Festivales/Mar del Plata: Competencia Argentina (12 críticas)

Festivales/Mar del Plata: Competencia Argentina (12 críticas)

por - cine, Críticas, Festivales
18 Nov, 2017 12:02 | 1 comentario

Aquí se irán sumando, luego de sus primeras funciones oficiales (salvo en el caso de las películas ya exhibidas previamente en otros festivales, como es el caso de «Soldado»), las críticas de las películas de la competencia nacional, uno de los polos de atracción del festival.

HASTA QUE ME DESATES, de Tamae Garateguy

La nueva película de la realizadora de MUJER LOBO vuelve a apostar al formato de thriller erótico para contar una historia centrada en la relación entre un cirujano plástico y una bailarina que ha sufrido un accidente automovilístico que le ha desfigurado media cara. El trae sus problemas también ya que se le murió una paciente en plena operación y su muy burguesa vida familiar y relación de pareja están en problemas. Ella quiere que él la opere pero el cirujano se niega. De a poco comienza a surgir entre ellos una relación qué pasa de lo sexual a lo obsesivo siempre con características un tanto perversas (como tener sexo drogados con morfina o con una dominatrix) y, a su manera, romántica.

Pero si bien hay otros personajes y misterios en la trama, la película podría considerarse más un drama que un relato de suspenso, un poco más cerca en búsqueda del Cronenberg de PACTO DE AMOR o CRASH que de un Brian De Palma, aunque sin duda este también es una inspiración. Un fuerte de la película son las creíbles y por momentos muy jugadas actuaciones de los dos protagonistas, Rodrigo Guirao Díaz y Martina Garello, que tornan intensa y dramática la ambigua relación entre ambos. Lo mismo que los muy bien retratados escenarios de Puerto Madero, donde transcurre buena parte de la accion. No tan logrados son algunos apuntes/subtramas más de género (como la presencia de un hombre misterioso, entre otras) que se vuelven poco importantes, además, porque distraen de lo que, en definitiva, es más que nada una historia complicada de amor. O de amor complicado, que no es necesariamente lo mismo.

 

EL AZOTE, de José Celestino Campusano

Hay algo curioso, extraño, en el cine de Campusano. Por un lado se trata de un cineasta con un mundo, unos personajes y unas historias que ningún otro guionista podría imaginar. Son mundos (la delincuencia juvenil mirada desde un ángulo distinto, en este caso) complejos, plagados de grises, en los que un asesino es también un buen pibe incomprendido pero eso no quita que vuelva a delinquir, otro es víctima de acosos sexuales bizarros y el propio protagonista tiene zonas oscuras, por no decir turbias. Es, también, un gran narrador, capaz de incorporar en una hora y media a un montón de personajes y que cada uno sea identificable en un universo donde todos se cruzan entre sí de manera muchas veces inesperadas. No debe haber muchos guionistas de los llamados “profesionales” capaces de jugar, cual malabarista del relato, con tantas “bolas narrativas” en el aire al mismo tiempo.

Entonces: ¿por qué sus últimas películas terminan decepcionando? Habría que ir a algo muy básico. Así como es un buen constructor de historias, Campusano es un muy flojo creador de diálogos. Sus personajes lucen y se mueven de manera muy creíble pero cada vez que abren la boca para decir algo pareciera que estuvieran leyendo más los apuntes laterales del guion donde se explican motivaciones o ideas de los personajes que los diálogos mismos. No hablan, se explican. No dicen: enuncian, sentencian, hacen pronunciamientos. Eso es uno de los motivos que hacen caer a EL AZOTE en un pozo de incredulidad que tira por la borda todo lo logrado en la creación de esa compleja historia.

Por otro lado, y esto ya se ha dicho muchas veces, la consciente elección del director por trabajar con actores no profesionales es otro punto que le juega en contra. Es entendible la búsqueda y también la idea de que esos propios cuerpos sean los que relaten sus historias sin el “acabado técnico” de la actuación profesional. Pero el problema es que esos actores (ni cualquier otro, en realidad) no pueden lidiar con esos diálogos, no tienen los elementos para hacerlo, salvo excepciones (usualmente los actores adolescentes se las arreglan mejor). Y ese combo de malos diálogos dichos como en un recitado de colegio primario echan por tierra la potencia de la historia, que la tiene. No hay forma de transmitir esa complejidad y ambigüedad del mundo “escrito” cuando el resto falla.

