Berlinale 2017: “Bright Nights”, de Thomas Arslan y “Ana, mon amour”, de Calin Peter Netzer

Berlinale 2017: “Bright Nights”, de Thomas Arslan y “Ana, mon amour”, de Calin Peter Netzer

por - cine, Críticas, Festivales
17 Feb, 2017 09:34 | Sin comentarios

Dos de las más atractivas películas de la competencia del Festival de Berlín fueron la road-movie alemana acerca de un padre y su hijo de viaje por Noruega y el drama psicológico rumano acerca de una pareja que atraviesa complicadas situaciones de salud mental.

BRIGHT NIGHTS, de Thomas Arslan

El director alemán, uno de los padrinos de la llamada Escuela de Berlín, retorna a Europa tras su paso por América del Norte con el western GOLD para contar otra road movie pero muy distinta a aquella que se centraba en un grupo de alemanes buscando oro en Canadá a fines del siglo XIX. Esta historia es mínima aún para los parámetros de dicha escuela que, en buena medida, renovó el lenguaje del cine alemán contemporáneo y que hoy tiene a su representante más célebre en Maren Ade y TONI ERDMANN.

Su película se centra en un padre –que está atravesando una complicada situación de pareja– y su hijo adolescente, quienes emprenden un viaje a Noruega a enterrar al abuelo, que vivía solo y alejado de su familia (y de casi todo el mundo) en un pequeño pueblo del norte de ese país. La herencia del abuelo parece reflejarse en su hijo, que está separado de su mujer, y ve poco y nada a su propio hijo. A su manera –y sin consultarlo con nadie–, el hombre decide que una buena forma de recomponer el lazo con su propio hijo es llevarlo a Noruega y, tras el entierro, hacer un viaje tipo camping con él. Es pleno verano y casi no se hace de noche en ningún momento (de ahí, el título), pero pese a la belleza del paisaje, el adolescente no tiene ni muchas ganas de viajar, de estar con su padre ni de hablar con él. Y los escenarios naturales de Noruega no parecen decirle mucho tampoco.

La película tiene pocos diálogos y pocas peripecias. Y, a diferencia de los habituales relatos que utilizan estos reencuentros para curar heridas familiares, en casi ningún momento del filme parece haber espacio para reconciliaciones o buena onda. El auto marcha y nadie habla. Las veces que tienen que conversar son solo prácticas, o bien tensas y suelen terminar en peleas. El chico raramente se saca los auriculares y ninguna de las propuestas del padre (trekking, acampar frente a un lago, etc.) lo moviliza.

Pero el padre tampoco es un modelo a seguir. Es claro que lo ignoró casi toda su vida –por motivos que no quedan muy claros pero se da a entender un pasado problemático– y, como no sabe cómo comunicarse con él, se fastidia rápidamente ante cada rechazo. Hay un tema no resuelto que aparecerá sesgadamente sobre el final, cuando la película se acerque –un poco nomás– a generar entre los protagonistas algún tipo de diálogo/debate productivo y no puramente funcional. Pero no será mucho. BRIGHT NIGHTS es una película que, como sucede con la reciente MANCHESTER BY THE SEA, no presenta a sus protagonistas (en ambos casos, un adulto y un adolescente lidiando con un entierro) resolviendo sus problemas y diferencias fácilmente a través de un proceso y/o viaje narrativo/curativo.

Arslan (y Lonergan, en el otro caso) dan a entender, sí, que la situación, potencialmente, puede mejorar. Pero nada en ese complejo universo –de padres e hijos en un caso, de tíos y sobrinos en el otro– es seguro y se encamina con claridad. La historia de lo que los distanció es muy larga y compleja como para que un guión la resuelva, mágicamente, en 75 minutos. Lo que muestra Arslan es el comienzo, apenas, de un proceso de potencial reparación. Un gesto, un deseo, hacer arrancar el motor y meter “el auto” en medio de las heladas, bellas pero neblinosas praderas de Noruega y, con suerte, salir enteros del otro lado.

 

ANA, MON AMOUR, de Calin Peter Netzer

El director de LA MIRADA DEL HIJO, película que ganó el Oso de Oro de la competencia de Berlín en 2013, regresa con un filme formal y temáticamente muy distinto al anterior pero que mantiene una línea similar con el realismo psicológico y el estilo “naturalista” de gran parte del cine rumano de la última época. Lo que Netzer cuenta aquí es una complicada historia de amor entre dos jóvenes que se conocen en la universidad. El conflicto básico está relacionado con el hecho de que ella, Ana, sufre continuos y severos ataques de pánico que la van volviendo cada vez más dependiente de él y la alejan de buena parte de la vida pública y social.

El filme está organizado de una manera no cronológica. De a poco nos daremos cuenta que las idas y vueltas en el tiempo tienen que ver con la terapia que hace Toma (el novio) y que las anécdotas se organizan en función de lo que él le cuenta a su terapeuta desde lo que parece ser el final de la historia. Si bien al principio el dispositivo es un tanto confuso, pronto la trama se organiza claramente dejando, apenas, la duda de cuáles de las historias que cuenta Toma son reales y cuáles son sueños.

La relación de ellos es codependiente al extremo y así como Ana no parece poder sobrevivir un minuto sin la ayuda de Toma, él también necesita que ella dependa de él, al punto que las mejorías de salud de Ana más que soluciones a veces aportan más problemas. Ambos tienen familias temibles que les han causado cantidad de traumas (aquí al guión se le va la mano en el catálogo de calamidades familiares que ambos parecen haber soportado) y se las van arreglando volviéndose casi una dupla que se mueve como una persona sola. Con conflictos y diferencias, sí, pero inseparables hasta para ir a confesarse con un cura.

La extraña cronología del relato nos va anticipando cosas que solo veremos bien cómo funcionan después, lo cual lleva al filme a construirse como una especie de fast forward y rewind continuo, como si nos adelantáramos en las páginas de un libro y volviéramos para atrás varias veces. Netzer arma una historia inteligente y compleja, que parte de los ataques de ella para hablar de la naturaleza un tanto enfermiza de algunas relaciones. Al punto que, llegada cierta parte del relato, uno tiene la impresión que, pese a los continuos ataques de pánico de Ana, él más complicado y problemático de ambos es Toma, por más que sus conflictos no se manifiesten de una forma tan específica.

Es cierto que por momentos el realizador se pasa de gráfico y truculento y que, en más de una ocasión, cae en psicologismos extremos –incluyendo varios análisis y lecturas psicoanalíticas de sueños– que hacen parecer a la película un largo episodio con alguno de los personajes de la serie IN TREATMENT. Pero más allá de esos pasos en falso, ANA, MON AMOUR es una película que habla de manera muy sincera y hasta cruda de las dificultades y extrañas simbiosis que existen en las relaciones de pareja, más allá (o más acá) de los problemas psiquiátricos, las pastillas y las horas de terapia.