezcla de diario íntimo con análisis del trabajo de producción, ensayos, cuentos, críticas de rock, consejos para jóvenes productores. De esta desordenada mezcolanza se pueden distinguir algunos ejes. Veamos:

1.- Mis problemas con la medicación. Musaluppi engloba su serie de textos en el marco de un enorme malestar físico/psíquico que lo acompaña desde la adolescencia, y que ha tratado de combatir desde entonces sin demasiado éxito y probando todo tipo de terapias, desde las convencionales a las alternativas. Los distintos textos esparcidos a lo largo del libro acerca de este sufrimiento suelen ser los más interesantes y hasta dramáticos. Se empiezan a resquebrajar, al menos en mi opinión, cuando uno los piensa en relación a otros textos.

2.- Clases de producción. En varios capítulos Hernán da consejos a jóvenes estudiantes de cine, basándose en su experiencia de estos años, acerca del mercado, de cuáles son los motivos válidos para producir películas, de cómo funcionan algunos sistemas, de los distintos tipos de películas que se hacen y cuáles, según él, habría que hacer. De vuelta, este segmento es otro de los más interesantes del libro.

3.- Literatura y crítica. Esparcidos a lo largo del libro hay textos de Musaluppi y de Pablo Chernov (amigo suyo que colaboró en la escritura del libro y tiene textos directamente firmados por él) en los cuales se cuentan anécdotas de manera más literaria, como pequeños cuentos encerrados en sí mismos. Junto a estos hay varios textos sobre rock y crítica de rock -un tema que a Musaluppi le fascina-, que también mezclan lo anecdótico con lo análitico. Con este «sector» del libro tengo más dudas: los intentos narrativos de ambos no me convencen demasiado (ya detallaré los motivos) y sus críticas de rock me parecen, con todo respeto, bastante pobres (¿Blur y Pulp como «el ala dura del rock británico»?), pero igualmente inofensivos.

4.- Mis problemas con el cine. Esta es la zona más difícil y conflictiva del libro, para mí. Digamos que aquí englobaría a los textos que combinan los dos primeros ejes: la vida personal y la labor de producción. Es aquí donde Musaluppi mezcla su vida privada con sus conocimientos en la producción y decide contar y analizar -matizando con anécdotas- algunas de sus experiencias concretas en el mundo del cine argentino, dedicando un buen tramo a criticar a cineastas, críticos, estudiantes de cine y técnicos. Poco y nada a funcionarios o a colegas productores. Evidentemente ellos no pecan tanto como los demás, o tal vez no sea tan sencillo pegarle a los que tienen más poder que uno.

El problema del libro es que, llegado a un punto, esa misantropía que Musaluppi deja entrever respecto a todo lo que lo rodea nubla la posibilidad del lector de divertirse, empatizar y hasta compadecerse de su complicada vida personal y sus delicadas situaciones de salud. Cuesta -al menos a mí me cuesta- sentirse humanamente conectado con el sufrimiento de alguien que parece aprovechar esa debilidad para desparramar agresiones por todos lados.

En ese sentido, me hace acordar al cine de Todd Solondz: un muestrario de personajes patéticos exhibidos por alguien que, si bien se confiesa bastante patético en su vida personal, siempre se coloca un poco por encima de lo que describe. Si uno lo lee con cierta perspectiva, podría hasta suponer que el libro es el relato de un calvario del narrador, que él sufre y se sacrifica por nuestros pecados, que su penar es la consecuencia de lo que todos nosotros hacemos mal. Raramente él. Lo que hay es autocrítica personal, no profesional. Y no es exactamente lo mismo.

Esta especie de narrativa bíblica (no es casual que una anécdota que Musaluppi recuerda de muchos años atrás se centre en un estudiante que le propone hacer una película contada dese el interior del cuerpo de Cristo) se ve aún más deformada por el hecho de que, finalmente, nos cuesta ponernos de su lado en esa batalla personal. Es como leer el diario de algún pariente enfermo en el que no hace otra cosa que hablar pestes de la mayoría de los miembros de su familia, casi dando a entender que fueron ellos los que lo dejaron en ese estado.

Musaluppi es o fue amigo de Martín Rejtman, y hay algunos textos que intentan parecerse en su forma a los del cineasta/escritor. Pero allí donde Rejtman no juzga a sus personajes -su humor seco es, digamos, cariñoso-, Musaluppi no encuentra ese mismo balance y siempre parece hacer diferencias entre buenos y malos, serios y no serios, profesionales y chantas. En especial encontrando a los «malos» en los segmentos si se quiere más débiles de la cadena del cine argentino: estudiantes, productores independientes, actores, agentes, críticos. Son los, en principio, más poderosos (o así se los ve en la industria) los que salen mejor parados: son muy pocas las críticas al INCAA y a los colegas/pares.