Y en ese sentido tampoco ayuda el prolijo acabado visual, ya que otra vez va en contra de la dureza de los textos y las actuaciones. Si todo eso, como en las primeras películas del realizador, funcionara como un todo (a la manera de cineastas como Bresson y muchos de sus herederos que hicieron del actor/modelo una teoría y la conjugaron con una rigurosa puesta en escena que combinaba a la perfección) estaríamos hablando de una obra y un cineasta mayor. Pero esa rigurosidad ha desaparecido ya que cada elemento (actuaciones, diálogos, puesta, fotografía) pareciera ir por un camino distinto y muchas veces contradictorio. Es una pena, porque nadie tiene el universo que tiene Campusano ni su potencia como animal narrativo para contarlo. Un co guionista y un coach/director de actores podría servirle mucho para reencauzar su carrera.

 

TODO LO QUE VEO ES MIO, de Mariano Galperín y Román Podolsky

Esta fallida película se suma a una competencia argentina que está probando ser, lamentablemente, una de las más flojas de los últimos tiempos en este festival. Rodada en un contrastado y digital blanco y negro, la película protagonizada por Michel Noher intenta recuperar –o reimaginar– cómo fue el paso por la Argentina, entre 1918 y 1919, del artista de vanguardia francés Marcel Duchamp. La película esboza una serie de episodios en los que, muchas veces intentando imitar los formatos estéticos del propio artista plástico, se nos va contando su experiencia local y sus opiniones (conocidas) sobre lo que era la «afrancesada» Buenos Aires de entonces.

Utilizando frases de Duchamp en la voz en off y contando experiencias que vivió acá en compañía de su pareja Yvonne Chastel (Malena Sánchez), la película lo muestra en su lúdica cotidianeidad, en algunos paseos, en encuentros con personalidades de la alta sociedad local y jugando al ajedrez (su otra gran pasión), mientras escuchamos sus opiniones y comentarios acerca de su «experiencia porteña».

Con lo que parece ser un presupuesto reducido, el filme hace lo posible por darle algún atisbo de originalidad al relato a partir de utilizar cierto vanguardismo en la puesta (algo previsible, tomando en cuenta su personaje central) pero la película no hace más que girar en círculos luego de un comienzo relativamente intrigante. Las pequeñas anécdotas de Duchamp en Buenos Aires, al menos a partir de lo que se ve aquí, claramente no están a la altura de su leyenda y hacen sentir al espectador, por momentos, tan fastidiado como el propio artista debe haberse sentido en varios momentos de su estadía porteña.

 

UN VIAJE A LA LUNA, de Joaquín Cambre

Otro «coming of age» del cine nacional reciente, éste se centra en Tomás (Angelo Mutti Spinetta), un chico de 14 años con una obsesión extraña por todo lo que tenga que ver con la Luna. Su algo excéntrica familia la integran una madre bastante intensa (encarnada en modo INTENSITY NOW por Leticia Brédice), un padre que siempre parece estar con la cabeza en otra cosa (Germán Palacios, desaprovechado) y una hermana mayor un tanto insoportable también. Tomás vive atribulado por un episodio traumático de su infancia que lo hace estar medicado y visitando a un psiquiatra (Luis Machín) también bastante particular. Pero haber conocido a la «vecina de enfrente» (Angela Torres, con guitarra) le da un poco de alegría a su cotidiano caos.

Su familia planea unas vacaciones a Brasil pero él tiene planes propios, que se irán develando con el correr de la película, especialmente en su segunda mitad, cuando se vuelva un tanto más surrealista y extraña. Cambre, con un largo recorrido en videoclips y publicidad, opta por usar un estilo cercano a ese tipo de formatos para contar su película, con lo que logra algunos momentos curiosos y simpáticos (inspirados en el cine de Wes Anderson o Michel Gondry) pero que no le permite darle a la película potencia narrativa ni credibilidad. Algunos momentos musicales buenos (en una fiesta en la que Tomás baila) otros malos (literales videoclips con Angela Torres en plan estrella pop) son algunas de las incontables viñetas en la que se estructura el filme.

