Festival de Toronto: crítica de «Silent Land», de Aga Woszczyńska (Platform)

Festival de Toronto: crítica de «Silent Land», de Aga Woszczyńska (Platform)

por - cine, Críticas, Festivales
13 Sep, 2021 02:15 | 1 comentario

Una pareja polaca va de vacaciones a una bella casona italiana frente al mar y una serie de acontecimientos que ambos viven allí pone en peligro su relación. En la sección competitiva Plaform.

Las vacaciones en Italia son un clásico del cine internacional, tanto el de autor como el comercial. Pero desde VIAJE A ITALIA, de Roberto Rossellini, a esta parte, los espectadores harían bien en desconfiar cuando una pareja decide ir a pasar unas semanitas placenteras a algunos de los tantos bellísimos lugares que hay en ese país. Así que apenas vemos a los protagonistas de este film polaco, dos jóvenes blondos, ya ubicados en una hermosa casa con vista y salida al mar en Cerdeña lo primero que pensamos es cuánto tiempo tardará en arruinarse todo.

Y no, no tarda mucho. El primer problema con el que se encuentran Adam (Dobromir Dymecki) y Anna (Agnieszka Zulewska) es evidente: la piscina está vacía y rota. El dueño de la casa, italiano, les ofrece un descuento en el alquiler, una cena gratis en su restaurante, pero la pareja educadamente se niega. Quieren la pileta arreglada, era parte del «paquete». A regañadientes el dueño acepta y al otro día la pareja se despierta con los fuertes golpes de Rahim, un hombre joven y apuesto arreglando el asunto.

Inteligentemente, la realizadora juega con las expectativas del espectador respecto al conflicto que se viene. ¿Será que el dueño de la casa planea vengarse con una tortura sonora eterna que hará sus vacaciones un infierno? ¿O los planos a los abdominales del trabajador, que Anna mira disimuladamente, marcan la pauta de algún asunto de celos y desventuras sexuales? Nada de eso sucede, aunque se puede especular que el propio Adam pudo haber pensado en esas posibilidades.

No, lo que pasa es más extraño y caprichoso: el laburante en cuestión, que es un inmigrante árabe, se tropieza con su propio equipo, cae de espaldas en la piscina semivacía y se muere allí. El dueño de la casa llegará al lugar y luego lo hará la policía, todos viejos conocidos entre sí que se tratan como familia. Y tomando en cuenta que se trató de un accidente –y que hay que cuidar a los turistas–, el caso parecerá cerrarse rápidamente con una excusa al pasar que nadie parece querer siquiera investigar.

Pero pronto las cámaras de seguridad del lugar develarán otras cosas y todo empezará a embarrarse un poco más. Pero no tanto por el lado de las autoridades sino en la relación de la pareja, que empieza a cuestionarse sus actitudes, a mirarse con cierto fastidio, en especial cuando sus historias se contradicen públicamente o cuando uno deja mal parado al otro adelante de terceros.

La aparición de una pareja de franceses (encarnados por Jean-Marc Barr y Alma Jodorovsky) no hará más que sacar los conflictos todavía más afuera y de ahí en adelante la película pondrá toda su mirada en la evidente disolución de los lazos de la rubia dupla polaca. Allí entran a talar discusiones sobre la masculinidad, los miedos, el coraje, la vergüenza, los privilegios y, especialmente, críticas que tendrán que ver con la inseguridad de Adam a la hora de tomar decisiones, algo que pudo tener que ver con la muerte en cuestión.

Si bien es un escenario ya recorrido el de las parejas que empiezan un proceso de combustión interna en medio de vacaciones en lugares paradisíacos, Woszczyńska encuentra resquicios para darle algunos toques de originalidad, logrando crear una serie de ejes que corren en paralelo al central –la forma de vida en un pueblo con amplia presencia militar, el trato a los inmigrantes, el lado oscuro del negocio del turismo– que le agregan otros elementos de interés al relato.

Pero lo central sigue siendo observar el creciente distanciamiento de esta pareja que habla poco pero dice mucho con el silencio, la mirada y el cuerpo. Algo parecido pasa en SILENT LAND, una película que funciona mejor cuando la realizadora no se entrega del todo al folclore local o turístico –el «cocoliche» de inglés malo de los italianos es gracioso solo un rato y la pareja francesa cumple más una función narrativa que otra cosa– y prefiere transmitir mediante encuadres un tanto torcidos y ligeramente desencajados la manera en la que esos dos turistas de vacaciones terminan siendo también víctimas de sus propias indecisiones.