«Los salvajes», de Alejandro Fadel: mapas y leyendas

«Los salvajes», de Alejandro Fadel: mapas y leyendas

por - Críticas
02 Oct, 2012 11:26 | Sin comentarios

El viaje es, a esta altura, la figura más visitada y recorrida por el cine argentino de los últimos 15 años. Digamos que no sólo es propiedad de los nuevos realizadores: el «viaje» como punto de partida, como excusa argumental, es usado en la ficción desde tiempos inmemoriales. Pero es llamativo, en un punto, cómo […]

El viaje es, a esta altura, la figura más visitada y recorrida por el cine argentino de los últimos 15 años. Digamos que no sólo es propiedad de los nuevos realizadores: el «viaje» como punto de partida, como excusa argumental, es usado en la ficción desde tiempos inmemoriales. Pero es llamativo, en un punto, cómo gran parte de los realizadores nacionales lo han tomado como motivo central en sus filmes.

Uno podría pensar que todas las variantes del viaje han sido agotadas y en cierto sentido es así. No hay paisaje ni excusa narrativa ni medio de transporte ni recorrido que no haya, de alguna u otra manera, sido utilizado cinematográficamente. Sin embargo, la idea de la fuga, el disparador narrativo que implica partir de un lugar, llegar a otro y vivir algunos episodios en el camino, sigue siendo materia central a los realizadores argentinos.

Sólo pienso en las películas recientes que fueron a festivales y el viaje es un figura que está en todas ellas: DIAS DE PESCA, de Carlos Sorín; LEONES, de Jazmín López; hasta cierto punto LA CHICA DEL SUR, de José Luis García, y otros éxitos recientes como LAS ACACIAS, de Pablo Giorgelli y hasta VIOLA, de Matías Piñeiro, con su ciclista protagonista. Y ni hablar de las decenas que se han hecho en los años anteriores.

Presentadas ambas en el pasado BAFICI, LA ARAÑA VAMPIRO, de Gabriel Medina y LOS SALVAJES, de Alejandro Fadel, son películas de viajes. Se estrenan, también, el mismo día en Buenos Aires. En algunos sentidos, son similares. En otros, tienen poco que ver. Las similitudes tienen que ver con que se tratan de viajes a pie, por territorios inhóspitos del interior del país y, en ambos casos, con destinos bastante esquivos, tanto difíciles de encontrar como misteriosos. Ambos filmes tienen, además, una particularidad extra que los une: desde su paso en el festival porteño han sufrido modificaciones de edición y las versiones que se estrenan ahora tienen importantes diferencias con las vistas en abril.

En otros sentidos, son películas muy distintas. LA ARAÑA VAMPIRO -sobre la que escribí en OtrosCines (ver aquí)- muestra un joven, que suponemos porteño, trasladado a vivir una suerte de aventura en medio de las sierras. La de Fadel, en cambio, se ubica de lleno en el lugar: es la minimalista epopeya de un grupo de cinco jóvenes que se fuga de un reformatorio y que viaja también por montes y llanuras hacia un destino esquivo e incierto que parece ser una casa familiar de dos de los protagonistas, hermanos entre sí.

Si bien el destino final tendrá un peso en la trama, lo que LOS SALVAJES cuenta es la travesía, los encuentros y desencuentros, los choques y los romances, los tiempos de espera y de contemplación. Narra cómo el pequeño grupo de fugitivos se va desmembrando, resquebrajando y, de manera simbólica pero también casi real, fundiéndose y perdiéndose en la naturaleza. Como LOS MUERTOS, de Lisandro Alonso, la película tiene un disparador (literal, en ambos casos) que marca a fuego todo lo que vemos después: queda claro que los personajes son potencialmente peligrosos y que todos sus movimientos, por más casuales y parsimoniosos que puedan parecer, están teñidos de violencia y tensión. La más calma y bucólica de las situaciones deja entrever un fuerte grado de violencia inherente, interna o externa. Esto es: de los propios protagonistas, de sus perseguidores o de la misma naturaleza.

La estructura de la película es bastante particular. La manera en la que el grupo se va desmembrando tiene poco que ver con lo usual en este tipo de relatos, y más con el azar y los encuentros fortuitos. De esa manera, el eje narrativo y hasta el protagonista de cada etapa de la historia va cambiando, hasta llegar al menos pensado de todos. Esa operación se parece a ir sacando capas y capas hasta llegar al núcleo, al corazón del asunto. Así, la película se va desprendiendo de personajes y de acontecimientos, trasladando su narración a la cada vez más ardua lucha por la supervivencia.