La idea de un coming of age que trabaje el drama familiar de una manera entre naive y cómica puede resultar buena en los papeles, pero Cambre parece pensar más en escenas y momentos de impacto que en generar la empatía necesaria con el personaje y entender un poco de qué va esa disfuncional familia que no hace más que enloquecerlo de a poco. Ni Torres –en modo Manic Pixie Dream Girl— logra salvar a la película del nudo estético y dramático en el que se mete en su última parte. Un nudo innecesario en el que no necesitaba haberse metido ya que la idea (y la posibilidad) de una mucho mejor película está siempre latente y, de a ratos, se deja ver.

 

LOS VAGOS, de Gustavo Biazzi

El director de fotografía de filmes como LA PATOTA, LOS DUEÑOS, REIMON y CASTRO, entre otras, oriundo de Misiones, «vuelve» a su provincia para contar una historia de jóvenes en un momento transicional de sus vidas, un verano que puede ser el último de su adolescencia antes de pasar a tener mayores responsabilidades. El formato fue tratado muchas veces en el cine norteamericano y suele funcionar especialmente bien en pueblos chicos o ciudades de provincia de las cuáles los jóvenes tienden a querer irse hacia grandes capitales. Biazzi aplica con mucha inteligencia ese formato a una versión local, con las particularidades culturales específicas, centrándose en un grupo de amigos pero poniendo el eje en uno de ellos, que está en pareja pero que no puede dejar de buscar aventuras a lo largo de noches de fiesta y encuentros con amigos.

Si bien la película, un poco a la manera de DAZED AND CONFUSED, de Richard Linklater (o la más reciente EVERYBODY WANTS SOME!), pone el eje en un grupo de varones sexualmente voraces y sus divertidas pero a la vez un tanto patéticas idas y vueltas con el sexo opuesto, el filme de Biazzi va de a poco dejando las desventuras cómicas para poner el eje en las consecuencias y conflictos que esa forma de actuar le va generando al protagonista. LOS VAGOS tiene, en cierto modo, la estructura de una fiesta descontrolada, que comienza con risas, alcohol y seducción pero que muchas veces termina, a la mañana siguiente, con una importante resaca y consecuencias de las que hacerse (o no) cargo.

En ese sentido la película no es previsible ya que los protagonistas no apuestan necesariamente a ser del todo simpáticos (hay algo de argentos cancheros en plan levante que los vuelve un poco irritantes) y Biazzi parece consciente de ese carácter un tanto depredador de sus criaturas. Pero, a la vez, tampoco los condena severamente. Como una especie de hermano mayor de los protagonistas, lo que hace es observarlos sin juzgarlos del todo pero dando a entender que ya pasó por eso y sabe cómo suelen terminar esas cosas. Una muy buena opera prima que recuerda con cariño (pero sin nostalgia) el final de una época en la vida.

 

REQUIEM PARA UN FILM OLVIDADO, de Ernesto Baca

El realizador de CABEZA DE PALO sigue experimentado con los materiales cinematográficos (el Súper 8, especialmente) en este nuevo collage estético que funciona mucho mejor en su apartado visual que en el narrativo. En plan autobiográfico, Baca cuenta y muestra pedazos de su historia mientras analiza la situación del cine actual (tomando como eje algunos conceptos de «La sociedad del espectáculo», de Guy Debord), en especial a partir de la pérdida del celuloide y la mercantilización de ese arte, solo preocupado en generar productos comerciales pero, según el realizador, desatendiendo motivaciones artísticas.

