TV: crítica de «Love» (Temporada 2)

TV: crítica de «Love» (Temporada 2)

por - Críticas, Series
19 Mar, 2017 09:10 | comentarios

La segunda temporada de la serie de Netflix, creada por Judd Apatow, Paul Rust y Lesley Arfin, profundiza en la complicada relación amorosa entre Mickey (Gillian Jacobs) y Gus (Rust), una pareja que intenta seguir junta pese a sus casi opuestas personalidades.

Lo dicen los manuales de guión: las películas suelen tener sus «finales felices» cuando las parejas se unen, pero ahí se terminan –dramática y narrativamente hablando– porque nada hay más aburrido que contar la vida de una pareja más o menos estable, por más dificultades y problemas que puedan tener en su día a día. Y si bien es claro que aquello de «y fueron felices para siempre» murió en los tiempos de los cuentos de hadas, la estabilidad no es buena amiga del drama.

Pero las series de televisión plantean un problema del que el cine no tenía que ocuparse en resolver: si se quiere que la historia, las idas y vueltas, de una pareja, se extienda durante varias temporadas, hay que encontrar una manera de dramatizar de una manera entretenida, eficaz y realista ese otro lado del «fueron felices para siempre». LOVE, como muchas de las comedias dramáticas televisivas de estos últimos años, trabaja duramente para salir de ese potencial pantano narrativo, generando drama y humor a partir de personajes conflictivos y de la minucia cotidiana, algo tomado de la escuela del stand up. Y si lo logra, es con mucho esfuerzo y gracias a una serie de factores que se potencian entre sí para superar las dificultades y problemas que vienen con el paquete.

Los que no vieron la primera temporada de esta serie creada por Judd Apatow, su coprotagonista Paul Rust y Lesley Arfin, tal vez deberían dejar de leer acá y arrancar a verla desde el principio. Para los que ya vieron la primera y tratando de no «spoilear» demasiado la segunda, la cosa es más o menos así. Gus (Rust) y Mickey (Gillian Jacobs), tras ella confesarle su serie de adicciones (al alcohol, al sexo, al amor, al cigarrillo, a lo que le pongan por delante) intentan manejarse como una pareja, más allá de que es evidente que ella no está lista ni preparada para el tipo de estabilidad que él le propone y que él, a su manera un tanto pasivo-agresiva, necesita de las dificultades y problemas de ella para erigirse en una suerte de «salvador».

Es evidente, de entrada, que las cosas se van a complicar. Pero Apatow y Rust –así como lo hicieron en la primera temporada– tratan a LOVE como una película larga y no como una serie. En lugar de pensar en 12 episodios de 30 minutos, parece que organizan el material como si fuera una sola y larga pincelada de seis horas continuas. ¿Qué quiere decir esto? Que a diferencia de la mayoría de las series de similar duración, LOVE no toma demasiadas tangentes narrativas para ir entreteniendo o «engañando» a la audiencia a lo largo de su duración. No. Va directo al grano. Esta es una temporada en la que se narra –se cuestiona, se investiga– hasta qué punto una pareja puede subsistir cuando, en principio, ni parecen estar hechos «el uno para el otro» y ni siquiera están pasando por momentos ideales en sus vidas.

Sí, hay algunas historias paralelas (laborales, en ambos casos; la clásica pareja que juega en paralelo a modo de «comic relief» y algunos otros asuntos menores), pero Apatow y Rust van directo al centro de la cuestión. Eso, como sucedió en la primera temporada, genera un esquema narrativo inusual para una serie, ya que los picos dramáticos reales solo aparecen en los últimos dos o tres episodios, algo que es inusual en la TV. Durante buena parte de esta temporada de LOVE uno puede ver venir los problemas llegar desde lejos, pero a lo largo de tres cuartas partes de su duración, es el relato de una pareja que, con sus enormes problemas, intenta ser lo más funcional posible. No existe aquí el caos constante de GIRLS ni las peripecias bizarras de CRASHING o YOU’RE THE WORST –por citar series similares, varias de ellas con Apatow como productor–, sino que es una narración continua que busca ir generando un crescendo dramático que solo tendrá resolución en los episodios finales.

