Cannes 2017: crítica de «Wonderstruck», de Todd Haynes

Cannes 2017: crítica de «Wonderstruck», de Todd Haynes

por - cine, Críticas, Festivales
18 May, 2017 03:59 | comentarios

El director de «Carol» y «Lejos del paraíso» volvió a crear otra obra maestra, aunque esta vez en un género inusual en él: la película de aventuras para toda la familia. Contando las historias paralelas de dos niños (una en 1927 y otra en 1977), Haynes construye un bellísimo y emocionante relato acerca de hacerse grande y descubrir las maravillas que, pese a todas las dificultades, el mundo tiene para ofrecer.

Hay buena parte del público y, especialmente, de la crítica de cine, que tiene una idea muy acotada de lo que debe verse en un festival de cine. No tiene problemas en festejar cualquier película cruenta, shockeante, miserabilista y de explotación política al uso porque supone que a eso se deben dedicar los festivales. Y cuando se encuentran con una amable y generosa maravilla, una película encantadora a la que años atrás se solía denominar «para grandes y chicos», se confunden, no entienden, la sobran. Creen que está fuera de lugar. Y ningún lugar es mejor para WONDERSTRUCK, la nueva obra maestra de ese hacedor constante de grandes películas que es Todd Haynes, que la competencia de Cannes.

La película tuvo reacciones dispares aquí en Cannes. Están los que la recibieron bien, los que la trataron con cierta condescendencia («es una película para chicos», dirán) y los que directamente la odiaron, prefiriendo la crueldad al uso y el realismo mágico de algunas películas de Europa del Este que son celebradas aquí de maneras para mí inconcebibles. En Haynes no hay «pornomiseria», no hay explotación de una situación política nacional o internacional para «incomodar a las buenas conciencias», no hay intenciones festivaleras de ningún tipo. Lo que hay es magia, amor por el cine, sabiduría respecto a su historia, sus recursos y sus posibilidades, curiosidad, talento, generosidad y una enorme capacidad para generar genuina emoción. Si esos no son los materiales que conforman una gran película, tal vez yo me haya equivocado de profesión.

Al director de POISON se lo ha tildado más de una vez de ser un cineasta talentoso pero algo frío, estudiado, de esos que han visto todas las películas y leído todos los libros de cine pero que filman más con la cabeza y la teoría que con el corazón. Si bien entiendo que algunos puedan sentir eso en algunos de sus filmes, no comparto la opinión. De SAFE en adelante (VELVET GOLDMINE, LEJOS DEL PARAISO, I’M NOT THERE, la miniserie MILDRED PIERCE y la citada CAROL), Haynes ha demostrado su capacidad camaleónica para trabajar en distintos géneros y estilos homenajeándolos y renovándolos a la vez. Y siempre con resultados extraordinarios.

WONDERSTRUCK es su ingreso en el mundo del cine para niños. Un poco a la manera de LA INVENCION DE HUGO CABRET, de UN MONSTRUO VIENE A VERME, de DONDE VIVEN LOS MONSTRUOS o de varias películas de Tim Burton y Steven Spielberg, Haynes se mete de lleno en la adaptación cinematográfica de un respetado libro infantil y lo hace con la maestría de un especialista en la materia. Puede parecer hasta atrevido decirlo, pero en el propio terreno del cine de la fascinación y los descubrimientos infantiles, de la reconstrucción familiar y la magia humanista este filme está a la altura de las mejores películas que el gran Spielberg –el gurú del género– hizo en su carrera.

Con guión del propio autor del libro, Brian Selznick (el mismo de LA INVENCION DE HUGO CABRET, con la que la película tiene muchas coincidencias narrativas y estilísticas pero otro tono, mucho más poético y menos frenético), Haynes cuenta dos historias paralelas, una que transcurre en 1927 y otra en 1977. Al comienzo puede sentirse un tanto confusa ya que la cantidad de información y de puntas narrativas que se abren parecen un tanto arbitrarias y enredadas, pero de a poco la película se va organizando para transformarse en dos «road movies» –o viajes de descubrimiento, o historias de «coming of age«– que hacen dos niños de similares edades y parecidos problemas.

En 1927 es Rose (Millicent Simmonds), una niña sorda, a la que su padre ignora, la que viaja a Nueva York desde Hoboken a ver a Lillian Mayhew, una actriz famosa de Hollywood y Broadway (Julianne Moore), a la que admira. Ella, ocupada con su carrera, tampoco parece tener mucho tiempo para la niña, que es una pequeña curiosa, creativa y distraída, y que está fascinada con armar maquetas. Y en 1977 es un niño amante de coleccionar cosas, Ben (el excelente Oakes Fegley), el que viaja a esa misma ciudad con un objetivo no tan distinto: su madre ha muerto hace poco y de su padre solo tiene como información que adquirió un libro –el que da título a la película– en una librería neoyorquina de la que posee la dirección. Y allí va Ben, solo, a buscarlo. Además, él ha quedado también sordo tras un shock eléctrico, lo que lo pone en una situación similar a la de Rose. Y en Manhattan deberá sobrevivir en una época en la que la ciudad no era el parque de diversiones al estilo Disney que es hoy sino un lugar bastante más denso, intenso y con una magia menos prefabricada y más genuina.

