La avalancha de estrenos argentinos

La avalancha de estrenos argentinos

por - Críticas
30 Oct, 2012 11:53 | comentarios

El tema lo mencioné aquí en algún post anterior y también hicimos con OtrosCines un podcast al respecto, pero el asunto siguió creciendo a niveles ya ridículos, al punto de que me parece oportuno volver sobre él. Se trata de la absurda avalancha de estrenos argentinos que ha tenido lugar en las últimas semanas. Antes […]

El tema lo mencioné aquí en algún post anterior y también hicimos con OtrosCines un podcast al respecto, pero el asunto siguió creciendo a niveles ya ridículos, al punto de que me parece oportuno volver sobre él. Se trata de la absurda avalancha de estrenos argentinos que ha tenido lugar en las últimas semanas.

Antes de analizar más en profundidad la situación, les voy a hacer un listado de títulos nacionales estrenados entre el 4 de octubre y el 1° de noviembre: Schafaus: casa de ovejas, Cornelia frente al espejo, El amigo alemán, La araña vampiro, Los salvajes, Montenegro, El día que cambió la historia, Alumbrando en la oscuridad, El notificador, Errantes, Las mujeres llegan tarde, El círculo,  La Caracas, Masterplan, Rawson, El cuarto de Leo, El sexo de las madres, Longchamps. Estamos hablando de 18 estrenos argentinos en cinco semanas, un promedio de 3,6 por semana.

Esta lista, claro, incluye títulos recientes y esperados (como La araña vampiro, Los salvajes, Cornelia frente al espejo o Masterplan, entre otras, más allá de lo grandes o chicos que hayan sido sus respectivos estrenos) con muchas otras películas que aparecen como por arte de magia, rescatadas quien sabe de donde (algunas fueron filmadas en 2007, 2008), para ser estrenadas nominalmente en una fecha que les permita entrar en el año calendario y así poder cobrar el respectivo subsidio por medios electrónicos que requiere de un estreno comercial en salas.

No quiero con esto descalificar a esas películas. Es probable que sean buenas, muy buenas o incluso excelentes. De cualquier manera, tampoco podría discutirlas porque en la práctica es imposible verlas todas. Y si uno, que se dedica a esto, no llega a ver los casi cuatro estrenos argentinos que hay por semana (a los que uno tiene que sumarle otros tantos estrenos extranjeros), se pueden imaginar cuánto público irá a verlos al cine.

Hagamos algunos números: en 10 meses se estrenaron 109 películas argentinas y se calcula que llegarán a 120 para fin de año. En los primeros seis meses se estrenaron 51 y en los últimos cuatro, 58. ¿Promedios? A razón de casi 2 por semana en el primer semestre y de 3,2 en las 18 primeras semanas de este segundo semestre, ritmo que se va acelerando hasta llegar al 3,6 actual.

No hay público posible para 3 o 4 estrenos argentinos por semana. No digo que todas tengan que ser un éxito de taquilla porque no creo que ese sea el motivo ni la razón de la existencia del cine nacional, pero a la vez también es cierto que, estrenadas de a montones, casi sin prensa ni publicidad, sin que nadie se entere más que los periodistas especializados -y los amigos y conocidos del realizador y elenco-, sus apariciones fugaces por una sala dejan en evidencia que muchos son estrenos meramente nominales y que en muchos casos a sus productores ni siquiera les interesa o importa demasiado si va alguien a verlas o no.

Insisto: no mido las películas por su performance en taquilla, especialmente muchos de los documentales interesantes que se estrenan en el Gaumont y, menos aún, las muy buenas películas que pasan por el Malba o la Sala Lugones, pero lo cierto es que, amontonados entre sí en un par de meses, hacen imposible que encuentren público alguno. La gente no logra retener sus nombres siquiera. No se enteran ni de que pasaron por las salas.

