Series: crítica de «Black Mirror» (Temporada 4)

Series: crítica de «Black Mirror» (Temporada 4)

por - Críticas, Estrenos, Series, Streaming
05 Ene, 2018 02:09 | comentarios

La cuarta temporada de la serie británica creada por Charlie Brooker es una mezcla dispar de episodios con distintas maneras de abordar las temáticas tecnológicas ya clásicas de esta saga. Hay un muy buen episodio, un par bastante dignos y otros completamente olvidables, lo que ya es tradición en esta serie disponible en Netflix.

Nunca pude entender del todo la fascinación por BLACK MIRROR. Su nihilismo tecnológico me parece adolescente y morboso (te hago parecer fascinante algo para luego mostrarte lo horrible que es y lo horrible que podés ser al usarlo) y su mirada sobre el género humano es igualmente misantrópica. Uno podría argumentar que casi todos los episodios o minipelículas de la serie se sostienen bajo la simple idea de que la tecnología no hará más que sacar afuera lo peor que tenemos, que a partir de ella nos revelaremos como esos secretos seres horribles que finalmente somos. Y esa lectura me parece simplista, banal, programática.

No todos los episodios se sostienen según esa lógica macabra de Charlie Brooker, su creador. Cada tanto, pese a su ácido humor inglés y su negativa feroz a cualquier tipo de sentimentalismo, el hombre se permite que algún rayo de optimismo o de ambigüedad al menos penetre la férrea capa cínica del show. Difícilmente se escape de su lógica narrativa habitual (duplicar la apuesta inicial con algún giro brutal y terminar con un golpe de efecto sorpresivo), pero permite que entre el aire a la serie. De otro modo, uno ve tres minutos de un episodio y ya sabe que todo saldrá mal y que todos probarán ser gente apestosa. Lo único que no sabe es cómo será esa revelación –por que lado caerá la ficha–, pero sí cuáles son sus efectos.

En la cuarta temporada hay tres episodios que logran escapar a la lógica cruenta habitual de BLACK MIRROR. (ATENCION, ALGUNOS SPOILERS!) Uno, ya se ha dicho, es claramente el mejor de todos, titulado «Hang the DJ». Este juego de realidades virtuales y aplicaciones de citas permite hacer una metafórica pero efectiva lectura de lo que produce el universo del online dating. Curiosamente, cuando todo daba para imaginar otra macabra trampa mortal narrativa de parte de Brooker (los Tinder de este mundo son blancos fáciles para estas ideas), el hombre termina entregando una mirada esperanzada y hasta inteligente de lo que produce transitar por estos universos de identidades virtuales y contactos románticos/sexuales programados.

«Metalhead» puede no ser maravilloso pero es la versión de cine Clase B de un episodio de la serie. Breve, efectivo, sin grandes pretensiones alegóricas, es la historia de una mujer perseguida por una suerte de perro robot invencible. De algún modo es un riff sobre aquel DUEL, película de TV iniciática de Steven Spielberg. No hay demasiada trama ni explicaciones más allá de la situación que produce la persecución y la revelación un tanto banal al final y creo que eso es lo que me gustó. Tal vez, el hecho de que sea muy poco parecida al resto de la serie.

Algo parecido pasa con el episodio dirigido por Jodie Foster, «Arkangel», el que podría –con el agregado de alguna que otra subtrama– ser una película de 90 minutos tradicional. De hecho, su historia centrada en la difícil y tirante relación entre una madre y su hija con intenciones de independizarse de ella no está tan alejada, temáticamente, de celebradas películas de este año como LADY BIRD o I, TONYA, solo que aquí está el agregado narrativo/metafórico del implante tecnológico que permite a esta madre temerosa seguir las actividades de su hija en todo momento. Foster logra que el personaje de la madre –que en otras manos sería monstruoso, como el de Allison Janey en la película sobre Tonya Harding– sea comprensible y su mirada sobre ella sea, a la vez, crítica pero amable, como lo que hace Greta Gerwig con el rol de Laurie Metcalf en su filme. Son madres complicadas, difíciles y potencialmente monstruosas, pero las directoras entienden lo que les pasa y logran que uno lo entienda también, en un gesto de amabilidad raro en la serie.

El resto de los episodios son menos de lo mismo. «USS Callister» parte de un planteo narrativo ingenioso solo para caer en el circuito predecible del universo de la serie: una cadena de hechos y comportamientos horribles de parte del personaje con el que inicialmente nos identificamos para luego volver a hacernos caer en la misma trampa cuando cambiamos nuestra fidelidad como espectador a otro personaje. El planteo inicial del genio tecnológico socialmente retraido que encuentra la posibilidad de ser poderoso en un paralelo universo virtual deriva en una galería de personas horribles haciéndose cosas horribles entre sí.

«Crocodile» va por el mismo camino y, más allá de un segmento interesante ligado a la tecnología que se pone en juego y que permite reconstruir un crimen casi a la manera del BLOW UP, de Antonioni, ya sabemos desde el minuto 10 hacia dónde conducirá todo eso ya que el desenlace es prácticamente inevitable y solo podemos equivocarnos en los detalles. «Black Museum», creo, es el peor de todos: largo, como si fuera un compilado de tres subhistorias que no lograban un desarrollo independiente como episodios individuales, va forzada y mecánicamente llegando a su desenlace de forma tediosa, describiendo otra vez un mundo de gente despreciable por donde se la mire y hasta celebrando la crueldad de la supuesta heroína de la historia como si su decisión final –la que lleva al desenlace– estuviera éticamente justificada.

¿Qué es entonces BLACK MIRROR? ¿El cinismo canchero de sus peores capítulos o el ambiguo optimismo de sus mejores, que son los menos? ¿Tiene que ver con Brooker o con los directores a cargo de cada episodio? Imposible, para mí, determinarlo. He visto toda la serie y en muy pocas ocasiones me produjo la sensación de estar viendo algo inteligente o sutil. La mayor parte del tiempo siento que pierdo el tiempo con el desarrollo de algunas ideas futuristas y con tramas que, en el mejor de los casos, son ingeniosas. Pero su mirada cruenta sobre el mundo y su cinismo a prueba de todo –en la mayoría de los casos– me aburre y no me deja quebrar esa barrera que normalmente te debería permitir conectar emocionalmente con los personajes. Me quedo mirando cool gadgets y a un montón de personas horribles que hacen cosas espantosas con ellos.