Lo mejor del filme está en su faceta visual, ya que Baca hace un muy buen uso, en plan collage experimental, de los materiales propios o de otros con los que cuenta, especialmente algunos autobiográficos. Donde la película falla es en lo narrativo. La permanente voz en off del director termina achatando los sentidos de un filme que funcionaría mucho mejor sin tanta didáctica narración, ya que resulta contradictoria con el carácter abierto y creativo de su propia factura. Es como si las palabras de Baca cerraran o sellaran muchos de los sentidos que su propia película abre a partir del uso de sus materiales.

 

ATERRADOS, de Demian Rugna

De lo mejor que se ha hecho en el cine de género argentino reciente, la película de Rugna funciona muy bien como thriller fantástico y película de suspenso y terror sobre extraños fenómenos sobrenaturales. Todo empieza cuando un hombre comienza a sentir ruidos extraños que en apariencia vienen de la casa del vecino para finalmente darse cuenta que esos golpes en la pared están siendo causados por su mujer quien, poseída por algún tipo de ente, rebota entre las paredes de la bañera, como si a Janet Leigh en PSICOSIS la sacudieran por los aires en lugar de acuchillarla. Y termina muriendo.

A su marido la acusan de matarla ya que, evidentemente, su justificación es bastante poco creíble para la policía, pero no habría película de no existir un grupo de especialistas (dos hombres y una mujer) que sospechan que algo está pasando en la zona. Lo interrogan acerca de sus últimas semanas y la película, en buena parte de su metraje, se dedicará mediante un raro uso del flashback, a poner al espectador en esa situación fantástica. Esta suerte de versión seria y local de GHOSTBUSTERS tendrá que lidiar con apariciones, niños muertos que no mueren del todo y siguen de algún modo “activos” y otros fenómenos inexplicables y paranormales que irán dejando muertos en el camino, incluyendo a policías y a miembros del grupo investigador.

La película de Rugna funciona por su trama concisa y, dentro de los parámetros del género, coherente. Los efectos especiales funcionan muy bien y es especialmente destacable su fotografía, que ayuda mucho a crear el clima necesario para que se produzca aquello que se da en llamar la “suspensión de la incredulidad”, hecho necesario para que películas con este tipo de planteamiento funcionen. Eso y buenas actuaciones, otra habitual debilidad del género en su variante local, que aquí está resuelta con los muy buenos trabajos de Maxi Ghione, Agustin Rittano y Elvira Onetto, entre otros.

 

BARREFONDO, de Jorge Leandro Colás

El director de muy buenos documentales como LOS PIBES y PARADOR RETIRO se mueve hacia la ficción en este filme que adapta la novela policial homónima de Félix Bruzzone. La trama se centra en Tavo (Nahuel Viale), un joven que trabaja limpiando piletas en un country del Gran Buenos Aires, siempre un poco necesitado de dinero y sutil pero continuamente humillado por los dueños de las casas en las que trabaja. A Tavo las cosas se le complican cuando un grupo de delincuentes prácticamente lo pone entre la espada y la pared para que funcione «avisando» qué casas (y cuándo) están vacías para que este grupo pueda entrar a robarlas. Tavo lo hace a regañadientes pero luego empieza a disfrutar de sus nuevos ingresos económicos, aunque su mujer sospecha de él. El problema, claro, es que la policía no tarda en ver un «patrón» sistemático en los robos y empiezan a perseguirlo, poniéndolo en otra situación igualmente complicada en el que se devela un sistema de corrupción generalizado.

Con un muy buen elenco que incluye, además, a María Soldi, Sergio Boris, Adrián Fondari, Claudio Da Passano y Osqui Guzmán, el filme no logra sin embargo crear la tensión necesaria que promete su interesante premisa. Más allá de los esfuerzos actorales o ciertos apuntes sociales del guión, nunca parece crearse del todo la atmósfera y el clima de suspenso que necesita la historia para funcionar, como si la apuesta estuviera más virada a describir lo que pasa alrededor del policial que en el policial en sí. En ese sentido, y acaso revelando su pasado como documentalista, la película mejora cuando analiza el funcionamiento clasista del sistema, pero falla cuando fuerza ciertas situaciones narrativas de una manera poco creíble.

