Estrenos: «Escándalo americano», de David O. Russell
“… The new alchemical dream is: changing one’s personality—remaking, remodeling, elevating, and polishing one’s very self… and observing, studying, and doting on it. (Me!)…” The “Me” Decade and the Third Great Awakening – Tom Wolfe Un hombre de las afueras de Nueva York y de ascendencia judía se dedica a engañar a sus clientes pidiéndoles dinero […]
“… The new alchemical dream is: changing one’s personality—remaking, remodeling, elevating, and polishing one’s very self… and observing, studying, and doting on it. (Me!)…”
The “Me” Decade and the Third Great Awakening – Tom Wolfe
Un hombre de las afueras de Nueva York y de ascendencia judía se dedica a engañar a sus clientes pidiéndoles dinero y prometiéndoles dar mucho más a cambio. Se trata de un acuerdo que él sabe de entrada que no cumplirá, pero los «giles» siguen cayendo. Para darle un poco más de respetabilidad a su turbio negocio le agrega un toque «británico»: él sabe que la gente confía más en la seriedad de una empresa cuando suena «british». Al hombre -que tiene a dos mujeres peleándose por él- lo siguen las autoridades para atraparlo con las manos en la masa pero, cuando parece que lo tienen entre las cuerdas, logra engañarlos más de una vez a ellos también. Todo, claro, transcurre hace muchos años, cuando las leyes -aparentemente- no eran tan severas como ahora y se podía vivir fuera de ciertos límites éticos y/o morales. Y todo, también, nos lo cuentan los protagonistas mediante la voz en off.
No, no estoy hablando de EL LOBO DE WALL STREET sino de ESCANDALO AMERICANO, la nueva película de David O. Russell que acaba de cosechar diez nominaciones al Oscar y parece ser una de las claras favoritas a ganarlo. La película tiene más de una coincidencia con la de Martin Scorsese y no solo en lo que respecta al personaje principal y parte de la trama. En su estilo enérgico, desaforado y por momentos hasta salvaje, el realizador de TRES REYES parece seguir muchas de las reglas establecidas por el cine del director de BUENOS MUCHACHOS. Un competente imitador, si se quiere, que a diferencia de su veterano maestro sabe cuando parar la pelota y entregar al público (y a la Academia) ese momento sensible que Scorsese suele evitar. Es por eso, suponemos, que Russell viene subiendo en las apuestas y a Martin siempre le cuesta obtener consenso. Es que Russell sabe mentir mejor. Como el protagonista de su película, nos muestra una cosa pero en el fondo nos está vendiendo otra.
ESCANDALO AMERICANO es una película curiosa. Inteligente por momentos, irritante en otros, sin tener muy en claro cuál tono le queda mejor. Russell es la clase de director que, ante la duda, le impone a sus filmes subir el volumen al máximo: todos corren, todos gritan, todo es un quilombo permanente. Una canción se pisa con la otra, la cámara flota permanentemente y nadie parece tener paciencia para nada. Como Richie, el agente del FBI que encarna Bradley Cooper, Russell es la clase de tipo que, uno imagina, no puede quedarse a escuchar el final de una historia porque se aburre y se va.
Y algo así es lo que pasa con su película, que tira giros de trama y tono cada dos minutos para sopapear a cualquier espectador que pueda potencialmente aburrirse. Los actores están «al palo» todo el tiempo en situaciones que no siempre ameritan ese tipo de intensidad. Y lo mismo pasa con la dirección de arte y el vestuario: las mujeres están vestidas como si estuvieran las 24 horas del día en Studio 54 y los hombres tienen peinados y ropas más extravagantes que los de LOS JUEGOS DEL HAMBRE. Sí, es cierto, la película transcurre a fines de los ’70, época de vestuarios imposiblemente delirantes, pero estos superan todo lo imaginado. El vestuario grita, como los actores. No sea cosa que uno se detenga a pensar un segundo.
La trama puede llegar a ser incomprensible y Russell lo sabe. Y es por eso que decidió poner el centro de atención en las relaciones entre los personajes, lo cual es una buena idea -en principio- solo que sería mejor si uno al menos entendiera cuáles son los desafíos que se les presentan y que deben resolver. Christian Bale (gordo y pelado, en el rol más mesurado de todos) encarna a Irving Rosenfeld, un hombre que tiene una tintorería que tapa su verdadero negocio: es un estafador disfrazado de prestamista. Es un hombre casado, pero en una fiesta conoce a Sydney Prosser (Amy Adams), una mujer bellísima que lo entiende a la perfección, convirtiéndose en su socia (se hace pasar por una aristócrata británica llamada Lady Edith Greensley y nadie jamás sospecha de su acento) y eventual amante. Pero Sydney no se atreve a dejar a su mujer Rosalyn (Jennifer Lawrence), una mujer bastante inestable que no parece dejarlo nunca en paz.
La pareja es atrapada por un agente del FBI, Richie DiMaso (Bradley Cooper), quien les ofrece un «arreglo» a cambio de su liberación: con su talento para el engaño, ellos deben ayudarlo a atrapar a algunos «peces gordos». De hecho, da la impresión que los arrestan solo para tenerlos como colaboradores gratuitos. A Irving se le ocurre ofrecer su «Arab Scam» o «Abdul Scam» (que fue noticia en la época como Abscam), una trampa que incluye hacer pasar a un hombre como jeque árabe y corromper a cualquiera que se tiente con los millones que él puede ofrecer a cambio.