Esto va a volverse muy largo, pero necesito citar capítulos y partes específicas para dejar en claro de qué estoy hablando.

El capítulo inaugural, HISTORIA CLINICA, es uno de los mejores del libro: breve autobiografía personal -con historia de achaques incluida- sumado a un repaso de cómo el cine argentino se transformó desde la década del 90 hasta hoy, más algún anecdotario de viaje. Allí Musaluppi recuerda una frase de Rejtman: «El mundo se divide entre los que trabajan y los que hacen que trabajan». Ahí, claramente, están las semillas de esa otra zona del libro, la que se explayará sobre ese concepto: «yo (nosotros) trabajamos, los demás (la mayoría) hacen que trabajan».

La segunda sección se titula EL REY y arranca con una breve y muy arbitaria Historia del Rock para pasar a hacer un análisis del estado de la producción del cine argentino. En general, sus observaciones son certeras y crudas. Muchas de ellas dan por tierra con el análisis grandilocuente que el Gobierno hizo hace días respecto al estado del cine nacional. Sí, dice, tenemos algo que puede funcionar, pero debemos saber cuáles son nuestros límites como productores y los de nuestros mercados. No podemos producir películas caras porque no existe mercado para ellas, dice. El problema es que, como opción para que no sean tan caras, ofrece no contratar mucha gente (cobran mucho, hay que pagarles el hotel y la comida, además del sueldo, y suelen ser inútiles). Coincido con sus criticas a lo poco que aportó la Ley de Medios y los delirios hollywoodenses que hicieron caer a la industria española. Uno podrá estar más o menos de acuerdo con cuestiones específicas, pero es una mirada bastante certera al estado de la industria. Ubica, segmenta, organiza, analiza. Raramente sentencia.

El tercer capítulo se llama EL ARTESANO y arranca con una cita de Jane Bowles que dice: «El es mi enemigo». Es, básicamente, anecdótico y «clínico»: conversaciones con su hijo fanático de STAR WARS, un viaje complicado a Cuba en el que se la pasó deprimido, llorando y borracho gran parte del tiempo (ahí está la reveladora anécdota de un guión que empieza INT. CUERPO DE CRISTO – DIA) y culmina con otra serie de consideraciones sobre el rol del productor y cuál debería ser el tipo de cine que se hace en la Argentina. Como antes, estoy de acuerdo con buena parte de sus análisis, aunque no del todo con los de algunos de los productores que allí dan su testimonio.

En el cuarto capítulo, AVIONES, la cosa se empieza a complicar. Es allí donde aparece el Musaluppi que describe, critica y enjuicia a buena parte de sus pares. Eso arranca con «Directores en vuelo», un punteadito donde Hernán «desenmascara» a los cineastas argentinos en el exterior, sus impostaciones, falsedades y trucos, criticándolos en su comportamiento, en el tipo de películas que hacen para entrar en festivales, en sus mentiras. No, no se habla de productores -tanto o más responsables de aplicar, gestionar y armar productos de este tipo- sino de cineastas. Allí, empieza el escarnio con nombre y apellido: Alejandro Fadel y Ariel Rotter la ligan directamente. Todos estos cineastas tienen, como mayor mérito, «hacerle creer a la crítica internacional que sus películas son valiosas». Hernán sabe que no lo son, claro. A diferencia, digamos, de las hechas por él, que siguiendo este razonamiento divisor de aguas sí lo serían…

El capítulo sigue con un par de anécdotas de viajes (la del equipo de WHISKY a Cannes es la más divertida de todo el libro), pero luego continúa en el tono cada vez más ácido que empieza a imprimirle el autor, al contar nueve anécdotas con directores en los que, claramente, los cineastas quedan como chantas, irresponsables, delirantes, mentirosos, snobs, etc, etc. De vuelta: de los productores, proveedores y funcionarios, ni noticias. Imagino que todos deben ser de una pulcritud y seriedad a prueba de todo. ¿Chantas? No, ninguno o muy pocos.

