Series: crítica de «Sandro de América», de Israel Adrián Caetano

Series: crítica de «Sandro de América», de Israel Adrián Caetano

por - Estrenos, Series
28 Mar, 2018 11:26 | comentarios

Más allá de las muy buenas actuaciones de sus protagonistas y de una sólida puesta en escena, la serie dirigida por el realizador de «Bolivia» no escapa a las convenciones del género biográfico, ofreciendo más un respetuoso homenaje al cantante que un producto atrapante por méritos propios.

Una reciente discusión en torno a EDHA, la serie que hizo Daniel Burman para Netflix, abría el debate respecto al nivel de este tipo de productos televisivos made in Argentina. Lo que parecía leerse allí era que EDHA era un producto terrible, lamentable, la excepción a la regla de las excelentes series argentinas. Y lo cierto es que no es así: las excepciones a la regla son las series que logran apartarse de la medianía o de la prolijidad aceptable para los actuales standards de la TV. Por decirlo de otra manera: excepción es UN GALLO PARA ESCULAPIO o, por su curiosa personalidad, HISTORIA DE UN CLAN. Tanto la serie de Burman como la mayoría de las otras –las que ví, al menos; no sé si todas– no escapan de ese gris.

De algún modo, todas ellas siguen respetando las reglas de la vieja televisión, solo que con un lustre técnico propio de una generación criada en escuelas de cine. SANDRO DE AMERICA, dirigida por Caetano, puede tener algunos elementos del cine del realizador de UN OSO ROJO y dejar entrever la clara influencia de Leonardo Favio y, especialmente, de su GATICA, EL MONO, a la hora de abordar figuras populares, pero finalmente las convenciones y los estereotipos de la televisión tradicional terminan doblándole el brazo.

Nadie esperaba que la vida de Sandro, en este tipo de hagiografía/biografía oficial, fuera un realista relato lleno de oscuridad y revelaciones, pero uno podía esperar una verdad emocional del personaje que superara el lugar común. Pero raramente lo hace. La serie tenía todos los elementos necesarios para triunfar y es por eso que resulta frustrante ver como no logra escapar de la medianía, de ese devenir prolijo y mecanizado que parece impuesto por el propio formato.

Dicho de otra manera:SANDRO DE AMERICA es una serie técnicamente sólida, con una buena cantidad de muy buenas actuaciones (especialmente las de los tres actores que encarnan al «Gitano» en las diferentes etapas de su vida) y un acercamiento honesto a la figura del cantante y de su universo, pero se deja vencer la mayor parte de las veces por un guión rancio, plagado de obviedades, frases hechas, situaciones, diálogos, monólogos y voces en off que parecen sacados de una tira de la época en la que transcurre la mayor parte de la acción, como si la intención hubiera sido esa.

La jugada, uno imagina, era la siguiente: la serie debía tener el espíritu de cierta idea de lo que fue Sandro. En cierto modo, no tener vergüenza de ser «grasa», pasada de rosca, grandilocuente, un tanto ridícula. Tiene cierta lógica la elección. En un punto es la antítesis de la película GILDA, que buscaba acercarse a un personaje popular con la elegancia de una película de autor. No. SANDRO procede con la idea de abrazar el universo que describe utilizando su propia estética. Y en lo formal sale airoso. La serie por momentos parece jugar con algo entre retro y trash, pero nunca se atreve a ir más allá, como Caetano tranquilamente podía haberlo hecho.

Por momentos lo intenta, como en varios clips o momentos musicales (a la serie se le agradece dejar las canciones enteras o casi enteras), pero tarde o temprano vuelve a caer vencida por el peso de un guión que no logra salir casi nunca del piloto automático: la madre, el amigo, el barrio, la fama, las fans, las mujeres, la enfermedad, la muerte. Sandro, el personaje, podía basar sus canciones en ese tipo de mitologías populares (o figuras retóricas), pero cualquiera que lo haya escuchado hablar sabía que tenía un ingenio, una inteligencia y un humor que la serie pocas veces refleja.

Por el lado actoral no hay reproches. Tanto Agustín Sullivan como Marco Antonio Caponi y Antonio Grimau logran encontrar el tono justo para las distintas etapas (la inocente, la conflictuada y la madura) de Sandro y no molesta el paso de un actor a otro. Lo que sí sobra es la voz en off, uno de esos recursos que habría que erradicar de estos productos, salvo que cumplan otro tipo de función que la que tienen en la mayoría de las series.

Pero con buenas actuaciones y una realización prolija no se llega a armar un gran producto cuando pocas situaciones dramáticas son realmente convincentes. Del octavo episodio en adelante, además, la serie parece estirarse de maneras imposibles, dedicándole capítulos enteros a uno o dos asuntos, y manejando las escenas con la baja intensidad a largo plazo de una tira anual. SANDRO DE AMERICA era una película o, a lo sumo, una serie de hasta 6, 8 episodios. Llevarla a 13 implica lo que aquí llamaríamos un largo «guitarreo»: estirar la canción hasta cumplir con las horas que tiene que durar el show.

El problema es que, al menos en la versión de la vida de Sandro que se cuenta aquí, no hay tantos ingredientes que sostengan más de 9 horas de ficción. En un momento la serie loopea sobre sí misma, se fagocita, se repite como en un espejo infinito. Y son solo algunos momentos los que la sacan de la monotonía: una actuación musical (tanto Sullivan como Caponi están perfectos a la hora de capturar la personalidad de Sandro en escena), alguna aparición especial (la China Suárez y Lali Espósito aportan chispazos de intensidad en sus participaciones), escenas que hacen crecer algunos actores del extenso elenco (como Luis Machín, Marina Bellati, Marcelo Sein, entre otros) y algunos «videoclips» que tienen una suerte de nostálgica simpatía.

Pero uno sabe que la mano de Caetano da para mucho más que esto, que el formato atenta muchas veces contra talentos, como el suyo, criados en base a la cultura cinematográfica. El peso por momentos casi teatral de las acciones (algo que se nota más en la segunda mitad, cuando Sandro se encierra casi todo el tiempo en su casa de Banfield) no condice del todo con las virtudes de su cine, que suele funcionar en buena medida a partir de la propulsión narrativa creada a partir de la puesta en escena, no del drama que se crea a partir de la acumulación de diálogos. Eso es televisión (o, llegado el caso, el teatro más tradicional) y Caetano viene del cine. Y el choque entre ambos sistemas es más que evidente aquí. Por mucho oficio, recursos y buena dirección de actores que el hombre le ponga, es muy difícil sostener el peso de un producto que se desinfla por su propio sistema de producción.

Volviendo a la discusión sobre EDHA: las series locales, salvo excepciones, no han logrado escaparle a la pesada carga de la televisión argentina. Y por más directores, equipos técnicos profesionales y elencos que busquen hacer algo diferente, el sistema se los termina fagocitando inevitablemente. Y no se trata, necesariamente, de productores o guionistas a los que no les importe o no quieran hacer un gran producto sino que, inconscientemente, se aferran a lo probado y conocido por miedo a dar un salto al vacío. Sin ese salto, Roberto Sánchez habría seguido siendo un chico que tocaba la guitarra y la armónica en boliches del Conurbano. A veces hace falta decirle al otro cantante, al timorato, que de un paso al costado, agarrar el micrófono y atreverse a hacer algo que, al menos en Argentina, nunca nadie había hecho antes. Así en la música como en el cine y en la televisión.