Festival de Toronto: crítica de «Ahed’s Knee», de Nadav Lapid (Special Presentations)

Festival de Toronto: crítica de «Ahed’s Knee», de Nadav Lapid (Special Presentations)

por - Críticas
14 Sep, 2021 12:51 | Sin comentarios

La nueva película del director de «Sinónimos», premiada en Cannes, se centra en un cineasta que viaja a un pueblo a presentar un film suyo y se topa con una situación de censura.

Nadav Lapid es un cineasta nervioso, furioso, tenso. Y sus películas también lo son. Siempre parecen estar a punto de explotar, de autodestruirse entre electrizados y constantes movimientos de cámara, saltos de edición de los que Godard estaría orgulloso y actores cuyos ojos lanzan rayos endemoniados llenos de rabia y de dolor. AHED’S KNEE es todo eso, una suerte de grito primal cinematográfico que es también una virulenta crítica política y que esconde –o disimula– un dolor humano, reconocible, familiar. Es una película como ninguna otra suya, pero suya como todas las que hizo, solo que más áspera, desnuda y abierta como el desierto en el que durante gran parte transcurre.

El director premiado en la Berlinale con el Oso de Oro por su brillante SYNONYMS, que transcurría en París, está de regreso en Israel, país con el que tiene una evidente relación de amor/odio en la que el odio –o la frustración– parece estar ganando la batalla. Uno puede suponer que el punto de partida debe haber sido una anécdota chiquita pero seguramente muy relevante para Lapid. Especulando, imagino que el director tuvo que ir a presentar alguna de sus películas a un centro cultural de una pequeña ciudad israelí y le quisieron hacer firmar un documento en el que aclarara cuál era el propósito y los temas que trataba el film en cuestión y de los que iba a hablar en la charla posterior, entre los cuáles no estaban incluidos los que más le interesaban. A partir de ahí, AHED’S KNEE.

En su abigarrado y muy godardiano inicio, Lapid presenta a un director haciendo un casting para un proyecto que tiene entre manos. El realizador «Y» (se lo llama solo así y lo interpreta el coreógrafo Avshalom Pollak) quiere hacer una película sobre el caso de la activista plaestina Ahed Tamimi que fue agredida online por un político israelí que tuiteó que había que dispararle en la rodilla. Y el principio de la película lo encuentra lidiando con el elenco, las finanzas y el guión de ese proyecto. Pero pronto el asunto cambia de eje ya que Y es invitado a presentar una película suya en un espacio cultural en Sapir, una pequeña ciudad en medio del desierto de Arava. Y marcha allí, en una avioneta llena de soldados.

La descripción de la trama no sirve para explicar la caótica energía que el film tiene desde su inicio. La cámara va y viene como manejada por un camarógrafo que está aprendiendo a usarla y que se divierte girando caóticamente alrededor de los personajes, se distrae observando cosas que nada tienen que ver, en principio, con la «acción» y funciona con su propia brújula y obsesiones en detalles. Algo parecido pasa con la edición, que no responde a ninguno de esos métodos que enseñan en las escuelas de cine. Y si bien la «trama» se encontrará a sí misma estando en Arava, la cámara seguirá haciendo de las suyas por su lado.

Y se acomoda en una pequeña casa que le han alquilado en Sapir y allí lo recibe Yahalom (Nur Fibak). La joven mujer –él imaginaba, por los emails, a otro tipo de persona– es la encargada de la organización del evento y es una fanática de su cine. En lo que parece casi una parodia de un film de Hong Sangsoo, el realizador y la joven empiezan a hablar y hay un claro proceso de seducción mutua en funcionamiento. En minutos están tirados en un sillón hablando a una distancia que de «social» no tiene nada. Pero todo queda ahí. No solo eso, sino que empieza a enredarse cuando Yahalom le da a Y una carta que tiene que firmar. Sí, la carta antes mencionada.

El director Y, que es un intenso de temer –como casi todos los personajes del cine de Lapid– empieza a darse cuenta que está en una especie de trampa ética. La película que va a presentar, que casi no vemos, habla de temas no incluidos en las listas. De hecho, de lo que habla es de cosas que podrían hacer que cancelen la proyección, especialmente si saca esos temas en el debate posterior. Fundamentalmente, lo que quiere hacer es una brutal crítica al estado de Israel y, en especial, a su política respecto a los palestinos. Yahalom le dice que la carta es una formalidad sin importancia, pero a Y la cuestión lo subleva.

AHED’S KNEE es el politizado 8 1/2 de un director que se siente marginado por la política de un gobierno al que la cultura la importa poco y nada, especialmente cuando sus temas son críticos con la imagen del país. Y a lo largo de una serie de anécdotas y situaciones cada vez más bizarras e intensas –hay números musicales con soldados, por ejemplo, o covers de Guns N’ Roses cantados en vivo–, Lapid va ir dando rienda suelta a su furia, su bronca y su descontento, aún sabiendo que puede herir gente en el camino, como la propia Yahalom, una funcionaria que se encuentra, acaso a su pesar, entre la espada y la pared.

Las conversaciones de Y con Yahalom, su enojo con el (poco) público de la proyección y con su desinterés en hacerle preguntas relevantes, sus diálogos con otros personajes con los que se cruza y, especialmente, sus charlas telefónicas con su madre guionista enferma de cáncer (la mamá de Lapid, que falleció recientemente, era editora de sus películas) irán marcando los pasos de una película que quizás también canalice otros dolores del realizador. Y acaso la más poderosa de todas esas escenas sea un flashback a sus épocas en el servicio militar, en el que atraviesa una situación muy pero muy complicada. O eso parece…

Más una descarga furiosa que una película convencional en el sentido «comercial» de la palabra –se escribió, se filmó y se editó en dos meses–, AHED’S KNEE encuentra también en su propia forma otra manera de romper esos límites y estructuras. En casi todos sus rubros técnicos (pero especialmente en los movimientos salvajes de la cámara, que son ya una marca registrada del cine del director de POLICEMAN pero aquí van todavía un poco más lejos), la película también trata de romper ese «multiple choice» de posibilidades que otorga el «Ministerio de Cómo Hay que Hacer las Cosas». Así como hay otros temas de los que hablar –dice Y, dice Lapid–, también hay otros modos para hacerlo.

Sorpresivamente, AHED’S KNEE ganó el Premio del Jurado en la competencia del Festival de Cannes. Y digo sorpresivamente porque este tipo de películas tan personales suelen perder en los consensos de jurados. ¿Quién sabe? Acaso a Spike Lee algunas de las decisiones creativas de Lapid, especialmente los momentos de musical agitprop que posee, le deben haber fascinado. Pero los premios para este tipo de películas son lo de menos. Casi se podría decir que son contraproducentes, que terminan celebrando lo que la propia película intenta criticar, ese mito del «gran cine políticamente correcto de alfombra roja» que Y desprecia. No sé qué pensará Lapid del tema, pero estoy seguro que si hubieran llamado a su salvaje alter ego cinematográfico el tipo ni siquiera habría ido a retirarlo.