El cierre de ese capítulo entra en un territorio border ya que el propio Musaluppi -que admite tener un chamán, probar miles de terapias alternativas, ser vegetariano y escuchar música popular de Monterrey, por ejemplo- empieza a criticar a los «snobs» de la ciudad. Considerándose lejos de ese snobismo (él participa de algunos de esos rituales, cuenta, pero siempre parece mirarlos «desde afuera», con ironía), observa y critica a los estudiantes de la FUC que van al San Bernardo (un bar viejo en Villa Crespo en el que se juega al ping pong y que se ha convertido en centro de encuentro de gente del cine), fustiga a los tardíos descubridores de ciertos fenómenos musicales o se burla de otras modas que califica como absurdas.

La última entrada de ese episodio es particularmente dolorosa -habla de un día terrible en su vida que culminó con lo que parece ser un ataque de pánico-, pero el problema es que allí él, como narrador, ya ha dejado de producir buena parte de la simpatía que generaba al principio del libro. Como decía antes, sin ignorar la dureza y dificultad de la situación que cuenta, el narrador ya no me cae tan bien como para ponerme de su lado. De hecho, la ubicación de esa anécdota en ese lugar parece abrir las puertas a esta idea del cine como calvario personal. Siento que es como si dijera: «por culpa de todo esto que les conté antes (los chantas, snobs, mentirosos que me rodean) a mí me terminan pasando estas cosas, mi cuerpo me pasa facturas por tener que soportarlos».

En el capítulo 5, LA TORTA DE MIL HOJAS, vuelve a un análisis un poco más frío y lúcido de la industria del cine: el negocio, los pitchings, las ventas, las coproducciones, los modelos de producción. Aquí está la que para mí es la mejor observación de todo el libro: la que habla de que la mitad de las películas que la Argentina produce al año son «películas de gestor», donde no importa el resultado comercial ni el artístico. Es un «paquete cerrado y sin riesgo» en el que se gasta menos dinero del que  se va a juntar con el cobro de subsidios y se hacen filmes sin valor alguno. «Si la película hace dinero durante su etapa de producción -dice-, no importa su resultado artístico ni comercial». Son estas, coincido, las películas que anulan al cine argentino: películas sin valor ni razón de ser, que nadie recuerda dos semanas después de ser estrenadas nominalmente en una sala y que fueron hechas sólo porque el productor/gestor consiguió armar un paquete que le permite ganar dinero sin importar la película que hace.

Hay, sin embargo, una zona que Musaluppi no termina de separar bien. Por momentos pareciera que en esa bola cayera casi todo «el cine arte» y no creo que sea así. Dice que «sin riesgo no hay buenas películas» y no necesariamente estoy de acuerdo. El «riesgo comercial» puede también ser un factor que obligue a directores/productores a no «arriesgarse» artísticamente. Si los números priman, las decisiones formales pueden ser tomadas por los motivos equivocados. Creo que hay muchas películas que no se hacen a riesgo y son grandes filmes. O al menos intentan serlo. En ese sentido, hay que poder separar las cosas…

El capítulo 6, EL CINE ARISTOCRATICO, es el más duro de todos y analizarlo implicaría un post aparte. Digamos que vuelve allí a disparar dardos y lo hace contra los «críticos analfabetos» que «no entienden nada de cómo funciona el cine», «parásitos que hacen que trabajan», contra «los programadores que eligen las películas de sus amigos» y los llamados «entendidos». Luego dedica un largo espacio a humillar a la gente de EL ESTUDIANTE, poco menos tratándolos de imbéciles y mentirosos, además de considerarla una mala o muy convencional película. Si se sabe que Fernando Brom (ex socio de Hernán en Rizoma y que figura en los agradecimientos del libro) es uno de los productores de ese filme, uno no sabe si Musaluppi no es consciente del nivel de violencia que tiene su texto, si a Brom no le molesta, o si aquí hay problemas personales que, en mi opinión, deberían resolverse en privado. Hay un párrafo que cierra este texto que ameritaría por sí solo una larga respuesta: «En la Argentina, la lucha entre los que hacemos y lo que usan lo que hacemos para beneficio personal es una batalla perdida desde hace tiempo». No estoy muy de acuerdo con ese concepto. Podría explayarme, pero esto se está haciendo muy largo y lo dejo para los comments, si es que les interesa conocer mi opinión al respecto.