La pregunta un poco más grande que conlleva esta avalancha de estrenos es si la Argentina es un país que tenga que tener 120 estrenos al año, si tiene un público o una estructura de salas que soporte ese ritmo. Si 120 estrenos al año es casi 2,5 por semana, imaginen el ritmo de los últimos meses: estaríamos hablando de más de 180 películas al año. Es cierto que es saludable que se haga cine, que se conozcan todo tipo de propuestas y que no sea la taquilla la única medida. Pero hay que darse cuenta cuando demasiado es, simplemente, demasiado.

Es ahí donde aparece un fantasma incómodo, que es el que menciona Hernán Musaluppi en uno de los mejores capítulos de su libro EL CINE Y LO QUE QUEDA DE MI: el de las películas de «gestores». El llama así a filmes que se hacen como negocio en sí mismo, películas que se arman pensando en una serie de gastos de producción que sean menores que los subsidios a cobrar y en los que el resultado artístico y comercial sea lo de menos, ya que ni los espectadores (ni la calidad) importan en la ecuación. Los números cierran y dan ganancia por sí mismos. Si vienen espectadores, mejor, pero su porcentaje en la cuenta es mínimo. Es por eso, también, que no suelen tener demasiada publicidad ni prensa: son gastos que no se recuperan luego de ninguna manera, ya que lo que «entra» por espectadores es menor que ese gasto fijo. Un solo DCP (o copia, o BluRay), cero publicidad y listo: el «gasto estreno» es mínimo y la ganancia, mayor. Uno puede suponer también que reducir gastos ya desde la preproducción (es decir, hacer una película de manera descuidada) también aportaría a maximizar las ganancias.

El problema es siempre el mismo: cómo criticar las deficiencias de este sistema sin que, en la volteada, caigan un montón de películas, directores y productores que han utilizado el sistema de subsidios porque es la única forma que tienen de hacer sus películas y no para «aprovecharse» de sus beneficios. En el caso de las «películas de gestores», ese estreno amontonado no hace más que dejar en evidencia su lógica de nacimiento: que los espectadores no importan, que el estreno es una «formalidad». En el otro, da lástima porque uno tiene la impresión que hay muy buenas películas que se pierden y mezclan en el camino…

En ese sentido es dable pensar si no habría que cambiar esa regla de la Ley de Cine que impone que las películas deban estrenarse comercialmente para cobrar subsidios. ¿Por qué no pasarse directamente por la televisión y poder, igualmente, cobrar lo que les corresponde por ley? De hecho, muchos de los interesantes documentales que pasan fugazmente por las salas tienen un destino televisivo obvio y ese es su lugar natural. Su estreno en cines lo único que hace es quitar el poco espacio que tienen películas que sí están pensadas para ser estrenadas comercialmente. Hay filmes que han pasado un par de semanas en el Gaumont para ser reemplazadas por otros, también argentinos, cuando los anteriores todavía tenían bastante público y podían haber seguido en cartel.

Si bien el sistema cada vez se parece más (en lógica de producción y en cantidad de espectadores) al teatro off, no hay en Buenos Aires tantas salas de cine como teatros independientes. Y un estreno, lamentablemente, se come al otro, no lo deja desarrollarse en el tiempo, ir encontrando su público como lo han hecho muchas obras teatrales. Aquí, la cuestión ya no es solamente que «el tanque de Hollywood no nos deja salas» o que «los complejos de multicines nos bajan enseguida de cartel». Aquí, las películas chicas se muerden entre sí, se pisan la cola, se empujan por llegar primero a la caja. Es el propio cine argentino el que se convierte en enemigo de sí mismo.

PD. Pensé en un momento copiar toda la información de la taquilla de la mayoría de estos estrenos de los últimos meses (que es, en casi todos los casos, pobrísima), pero sigo pensando que es entrar en la idea, que no comparto, de que todas las películas tienen que ser para el «gran público», que si una película es vista por mil personas o menos que eso, automáticamente, la descalifica. No creo que sea así, no es esa la vara en la que mido el cine. Pero sí, es cierto, que cualquiera de estas películas que están llevando 300 o 500 espectadores podrían hacer muchos más de estrenarse más espaciadamente.