TV: crítica de «The Leftovers» (Temporada 3)

TV: crítica de «The Leftovers» (Temporada 3)

por - Críticas, Series
05 Jun, 2017 09:08 | comentarios

Culminó la serie de Damon Lindelof y Tom Perrotta que sobrevivió tres temporadas con muy buenas críticas pero poco rating en HBO. Lo que comenzó como un drama grave y doloroso se fue transformando en una curiosa serie fantástica para reencontrarse, sobre el final, con sus orígenes.

THE LEFTOVERS fue una serie extraña. “Maddening” (enloquecedora), como gustan decir los norteamericanos. Esa “locura” de la serie no siempre le jugó a favor, pero lo cierto es que la volvió un producto único, extraño, imprevisible. No sólo entre episodios, sino entre escena y escena. Daba la impresión a lo largo de sus últimas temporadas que los guionistas, musicalizadores, editores y directores ponían en escena todas las escenas que se les cruzaban por la cabeza y veían cuáles prendían. Algunas funcionaban. Otras, no. Y las demás, ¿quién sabe?

La serie basada originalmente en la novela de Tom Perrotta sufrió una de esas transformaciones más forzadas por motivos económicos e industriales que necesariamente creativos. Presentada como una serie sobre las consecuencias de la repentina desaparición del dos por ciento de la población mundial, tuvo una primera temporada grave, seria, oscura, sombría y hasta dolorosa. Pero la gente no la siguió. Los números mandan y Damon Lindelof (LOST) reconfiguró la serie como algo más bizarro en cuanto a tono y estilo, abrevando en sus complejas pero a la vez “alegóricas” decisiones narrativas que funcionaron, al menos durante varias temporadas, en LOST. Y la serie se volvió, de una temporada a la otra, en un producto distinto.

Comercialmente siguió sin funcionar del todo bien por lo que las partes decidieron hacer tres temporadas y terminarla, asegurándose también evitarse los problemas de la deriva narrativa eterna de LOST. Sin embargo, los temas de la serie (la muerte, el más allá, el duelo, los misterios insondables del universo) son bastante similares, por los que en sus dos ultimas temporadas THE LEFTOVERS pareció convertirse en un mix entre ambas. Menos gravedad, más desventuras y comportamientos extraños, todo metido en un sistema narrativo que disfraza y atenúa el conflicto central de la serie. Para usar una comparación se me ocurre pensar en los guiones de Charlie Kaufman, quien utiliza dispositivos igualmente intrincados para llegar a verdades simples pero profundas sobre los seres humanos.

Pero Lindelof funciona en un nivel alegórico muchísimo más alto que el de Kaufman y si bien ambos comparten el placer por las trampas y vueltas bizarras, éste lo hace de una forma mucho más grandilocuente. En THE LEFTOVERS no sólo importaban los seres humanos, sus relaciones y la manera en la que lidiaban con sus respectivos dolores, sino la existencia de Dios, del Más Allá y conceptos similares. De algún modo terminó convirtiéndose, casi sin quererlo, en unas especie de show cristiano, religioso, aún yendo en contra de algunos de los conceptos fundantes de esa religión.

En su última temporada hubo peregrinaciones por el desierto, personas que literalmente decían ser Dios, profecías de diluvios universales, un protagonista convertido en Mesías (real o falso) y una serie de giros sobre giros en la narración que dejaban desmarcado al más ingenioso. Si a eso se le suma una musicalización que se pretende audaz y por momentos hasta irónica cuando en realidad es fuertemente simbólica –y, convengamos, lo de musicalizar contra las imágenes dejó de ser original en los 90–, la serie se fue volviendo un cambalache, un vale todo, en el que a una gran escena le seguía un enorme WTF. Solo pensar en el delirio narrativo pero fuertemente alegórico del episodio 7 (que, como uno similar de la anterior temporada, se mete dentro de la cabeza del protagonista mientras está muerto) me trae dolor de cabeza. De hecho, me hace sentir que se estuvieron burlando de mí durante una hora.

Quiero ser claro: no estoy en contra de la originalidad o los delirios narrativos en una serie. Al contrario, suelo festejarlos. Pero cuando uno ve al mismo tiempo episodios de TWIN PEAKS y de THE LEFTOVERS se da cuenta la diferencia entre una verdadera lógica del sueño -la imprevisible e inexpugnable de David Lynch– y una que solo toma esas figuras pero las subraya con marcador amarillo para que todo espectador sepa bien qué significan. Pueden tener el aspecto de “dream logic”, pero los guionistas ya hicieron el trabajo del psicólogo: las escenas vienen con interpretación al pie mientras que en el mundo de Lynch hace falta un dream team de terapeutas para entender qué pasa por la cabeza de este hombre. No es el gesto formal de la lógica del sueño sino su verdadera manifestación.

Cuando estaba a punto de desmerecer toda la temporada, casi las últimas dos temporadas, los creadores se despacharon con un último episodio excelente, unos que dejó bastante de lado la bizarreada per se de los dos anteriores (el del viaje en barco y el regreso del asesino profesional) y se centró de lleno en la verdad emocional de los dos principales protagonistas, Kevin Garvey y Nora Durst. Si bien el episodio tiene su cuota de artilugios, son apenas juegos de guión para llegar al corazón de la relación entre ellos y la de ella (la extraordinaria Carrie Coon, el corazón palpitante de la serie) con la familia que perdió aquella vez. Y gracias a una gran actuación de ambos y a escenas simples y directas (conversaciones, confesiones, miradas, llantos, temores y temblores), THE LEFTOVERS volvió un poco a sus orígenes, a enfrentar de lleno el dolor del amor perdido, la muerte de los seres queridos, dejando un poco al costado los misterios del universo (o bien admitiendo un poco su carácter de fábula) y yendo al corazón del asunto: un hombre, una mujer, ambos enfrentados a sus verdades y desgarros más íntimos y personales.

Ese final me reconcilió un poco con la serie, le devolvió la emoción que para mí había perdido en medio de sus canchereadas estilísticas, bajó varios escalones su nivel y pretensión alegórica y volvió a centrarse en lo importante de la historia, como un hombre, una mujer, una familia, una comunidad, supera un trauma como el de la misteriosa desaparición de sus seres queridos. Volvió un poco a ser la serie de la primera temporada, esa que se abandonó por falta de audiencia. Seguramente la mía no es la opinión más popular al respecto (gran parte de la crítica estadounidense celebra mucho más las temporadas dos y tres), pero sigo creyendo que la serie perdió el rumbo durante buena parte de ese tiempo y lo encontró justo sobre el final, entregando uno de los cierres más bellos (alegóricos y simbólicos a más no poder, pero bello y emocionante de todos modos) de los últimos tiempos.