 

LA NOSTALGIA DEL  CENTAURO, de Nicolás Torchinsky

En algún lugar recóndito de los cerros tucumanos viven Alba y Juan, una pareja de ancianos que responden a valores y costumbres de una tradición gauchesca que los trasciende. A esta altura de la vida, ya se han dicho todo, y el eco de sus voces resuena solo para dar órdenes a sus cabras o para repetir de memoria un sinfín de rimas antiguas del imaginario rural. La nostalgia del centauro espía los días y las noches de esa vida taciturna, examina algunas particularidades (la relación entre el gaucho y los caballos), mientras captura la esencia de esa calma en cuadros bucólicos de una espectacularidad única, sin caer nunca en el pintoresquismo, y plasmando un puñado de imágenes espectrales que contienen en su singularidad toda la potencia del cine. La cámara de Nicolás Torchinsky explora en lugares y detalles recónditos, como buscando el secreto de cierta magia que, aunque rústica, va revelando su extraña belleza poco a poco, como esos árboles que se dejan ver cuando la niebla de la mañana se esfuma.

Torchinsky se acerca a ellos, en principio, desde la observación más pura y dura, con la cámara mirando de cerca sus cotidianas actividades y con una fotografía cuidada que va entregando casi delicados cuadros de la vida campera. Si bien por momentos se pasa de preciosista, pronto el filme gira desde la observación para una intervención más directa, que se da a partir de algunas conversaciones entre ellos y una voz fuera de cuadro que, uno imagina, es la del realizador. Pese a algunos momentos un tanto excesivamente «pictóricos» (aunque, por suerte, jamás pintoresquistas), LA NOSTALGIA DEL  CENTAURO permanece como un retrato honesto y cercano de dos vidas alejadas de cualquier atisbo de modernidad, aferradas (para bien o para mal) a un tiempo que ya quedó en el recuerdo de la mayoría.

 

LOS CORROBORADORES, de Luis Bernárdez 

Entre el filme de suspenso y el (¿falso?) documental funciona esta muy buena película de Luis Bernárdez, que investiga acerca de la posibilidad de que Buenos Aires haya sido creada, edificio por edificio, en imitación a París por parte de una poderosa logia secreta a fines del siglo XIX.

La investigación la conduce una tal Suzanne, una periodista francesa que llega aquí siguiendo esa información y buscando pistas entre historiadores, arquitectos y otros especialistas. Quiere saber si existieron o no los «corroboradores» que dan título al filme –y que se reunían en secreto en el Jockey Club a finales del siglo XIX– o si son tan solo un mito urbano. Y los especialistas (reales todos) juegan también sosteniendo esa teoría y hablando de las sociedades arquitectónicas del Buenos Aires de entonces.

Esta búsqueda detectivesca funciona en un registro por momentos levemente humorístico apostando a que el espectador decida cuánto de real y cuánto de falso tiene el relato. Es que tanto los entrevistados como las comparaciones arquitectónicas de edificios de aquí y de allá permiten pensar que el filme tal vez sea más que un juego.

La película se alargará un poco debido a una subtrama de carácter policial que es bastante menos interesante que el centro del relato pero el espíritu (lúdico, detectivesco, de secretos y misterios) se mantendrá en todo momento. Los secretos de la bella y misteriosa Buenos Aires dan para imaginar las historias más descabelladas y, a la vez, pensar que pese a todo, pueden ser reales.

 

MANGUI FI (ESTOY ACÁ), de Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik

La presencia en Buenos Aires de gran cantidad de senegaleses en los últimos años es un fenómeno que el cine nacional todavía no había reflejado. Y esta película llega para echar cierta luz sobre el tema. A partir de seguir a dos inmigrantes de ese país que están en Argentina y viven distintas experiencias aquí, la película permite dar a conocer no sólo el fenómeno de la presencia senegalesa —que parece estar ligada a inmigrantes de una ciudad específica de aquel país, adonde viajan los realizadores siguiendo a los protagonistas— sino las particulares experiencias que ellos viven aquí y su forma de relacionarse con la Argentina.