La «víctima» que aparece es el alcalde Carmine Polito (Jeremy Renner) de Camden, New Jersey, que quiere revitalizar la decadente Atlantic City legalizando el juego y abriendo casinos. El alcalde es un tipo honesto, pero su necesidad de conseguir dinero para cumplir su sueño lo hace entrar en el juego y, encima, hacerse amigo de Irving, otro «self made man» con el que se siente identificado. La película entonces narrará cómo el grupo integrado por los estafadores y el agente del FBI intenta atrapar a éste y otros políticos de turno mientras se pelean entre sí, se tuercen las alianzas (Sydney/Edith, cansada de que Irving no deje a su mujer, empieza una relación con Richie) y se van metiendo con personajes cada vez más pesados del submundo de la política y la mafia.
Promediando el relato, Russell parece encontrar su ritmo narrativo en el absurdo. Nada es demasiado plausible (el jeque lo encarna un agente del FBI mexicano y nadie se da cuenta, digamos) pero por momentos el propio exceso y ridículo tiene su gracia. Especialmente notable es el trabajo de Lawrence, cuyo personaje tiene mayor participación en la segunda mitad y es un manojo de nervios, histeria, tensión y miedos que termina siendo convincente más por la actuación border de la chica que por el guión en sí. Un similar tipo de locura, encarnada por Cooper, suena forzada, poco creíble.
Película sobre la reinvención, las apariencias y los disfraces, ESCANDALO AMERICANO es también una celebración de la época en la que transcurre. Si la más debatida EL LOBO DE WALL STREET dejaba en evidencia que los ’90 fueron unos años de excesos desagradables, aquí esos mismos excesos parecen encantadores y hasta tiernos. Irving puede ser un estafador similar a Jordan Belfort, pero da la impresión de que se trata de un tipo redimible, o al menos bastante culposo. Russell construye una película sin villanos -lo más parecido a uno termina siendo Richie- porque parece ser la clase de cineasta que entiende que todos los personajes actúan guiados por sus propias obsesiones y miedos. Y es eso, en un punto, lo que le da a sus filmes una pátina de humanidad que los hace alejar del puro fuego de artificio.
Russell es, también, la clase de director que siente que tiene que insuflarle energía permanentemente a sus relatos, lo cual no es necesariamente un problema. Su mentor Scorsese suele hacerlo también. La diferencia, entiendo, es que en los filmes de Scorsese la intensidad/locura está relacionada a la lógica de los personajes y sus universos. En el cine de Russell, muchas veces, parece impuesta desde afuera. Eso era algo que no pasaba en su anterior película, EL LADO LUMINOSO DE LA VIDA, cuyos protagonistas eran psicológicamente inestables, pero sí pasa aquí. De hecho, la extravagante trama de persecuciones del FBI, jeques árabes y mafiosos dueños de casinos parece un claro delirio de una persona con algún desorden bipolar parecido al que tenía Cooper en el filme anterior. Pero no lo es. La «Me Decade» (los ’70) tal vez era, en los vaivenes del comportamiento social, bipolar.
La trama tiene algo de ARGO y de hasta de nuestra NUEVE REINAS, pero la puesta en escena no tiene ni la economía ni el clasicismo de esos filmes. La banda de sonido literalmente yuxtapone canciones (Steely Dan, E.L.O., Tom Jones, Bee Gees, Wings, Elton John, Donna Summer y varios etcéteras) y la narración tiene un ritmo entrecortado, de permanentes golpes de timón, que la hace cambiar de eje todo el tiempo. Es un «slapstick comedy» de los años ’30 desestructurado por un realizador que tiene un amor y una falta de respeto por los clásicos similar, en cierto sentido, al de buena parte del Nuevo Cine Americano de los ’70 o la propia Nouvelle Vague.
Russell es, claramente, un director amado por sus actores, ya que los deja llevarse puestos a sus personajes y hacer con ellos lo que quieren. Y la película tiene lo mejor y lo peor que ese sistema puede generar. Por momentos se encargan de transmitir una verdad emocional que no está en ningún guión (especialmente ellas dos), pero en otros se enamoran de su propia voz y agotan a cualquiera, como sucede en la mayoría de las escenas de Cooper, ya que por suerte Bale es el personaje más «rescatado» de todos.
En esa dualidad respira este filme que tiene momentos de enorme humanidad y comprensión de los personajes con otros en donde tenemos la impresión de estar viendo una muy elaborada fiesta de disfraces repleta de actores alcoholizados pasándola genial pero dejando completamente afuera al espectador. ESCANDALO AMERICANO es una película simpática e irritante, ridícula y sincera a la vez. Una película absurda sobre una época tan absurda como fascinante.
No sé cómo nadie ha puesto reparos en la visión tan sexista que tiene esta película. Casi todas las mujeres son neuróticas o harpías de generosos escotes. Se las cuestiona más que a los hombres.
Algo de eso hay, especialmente en el personaje de Jennifer Lawrence.
Pero Amy Adams no es tan así. Más allá de la ropa, es una mujer bastante inteligente y conflictuada emocionalmente por lo que vive. De hecho, el personaje de Bradley Cooper es diez veces más jodido…