La película va haciendo un pausado movimiento del realismo sucio de su primera parte (una suerte de PIZZA, BIRRA ,FASO con los personajes perdidos en el medio del campo) a la zona, si se quiere, más contemplativa y mística de la segunda, con sus implicaciones casi bíblicas (vean si esta foto no tiene un carácter «última cena»). La lucha sigue siendo contra los elementos y las circunstancias, pero a esa altura (por cuestiones que no conviene adelantar) los personajes y la naturaleza -que los cobija y también encierra- empiezan a fundirse como en una especie de comunión, si se quiere, espiritual, pero sangrienta a la vez.

Esta zona, que varios encontraron cuestionable en el filme, surge de manera bastante natural, ya esta instalada en un principio (el reformatorio tiene algo de monasterio) y crece en función de las circunstancias que los protagonistas van atravesando. La aparición de una zona de cierta religiosidad, donde algunas cuestiones pueden ser analizadas como milagros o sacrificios, va entrando en la narración de a poco, insertándose en el filme de maneras que no notamos a primera vista, hasta transformarse en dominantes en la trama.

Los cuestionamientos pasan por lo que algunos tomaron como cierta solemnidad o pomposidad en esa zona del relato. En mi opinión, la película logra mantener a raya al simbolismo obvio, pero se le anima a cierta grandilocuencia conceptual (y audiovisual, aunque en el nuevo corte la música parece haber bajado un poco su intensidad) a la que no mucho cine argentino se ha atrevido. Puede chocar por lo inesperado, se entiende, pero nunca es una trampa al espectador.

A la película se le pueden adosar cientos de influencias, da la impresión de que casi cualquier comparación le queda bien. Desde el western clásico de espacios abiertos hasta el más violento anti-western de los 70, pasando por películas del cine americano de los 70 como DELIVERANCE (LA VIOLENCIA ESTA EN NOSOTROS) o el Werner Herzog de AGUIRRE LA IRA DE DIOS. Pero también se pueden aplicar comparaciones con cierto cine de autor más contemplativo y, si se quiere, de aspiraciones místicas como cierto Tarkovsky, Rossellini o Reygadas. De hecho, hay algo en el filme (en su estructura de lento crescendo dramático, en sus paisajes, en su violencia, en su luz) que por algún motivo me lleva a verla como si fuera una película mexicana.

En algún momento se me ocurrió también que uno podía pensar la película como un recorrido por la carrera de Leonardo Favio, que LOS SALVAJES empieza como CRONICA DE UN NIÑO SOLO y termina más cerca de NAZARENO CRUZ Y EL LOBO. Fadel intenta algo parecido a ese viaje estilístico pero en una misma película, lo cual es ambicioso pero nada sencillo. Haber salido airoso de tamaño desafío en su primera película es la victoria fundamental de un cineasta que, en una época en la que el cine argentino parece conformarse con hacer distintas versiones de una misma película, parece haber tomado esos mismos procedimientos para llevarlos por nuevos caminos.

En ese sentido se la puede comparar con EL ESTUDIANTE y, en especial, con su discutido final. Ambas películas (de la misma productora y equipo) proponen narrativas que aumentan la apuesta con el correr de los minutos (de formas muy diferentes, claro) y, a la hora de cerrar el universo que abrieron, lo hacen con un golpe brutal, alejándose del ya cliché del nuevo cine argentino del final abierto, del viaje sin destino fijo, de la incertidumbre como respuesta. Como lo hicieron, también, en su rol de guionistas de CARANCHO, por ejemplo, ni Santiago Mitre en su filme ni Fadel en éste, le escapan a dar respuestas, a tomar posición, a hacerse cargo de lo que están contando. El espectador podrá estar de acuerdo o no con esas decisiones, pero sin duda marcan un cambio interesante de analizar en la siempre mutante historia del joven cine nacional.


En la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530): del jueves 4 al domingo 7/10, a las 14.30, 18 y 21; y del martes 9 al miércoles 17/10, a las 21; y en el MALBA (Figueroa Alcorta 3415), los jueves y viernes de octubre, a las 22. También se exhibe en el Cineclub Hugo del Carril (Córdoba), Espacio INCAA KM 16 (La Matanza), Espacio INCAA KM 23 (Burzaco), Espacio INCAA KM 1080 (Santiago del Estero) y Cine Universidad (Mendoza).