El capítulo 7, LA AMIGA TUCUMANA, se inicia con una larga y confusa anécdota del rodaje en Jujuy de un corto de HISTORIAS BREVES (apuesto a que es el de Martín Mainoli) para continuar con una especie de diario personal en el que aparece, ya sí, el tema de las fobias ligadas a una mirada impiadosa sobre todo ese universo cinematográfico del que él no quiere sentirse parte. Algunas críticas que hace allí pueden ser más acertadas que otras, pero lo que irrita ya de manera irreversible a esta altura es el lugar en el que Musaluppi parece ubicarse a sí mismo. Como Michael Haneke en sus películas (o Lars von Trier, en cierto sentido), es la mirada impiadosa de alguien que observa a a los demás y los juzga, se autoflagela por sus pecados, pero se ubica a sí mismo por fuera de toda esa mugre. Al libro le falta un elemento fundamental: que su autor se reconozca no sólo parte sino uno de los fundadores de todo ese fenómeno. Serían discutibles igual muchas de sus opiniones, pero uno podría sentir esa dualidad que parte de la autocrítica: «esto es una mierda y yo no sólo ayudé a crearla, sino a perpetuarla y probablemente sea tan mierda como los demás» (por seguir su línea de pensamiento, digamos). Pero no es así. Aquí, más allá de la «autoconmiseración psicosomática» no hay autocrítica profesional alguna.

Y, a fuerza de observar todo el libro, las críticas en general son hacia «el hilo más delgado» de la industria. Hay muy pocas críticas de Musaluppi a los más poderosos del negocio (un touch irónico contra Suar, un palo al sindicato, alguna ironía sobre funcionarios de segunda categoría del INCAA), pero la mayor parte de los dardos van a estudiantes de cine, críticos, actores, gente del teatro off, productores y directores de películas chiquitas. Uno podría decir que es fácil hacerlo así. Otro podría pensar que, directamente, es un poco canalla.

No por compararme, pero a veces pienso si al irme, o cuando pensaba en irme de CLARIN, se me hubiera dado -como a Hernán, que tampoco parece decidirse entre seguir haciendo cine o no- por «sacar los trapitos al sol» y que, en esos textos, me dedicara a justificar mi crisis maltratando a redactores, fotógrafos, agentes de prensa, lectores o al buffet del diario, sin jamás hablar de personas con más poder que yo. Me parecería ridículo. De hecho, me parecería ridículo escribir ese libro y no «involucrarme» a mí mismo, llegado el caso, por ser parte de un proceso que ridiculizo o critico, y al que nadie me obligó a pertenecer. Sacar los pies del plato y pegarle «a los más débiles» es de una crueldad que me supera.

Un último episodio del libro empieza hablando de música (su disco favorito de Iggy Pop es SOLDIER y los snobs son los otros…) y termina repartiendo ironías a representantes de actores, al mundo del teatro off, a la moda de los cocineros y a otras «tribus» porteñas, como el recalcitrante personaje de Adrián Suar en DOS MAS DOS. De vuelta, una serie de acusaciones dichas quien sabe bien desde donde (supongo que, para él, desde el lugar de chico de barrio que prefiere jugar al fútbol con sus amigos de la infancia y que no se reconoce en este universo), sin involucrarse más que para decir que no está seguro de querer ser parte de este circo.

Conozco a Musaluppi de haberlo cruzado varias veces, intercambiar emails, algunas conversaciones no muy largas aquí y en festivales. De hecho, me llamó la atención cuando en el Festival de Berlín, en la conferencia de prensa de UN MUNDO MISTERIOSO, fue bastante honesto y descarnado cuando le preguntaron cuántos espectadores necesitaba la película en la Argentina para recuperar su inversión. «Cero», contestó, en un rapto de honestidad brutal que seguramente estaba ligado al mismo proceso que lo llevó a escribir el libro. Y luego explicó cómo cerraban los números en este tipo de coproducciones.

Me duele escribir esto por varios motivos. No suelo escribir ataques casi personales y me incomoda hacerlos. Hago críticas de cine desde hace más de 20 años ya y estoy acostumbrado a escribir cosas que pueden molestar a ciertas personas. Pero siempre intenté que mis textos fueran sobre las obras y no sobre quienes las hacen. Aquí también lo intenté, pero creo que se me mezclan los tantos. El libro es tan en primera persona, tan directo y agresivo, que es difícil hacer un análisis frío y literario de lo que hay ahí. Es, sin duda, un libro fascinante e irritante, tan apasionante de leer para los que estamos en el mundo del cine (en mi caso, en la categoría «parásito») como molesto e incómodo. Se agradece la honestidad brutal, pero más se festejaría si esa honestidad incluyera alguna autocrítica.

Hernán Musaluppi presentará su libro junto a Gustavo Noriega Diego Dubcovsky el día Martes 18 de Septiembre, a las 18.30hs. en  Soria Bar. Gorriti 5151. Palermo. Ciudad de Buenos Aires. Entrada libre y gratuita