Columna: mis problemas con las series

Columna: mis problemas con las series

por - Series, Streaming
14 Jul, 2019 05:07 | comentarios

¿Las series están en crisis o el que está en crisis con las series soy yo? Una pregunta abierta a los lectores y un ejercicio de pensar en qué se ha convertido un formato que prometía revolucionar el consumo audiovisual en el siglo XXI y que hoy parece repetirse en fórmulas ya probadas.

No sé muy bien por qué les cuento esto, pero supongo que en alguna medida (me) intento explicar los motivos y circunstancias que me llevaron a entrar en crisis con el consumo de series. Hay dos o tres hechos coincidentes y personales. Por un lado, tras la eterna tarea de trabajar en la programación de la sección de un festival de cine sentí que necesitaba descanso de cierto tipo de películas, llamémosla, «difíciles». Me refiero a buena parte del cine de autor que se presenta en ese tipo de festivales. Más allá de la mejor o peor calidad de cada una de esas películas, después de ver alrededor de 200 ejemplares uno necesita una suerte de vacaciones de esa suerte de subgénero.

Este año fue más fuerte que otros para mi por la cantidad de películas vistas y el )poco) tiempo empleado en hacerlo. Por eso es que me tomé 15 días de vacaciones en los que no vi más que un par de películas de superhéroes en viajes de avión (AQUAMAN y CAPITANA MARVEL) y tampoco las pude disfrutar demasiado. Ver algún que otro título comercial de estreno reciente (TOY STORY 4, la nueva de SPIDER-MAN) me dejó en claro que todavía no estaba preparado para regresar al cine. Son películas que a todos gustaron más que a mí. Yo las atravesé como quien mira una publicidad que vio mil veces: eran imágenes que pasaban delante de mis ojos pero mi cabeza estaba en otro lado.

«Years and Years»

La opción clásica de «descanso» post-festivalera –además de la música, la lectura o, bueno, la abstinencia de consumir productos audiovisuales– suelen ser las series. Demandan una atención menor, son accesibles, se consumen rápido y, si son buenas, se disfrutan bastante. Así lo hice pero, a diferencia de otros años, no funcionó. Empecé por ASI NOS VEN, de Ava DuVernay: no llegué a terminar el segundo episodio. Luego arranqué con BETTER THINGS, una serie que me gusta bastante y que anda por la tercera temporada: la dejé de ver, bastante irritado, al cuarto episodio. Iba a intentarlo con STRANGER THINGS o BIG LITTLE LIES, pero ya preveía que me iba a suceder algo parecido. Al día de hoy solo vi el primer episodio de la segunda y no me tentó para nada continuar. Y ni me acerqué a la tercera temporada de THE HANDMAID’S TALE.

Pero lo peor sucedió con YEARS AND YEARS. Venía leyendo muchas recomendaciones sobre la serie y me pareció que era un opción posible para estas semanas en las que uno busca un entretenimiento accesible y, si se quiere, una narrativa clásica y eficiente. El primer episodio me interesó, el segundo un poco menos y promediando el tercero sentí que estaba desbarrancando hacia ninguna parte. Por inercia la seguí viendo hasta el final y no hizo más que empeorar, al punto de terminar de verla no solo con un poco de vergüenza ajena sino hasta con desconfianza acerca de las recomendaciones que circulan por los medios norteamericanos y las redes sociales. Podría hasta decir que YEARS AND YEARS me hizo entrar en crisis con el consumo de series. No vi nada desde entonces. No sé si estoy preparado para retomar el consumo. Siento que algo se rompió ahí entre ellas y yo.

«Better Things»

El «problema de las series», creo, excede mi experiencia y me imagino que es algo que tarde o temprano empezará a ser tema de conversación general: ¿Estamos ante una saturación de series? ¿Se hacen segundas y terceras temporadas de miniseries que funcionaron solo para aprovechar el envión sin ninguna idea por detrás? ¿Hay ideas visuales e historias más o menos originales que justifiquen la existencia de más de 500 series anuales? Creo que no las hay. Que el formato entró en la etapa «cancha de paddle/parripollo» como se conoce en Argentina a las modas que empiezan a extenderse tanto que finalmente cansan. Hace cinco, diez años cada nueva serie parecía ofrecer una posibilidad de descubrimiento, de encontrar algo interesante en términos narrativos (más en lo que respecta a personajes que a audacias formales) en una época en la que gran parte del consumo cinematográfico comercial se limita a los superhéroes, la animación, el terror o cierto vetusto y lustroso cine europeo que llega aquí a las salas. Pero siento que hoy eso va camino a desaparecer. O, al menos, atraviesa una severa crisis.

