Estrenos online: crítica de «Bloody Nose, Empty Pockets», de Bill Ross IV y Turner Ross

Estrenos online: crítica de «Bloody Nose, Empty Pockets», de Bill Ross IV y Turner Ross

Esta película se centra en el último día de un tugurio en Las Vegas que nos permite conocer la vidas y las relaciones de los habitués de este típico «bar de borrachos» en vías de extinción.

Cada tugurio de barrio tiene su propia historia. En BLOODY NOSE, EMPTY POCKETS lo que se nos presenta es el último día en la vida de uno de ellos: The Roaring 20s, en la parte de Las Vegas que no tiene mucho que ver con los enormes casinos que han hecho famosa a la ciudad. Es un típico bar de habitués, donde todos se conocen entre sí –algunos más, otros menos; algunos solo dentro del local, otros también afuera– y saben los problemas, vicios y costumbres de cada uno. Es un bar en donde lo que menos importa es la estética o la calidad de los tragos –es el típico bar de esos que se vuelven para hipsters casi a su pesar– sino la sensación de extraña comunidad, de familia, que allí se vive y se siente.

A lo largo de su duración, la película narrará cronológicamente esa última jornada, una que arranca desde la mañana, con la televisión prendida y algunos bebedores que llegan temprano o bien duermen alguna que otra noche en los sillones del lugar. El barman es un tipo simpatico y amable, con una larga barba y talento para cantar y tocar la guitarra, algo que a veces hace para entretener a los «fieles». Con el correr de las horas será reemplazado por una mujer que ronda los cuarentaypico y que tiene a su hijo adolescente dando vueltas por las afueras del lugar junto a algunos amigos.

Pero el centro de atención son los parroquianos. Y el film se dedicará a acompañarlos a lo largo de esas horas y sucesivos tragos. Uno de ellos es actor ocasional (se parece bastante a Seymour Cassel, lo que le da a la película un tono aún más cassavetiano) pero sin casa ni trabajo, por lo que casi vive dentro del bar y se quedará sin lugar donde dormir al cerrar. Hay otro tipo, australiano, que tiene la costumbre de bajarse los pantalones cuando empieza a tomar envión alcohólico. Uno es un ex combatiente de Vietnam, afroamericano, que parece ser el más emocionalmente torturado de todos (o al menos el que lleva su trauma de modo más evidente). Luego llegará una mujer trans, negra también, que hará su show performático. Hay un veterano al que le dicen «Einstein» por motivos visualmente obvios. Una mujer de 60 orgullosa porque «no se me han caído las tetas», un hombre de traje y corbata de esos que se ponen agresivos después de unas cuántas copas, otro veterano de pelo largo del que todas parecen enamoradas y algunos más.

Salvo excepciones, no se contará aquí mucho de las vidas privadas de cada uno –no es un confesionario ni un show de actuaciones intensas–, sino que la vibración del film será la que uno puede sentir en un lugar así: ir pasando de charla en charla –algunas más coherentes que otras–, de canción en canción –que pasan en el jukebox o que cantan– y observar más que nada los rostros en primer plano, las maneras en las que estas personas se conectan y comunican entre sí. Son, claramente, una familia muy disfuncional, pero a la vez queda claro –lo digan o no– que se tienen el uno al otro y que eso es para muchos un sostén clave en sus seguramente problemáticas vidas. El cierre del bar, claro, los deja en la calle. Quizás no físicamente, pero sí en lo emocional. Y los hermanos Ross capturan a la perfección esa simpática pero también dolorosa comedia humana.

LO QUE SIGUE EN LOS DOS PARRAFOS SIGUIENTES ES UN POTENCIAL SPOILER

Me resultó muy raro haberme enterado que muy poco de lo que se ve aquí es real, en el sentido de lo que uno espera en un documental tradicional. La película se filmó en New Orleans, no en Las Vegas (salvo algunos exteriores). Los habitués del bar no lo son: fueron elegidos en un casting. La película no se rodó en un día sino en dos. Y los diálogos, si bien fueron improvisados, partieron en muchos casos de temas sugeridos por los directores. Creo que el alcohol consumido es real, sino habría que darles un Oscar a todos ellos.

¿Esto invalida la película? ¿O tan solo la convierte en una de ficción? ¿Por qué, entonces, los Ross insisten en llamar a BLOODY NOSE, EMPTY POCKETS «documental»? Lo primero lo descartaría: enterarse de todo eso puede ser raro y de entrada hasta decepcionante por la forma en la que uno se conecta con esas personas, pero también eso se siente en las ficciones y no es un problema ahí. Es cierto que la definición convencional de documental es problemática aquí –si nadie la hubiera usado esto no sería un tema–, pero si uno presta atención es bastante claro que las emociones que la película genera a partir de los personajes es auténtica, creíble y, en un sentido cinematográfico profundo, verdadera, más allá de las discusiones que uno pueda tener respecto a este concepto. De todos modos, la decepción inicial es bastante inevitable. Es con el paso de los días que uno va cambiando de opinión y valorando la película por lo que es, más allá de las técnicas utilizadas.

FIN DE ZONA DE SPOILERS

La película maneja de una manera muy cuidadosa y sutil el sonido y el montaje, logrando transmitir la sensación de cercanía con los personajes a través de un montón de conversaciones que se adivinan paralelas. Algo similar pasa con la fotografía, ya que logran darle «verdad cinematográfica» a ese lugar (y a los exteriores) de una manera igualmente precisa. Si algo sobra en la «trama» es la historia del hijo de la barwoman y sus amigos, puesta quizás para dar a entender que este tipo de cultura y de personajes seguramente seguirá existiendo por generaciones y generaciones. En medio de una pandemia que ha trastocado todos los lazos sociales –especialmente los de este tipo de personas–, BLOODY NOSE, EMPTY POCKETS queda como testimonio de ese tipo de conexión amistosa, humana y familiar que muchos necesitan para seguir subsistiendo.