Ambas historias transcurren en paralelo y la película va y viene entre una y otra, permanentemente, encontrando similitudes en ambas búsquedas. La sección de 1927 está tratada como si fuera una película muda en blanco y negro de entonces, algo que Haynes hace como si hubiera nacido y filmado en la época. Lejos de la falsa imitación de EL ARTISTA, lo que hay allí es una genuina y amorosa relación con el cine de la época, con referencias a Lilian Gish y D.W. Griffith, al paso del mudo al sonoro, a la estética, la fotografía y hasta el montaje de las películas del Hollywood mudo. Y en 1977, lo mismo: Haynes filma algo más cercano a lo que vimos en VELVET GOLDMINE pero en versión norteamericana y con personajes un tanto menores en edad. Ben se topa con una Nueva York funky y vibrante, intensa y furiosa como de película de Spike Lee y retrata el lugar mejor de lo que lo hace la muy buena serie THE GET DOWN, que transcurre en la misma época y en similar escenario.

Las dos partes del filme, por un buen rato, son casi mudas, en función de la hipoacusia de los protagonistas y de la necesidad de Ben (que habla, pero no escucha ni sabe lenguaje de señas) de que le escriban en papel todo lo que tienen para decirle. Las historias de ambos coincidirán en el Museo de Ciencias Naturales de Nueva York con 50 años de diferencia, pero lo que pasará allí no tiene nada que ver con UNA NOCHE EN EL MUSEO si bien algunos de los elementos que se usan (como los dioramas) son los mismos. La historia de Ben es la central (en el museo se hará amigo de un chico latino, hijo de un hombre que trabaja allí, quien le mostrará lugares a los que nadie tiene acceso) y la más extensa de ambas. Como pueden imaginarse, las dos tramas en algún punto coincidirán. Pero tendrán que ver la película para enterarse cómo.

Utilizando referencias, figuras y temas que ya son clásicos en su cine –David Bowie, Oscar Wilde, los cielos estrellados y las familias resquebrajadas, entre otras–, Haynes construye esta emotiva experiencia de «hacerse grande» encontrando el punto justo entre la apuesta por la emoción del espectador y la necesidad de mantener un control artístico y una sutileza formal inusitadas para una producción tan grande como esta. Se ve que trabajar para Amazon –empresa gigante para la que los millones de dólares que cuesta una película es casi «cambio chico»– le permitió dar rienda suelta a su imaginación sin tener que limitarse a los compromisos del mercado. Es cierto que WONDERSTRUCK puede tener sus dificultades «comerciales» ya que es la típica película que es muy adulta para los niños y un tanto infantil para los más grandes, pero cualquier espectador que se deje llevar por la magia del cine no puede negarse a los placeres de todo tipo que el filme tiene para ofrecer.

Y si hay algo de lo que no se puede acusar a la película es que no sea capaz de emocionar hasta las lágrimas con su historia de familias rotas y sustitutas, viajes peligrosos pero fascinantes y descubrimientos constantes de niños que miran el mundo con ganas de aprehenderlo por completo. De todos los filmes de Haynes es el que, sin duda, más hará llorar a los espectadores (al menos a los que se enganchen con la propuesta) pero sin jamás rebajarse al golpe bajo sencillo y obvio, prefiriendo siempre apostar a esa emoción que llega cuando todos los elementos narrativos y estéticos de un relato confluyen entre sí para producir esa sensación. Y cuando eso sucede, la emoción golpea… y fuerte.

Ese «arcón de cosas asombrosas» al que refiere el título es la forma de enfrentarse al mundo de los dos protagonistas, dos niños a los que el descubrimiento y la curiosidad llevan a meterse en improbables y peligrosas aventuras más allá de sus limitaciones y dificultades. Y también la de Haynes, que utiliza todo tipo de recursos formales (animación stop motion, muñecos, maquetas, etc) para contar sus aventuras. Uno tiene la sensación que el director es uno más de esos niños: un chico curioso que jamás se amilanó ante las dificultades y creó un mundo en el que el cine y la vida van de la mano. Su cine es también un «arcón de cosas asombrosas», esos baúles llenos de objetos mágicos y misteriosos en los que uno puede encontrar lo que ni siquiera sabía que estaba buscando.