Se huelen las fórmulas, se repiten los esquemas, se extiende la vida útil de historias que no dan para más y, salvo pocas excepciones (TWIN PEAKS es el ejemplo más claro) no hay ningún tipo de innovación formal en ellas. Son pocas las nuevas series que apasionan –algunas son pasables y simpáticas pero raramente más que eso– y muy pocas las «veteranas» que mantienen su nivel después de varias temporadas. Y hasta las miniseries, como la citada YEARS AND YEARS, atraviesan similares problemas: demandan menos compromiso horario, es cierto, pero muy pocas veces cumplen con lo que prometen. Y lo más curioso es que la industria serial se ha vuelto tan poderosa que ya no hay muchas voces «autorizadas» que se levanten a criticarlas. El poder de la industria es tal que hoy ya tiene un importante grupo de periodistas/influencers/groupies que se dedican a promocionarlas a cambio de viajes, entrevistas y selfies con famosos. Y uno no puede confiar en nadie.

Richard Pryor – «Live in Concert» (1979)

En cine, pese a todo, sigue habiendo un rigor y una virulencia crítica con los productos que se consideran malos (ver si no el pésimo recibimiento que tuvo en Estados Unidos EL REY LEON cuando se conocieron las críticas reales, unas horas después de publicarse los elogios de los influencers que habían ido a ver la premiere mundial), pero no encuentro ese rigor en la crítica de series. No digo acá en la Argentina, que es prácticamente inexistente, sino en los Estados Unidos. Sea por el motivo que fuere (la necesidad de contar con publicidad en una economía mediática complicada o la de la propia prensa televisiva para conservar la credibilidad de un formato de moda y asegurarse así sus propios trabajos), lo cierto es que no siento que haya verdad en el análisis televisivo. Hay fanatismo, de mayor o menor grado. O «kioscos».

El descanso entonces se volvió una búsqueda de explicaciones y finalmente una especie de crisis: si el cine comercial no me provoca nada y las series cada vez menos, ¿sobre qué escribir? ¿para qué mantener este sitio? Todavía no tengo respuestas. Supongo que con el tiempo y el descanso volveré a retomar mi pasión por el cine más independiente, de arte y de autor (que, digámoslo todo, es otro mundillo plagado de fórmulas con el que también estoy teniendo mis problemas). Y volverán a aparecer buenas películas comerciales. Y algunas series valdrán la pena. Pero ahora todo me parece oscuro, deprimente, triste. La sensación de que las fórmulas se llevan puesto todo y que ninguna «industria» puede escapar a ese reciclamiento de lo probado.

Por ahora mi descanso está en ver deporte (que tiene sus propios problemas, fíjense si no en la Copa América) y en el stand up, un mundo que conozco relativamente poco pero me resulta apasionante. Estoy seguro que cuando me ponga al día y vea decenas de especiales nuevos de cada año me sucederá lo mismo: veré la fórmula, la repetición, el sistema, el menos de lo mismo. Pero por ahora lo investigo como quien busca descifrar bien cómo funciona ese tan fascinante sistema humorístico/confesional. Para salir de la crisis de consumo hogareño me están resultando una buena opción. Si les gusta el género y están, al igual que yo, un tanto hartos de invertir decenas de horas en series o miniseries que terminan decepcionándolos, les recomiendo algunos clásicos del género que están en Netflix.

Eddie Murphy – «Delirious» (1983)

RICHARD PRYOR: LIVE IN CONCERT (1979) es considerado por muchos el mejor show de stand up de la historia: es una maravilla de humor social, político, racial y hasta performático, con un intensísimo y transpirado Pryor imitando los sonidos y «el habla» de animales, objetos y lo que se los ocurra con un ingenio infinito. Igual o más profano –un tanto más torpe y políticamente incorrecto de una manera que hoy no se permitiría, pero con una potencia y energía propias de un predicador desquiciado– está otro clásico: DELIRIOUS, del entonces jovencisimo (tenia 22 años; el show es de 1983) Eddie Murphy. Sus imitaciones son increíbles aunque el show no es apto para «espíritus sensibles». Y, para cerrar, otro clásico que sí funciona con todo tipo de público: Jerry Seinfeld. En 1997, luego de terminar su serie hizo unos shows para «retirar» su repertorio de muchos años. I’M TELLING YOU FOR THE LAST TIME es el título de la despedida que Jerry le da a esas observaciones, algunas de las cuales seguramente ya escucharon los que vieron SEINFELD. Es puro disfrute, en la época de oro de un comediante que hoy siempre parece estar al borde de convertirse en una parodia de sí mismo.

Me queda como curiosidad preguntarles a ustedes si les sucede algo parecido, si se empezaron a cansar de las series, a notar sus repetitivas fórmulas, su falta de ideas nuevas, su rechazo a romper moldes formales y si están siendo más selectivos que antes con el género. ¿O soy simplemente yo? Imagino que no, que más allá de mi agotamiento personal, hay algo que no está funcionando demasiado bien en el negocio y es hora de revisarlo. Mientras eso no suceda, me/nos quedará las risas que –en una hora y sin más compromiso de tiempo que ése– nos puede generar el mejor stand up. Se los recomiendo. No cura nada, pero como decían en una vieja revista que compraban mis padres, son un remedio infalible.