Uno de ellos se ha integrado más, planea casarse con una argentina, tiene un trabajo ayudando como traductor a otros inmigrantes a establecerse y, si bien extraña a sus familiares, parece decidido a permanecer en el país. El otro, en cambio, no termina de sentirse a gusto en Buenos Aires (“no es tan linda como la gente cree allá”) y planea seguir viajando, probablemente a Brasil.

Las experiencias de estos y otros senegaleses en la ciudad permite dar a conocer ciertos hábitos culturales y religiosos, las relaciones que tienen con sus familias allí (a quienes envían dinero todo el tiempo y visitan cada varios años) y, especialmente, cómo ellos mismos atraviesan y analizan esas distintas experiencias. Los cineastas irán a Senegal y experimentarán cómo es la vida allí dejando casi siempre que los temas surjan a través de los propios diálogos entre los protagonistas y no en entrevistas tradicionales. La imagen de la dupla de amigos senegaleses (uno vestido con la camiseta de Ginóbili de los Spurs) caminando por la ciudad y hablando cruda y honestamente de sus experiencias locales -que incluye su buena dosis de racismo- será la que seguramente todo el mundo se llevará de esta amable pero a la vez reveladora película.

 

SOLDADO, de Manuel Abramovich

El documental del realizador del premiado corto LA REINA se centra, como su título claramente lo indica, en un soldado, un cadete del Ejército Argentino. A lo largo del filme, de carácter observacional, la cámara de Abramovich retratará las rutinas cotidianas de un ejército que no parece tener más misión que llevar adelante sus propios y clásicos rituales: marchas prolijas, cánticos casi infantiles, instrumentos afinados para músicas rudimentarias, rutinas diarias que deben cumplirse a la perfección. “Al pedo pero temprano”, como decía un General.

Sin subrayar de modo alguno lo que se ve, el director muestra esas rutinas como si fuera una suerte de teatro kabuki, de figuras recortadas en el espacio haciendo sus pasos, con su soldado protagónico cumpliéndolas a rajatabla (la explicación de cómo deben doblarse las sábanas según el día es antológica, lo mismo que algunos cánticos) pero dejando sutilmente entrever un cierto fastidio o desgano por la mecanización de su trabajo, trabajo que él eligió hacer, confiesa, un poco para darle el gusto a su madre.

El documental seguirá a su protagonista en un regreso a su hogar y también lo meterá en una situación más compleja y ambigua a partir de lo que sucede cuando otro soldado se suicida. La manera en la que sus superiores reaccionan ante esa muerte y adoctrinan al resto de sus compañeros a continuar es, acaso, el momento en que se puede sentir con más claridad una mirada crítica sobre la institución.

El resto es lo que es y Abramovich jamás ironiza de manera directa. Si las rutinas y rituales son un poco ridículas es porque, bueno, lo son y la puesta en escena plana simplemente las refleja, sin burlarse de los soldados ni de sus superiores, los que quizás pueden quedar un poco absurdos solo por su tenaz y virulenta manera de ocuparse de asuntos nimios como si se estuviera en un frente de batalla. Yo no hice “la colimba” (el servicio militar argentino), pero imagino que muchos de los que la hicieron en tiempos de relativa paz (no cuenta la época de la dictadura y menos la Guerra de Malvinas) se sentirán identificados con el soldado que oficiosa y efectivamente transpira, va, viene y se esfuerza para mantener una mitología que, al menos hoy, parece más una puesta en escena que otra cosa.

Si algo diferencia a SOLDADO de algunos otros documentales locales que retratan a personas dejándolas al borde del ridículo es que, primero, ese “ridículo” se manifiesta sin necesidad de subrayados y quizás no todos lo vean así (lo que para algunos es absurdo para otros puede ser tradición). Y, especialmente, de haber algún tipo de ironía esta se aplica sobre los poderosos y no sobre los esforzados y sacrificados soldados, los protagonistas de una situación cuyo absurdo ellos sufren y no provocan. Como LA REINA, es un filme que se identifica con las víctimas de tradiciones que, en el fondo, son humillantes, absurdas y hasta agresivas con ellos.