Lo que propone esta temporada de LOVE es casi una larga serie de sesiones de terapia por parte de los protagonistas, de los miembros de esta pareja. Y no me refiero a terapia literal –Gus no hace ninguna, ella va a reuniones de Alcohólicos Anónimos y de SLAA, algo así como Adictos Anónimos al Sexo y al Amor– sino a la manera cariñosa pero un tanto enfermiza en la que se relacionan. Ella viene de un pasado difícil y tiene una intensidad y una carga de violencia importantes (algunos datos más de porqué actúa así se irán sabiendo al correr de la temporada) mientras que él parece ser un modoso y tierno nerd que hace lo imposible para complacer a su pareja, pero que en algún lugar termina agobiándola de distintos modos: por presión, por condescendencia, hasta por amor, si se quiere.

Esa es la trayectoria de esta temporada. De entrada Mickey dice que, antes de empezar una relación con él, debe trabajar el tema de sus adicciones… pero de todos modos la empieza. Esa «bomba hitchcockiana» lanzada en el primer episodio, se sabe, tarde o temprano tendrá que explotar. Y en algún momento lo hará. Pero para llegar a eso, Apatow y Rust proponen convivir con esta pareja en su intento de volverse estable, a su manera. Eso implicará paseos, salidas, comidas, visitas familiares y así. Casi media temporada pasa hasta que los grises empiezan a volverse más oscuros, lo cual es una apuesta por lo menos jugada. Volviendo a Hitchcock, una vez que esa «bomba» está puesta bajo la mesa (sabemos que ella no está en condiciones de manejar la relación y que la personalidad codependiente de Gus no hará más que sacar esas zonas turbias a la luz) podemos apreciar esas semanas de idilio con la tensión de saber que la mecha de la bomba se va volviendo más y más corta con cada episodio que pasa.

Si bien esa falta de conflictos serios hasta pasada media temporada tal vez no sea la forma más efectiva o tradicional del «binge-watching«, LOVE es una serie que se consume rápido (la vi en un fin de semana) gracias al carisma de los protagonistas y a las situaciones creíbles y realistas que, al menos durante la mayor parte del tiempo, los creadores del show meten a sus protagonistas. En los tres episodios finales –dos de ellos dirigidos por Joe Swanberg, quien como Lynn Shelton, que dirige otros episodios previos, es otro cineasta del indie que se gana la vida gracias a esta serie de Netflix– salen a la luz los conflictos centrales que vemos venir de entrada. Es una lástima, quizás, que parte de esa última hora se pierda en una especie de simplón juego de comedia de enredos, de puertas cerradas y abiertas, de gente escondida en placares, que no pertenecen del todo al tono más realista y sincero de la serie. Pero más allá de eso, los conflictos quedan en evidencia y abren la puerta para una nueva temporada donde los desafíos serán, seguramente, más potentes.

LOVE es una serie valiosa, inteligente y en algún punto hasta audaz, pero también es cierto que –más allá de su estructura narrativa– no logra diferenciarse del todo de muchas de las otras «comedias terapéuticas» que circulan por el mercado. Si las comedias lograron tomar la posta creativa de los dramas televisivos cuando estos empezaron a volverse previsibles o repetitivos (¿cuántas series sobre asesinos seriales o misterios policiales sin resolver se pueden seguir?), ésta y otras series de 2016 y 2017 empiezan a mostrar un potencial problema similar en lo que respecta a su propio género: ¿cuántas series sobre los problemas de pareja de hombres y mujeres en sus veintilargos o treintaytantos se pueden ver sin volverse todas demasiado similares entre sí? Es una pregunta que LOVE no responde, pero que el seguidor de este tipo de series tarde o temprano empezará a plantearse.