Festival de Rotterdam 2022: 23 críticas

Festival de Rotterdam 2022: 23 críticas

Acá iré subiendo las críticas de las películas de todas las secciones del Festival de Rotterdam que se realiza este año de forma online.

Acá iré sumando críticas de las películas del Festival de Rotterdam 2022, que este año se hará prácticamente por completo de modo online por los motivos por todos conocidos. Además de las que vaya viendo durante y después del certamen en sí –las películas estarán disponibles online para la prensa acreditada hasta mediados de febrero–, les dejo aquí links a varias críticas de films que se exhibieron antes en otros festivales y que ya fueron publicadas previamente aquí. Excepcionalmente las críticas de algunas películas se publicarán por separado. Este post se irá renovando diariamente, así que a los interesados en las novedades de Rotterdam los invito a visitarlo a menudo.


TIGER COMPETITION


EAMI, de Paz Encina. Esta película fascinante, compleja, visualmente abrumadora y narrativamente poco menos que inexpugnable marca los cambios y la evolución de la carrera de la realizadora de HAMACA PARAGUAYA en los años que pasaron desde aquella opera prima hasta hoy. Mucho más experimental en su forma y subyugante en sus manejos de los espacios, los climas y los tonos tanto desde la imagen como desde el sonido, EAMI funciona más como una experiencia sensorial que como una narración dramática. Que la tiene, de todos modos, solo que la mejor manera de apreciarla es dejándose llevar por la visualmente bella abstracción de la propuesta.

Mezcla de ficción y documental, EAMI se centra en una comunidad indígena que fue desplazada de su hábitat natural, en el Chaco paraguayo. Los Ayoreo Totobiegosode viven prácticamente sin contactarse con otros, con usos y costumbres antiquísimos e historias que se van pasando de generación en generación. Aquí Eami es una niña que funciona como narradora (en off, como si las voces la atravesaran) de muchas de esas historias y tradiciones, ligadas a las creencias de su gente. Y así nos vamos enterando de la muerte y destrucción que los rodean.

Es cierto que por momentos se hace difícil entender bien esas historias –el lenguaje poético de las voces en off no es del todo fácil de interpretar y el personaje en un momento toma características de algún tipo de espíritu–, pero la película deja en claro cuáles son sus ejes centrales (salvar a su pueblo del mal que representa la «civilización», despedirse del lugar que habitaron) y hace que el espectador se concentre más en la puesta en escena, en las imágenes que captura, en las capas sonoras y en la manera en la que el tiempo va alterando los escenarios a través del uso del color.

En ese sentido, EAMI es más un intento de reconstruir la experiencia de vivir en una comunidad con creencias del tipo animistas, poniendo al espectador en contacto con la naturaleza en sus formas más misteriosas. Lejos de construir una estructura narrativa occidental para contar los problemas de la comunidad, Encina elige usar los modos de representación propios de los ayoreo para retratar como se vive allí, cuáles son sus historias, creencias y leyendas. El espectador puede perderse, es cierto, pero la propuesta estética y visual es coherente con la política. La solución a los problemas de la comunidad no solo pasa por tratar de no perder las tierras sino también por sostener su manera de mirar y entender el mundo.


ACHROME, de Maria Ignatenko. Este drama bélico pone el acento en los problemas éticos que vive Maris, un joven de los países bálticos durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial, en la que se ve obligado a unirse a los nazis, algo que toma como una suerte de llamado religioso. En sus recorridos empieza a ser testigo de un horror desconocido para él, ligado a ciertos comportamientos abusivos de otros soldados, especialmente con las mujeres que encuentran en los pueblos que recorren. Para Maris, es un límite que no parece estar dispuesto a atravesar, aunque el no hacerlo termine metiéndolo en problemas.

Con un tono denso, severo y oscuro que remeda a películas similares de Fred Kelemen, Sharunas Bartas o Aleksei German Jr, pero sin llegar casi nunca a los niveles de densidad audiovisual y moral de los films bélicos realizador por aquellos cineastas. Sus ideas son claras y elocuentes, pero ACHROME rápidamente se vuelve confusa, reiterativa, no logra ir más allá del planteo que enuncia de entrada y reitera hasta el final. Sí, la guerra es un horror inhumano y bestial. Y sí, muchos de los habitantes de los países invadidos por los nazis fueron colaboracionistas por convicción y no solo por necesidad.


PROYECTO FANTASMA, de Roberto Doveris. Pablo sueña con convertirse en actor pero hasta ahora lo mejor que ha conseguido en ese terreno es «actuar» como paciente en ensayos de futuros médicos, que le hacen preguntas ante la mirada de sus severos profesores. En esas divertidas escenas del inicio podemos conocer un poco más a Pablo (Juan Cano), la manera en la que trata de incomodar a los estudiantes con sus respuestas y, si es posible, seducirlos también. La película se centrará en su vida, en su complicada relación con su pareja –un famoso youtuber–, sus amigues, su perro, sus vecinos y sus deseos de triunfar en lo suyo, posibilidad que terminará llegando.

En paralelo, casi como un reflejo y eco misterioso de todo lo que sucede, una suerte de fantasma parece recorrer su departamento. Trazado con líneas animadas, ese «espectro» no solo mueve cosas en la casa sino que asusta al perro y, finalmente, probará también tener conocimientos de asuntos bastante más específicos. Por allí aparece Violeta Castillo, la cantante pop argentina que interpreta una versión de sí misma, una artista de gira que se relaciona también de una manera un tanto extraña con Pablo.

Comedia juvenil, coming of age muy siglo XXI en el que se cruzan las redes sociales, las militancias, los sueños artísticos y las peleas entre amigues y parejas, PROYECTO FANTASMA incluye también un recorrido por el mundo de la actuación y del cine. Tanto en ese ámbito como en todos los demás, el film de Doveris tiene una mirada generosa sobre los mundos y los personajes que retrata, personas que tratan de encontrar sus respectivos caminos en sus vidas, tanto en la vida real como en la virtual, cargando con sus fantasmitas encima.


YAMABUKI, de Yamasaki Juichiro. Lo primero que cualquiera notará al acercarse a esta película es que esta filmada en celuloide, más específicamente en 16mm., y su granulosa imagen permitirá acercarse a esta curiosa historia de una manera especial, ya que le da a todo lo que se cuenta una gracia que quizás de otra manera no tendría. El digital se ha convertido en un formato tan usado y de look tan intercambiable que cuando uno ve películas con este tipo de imagen ya se predispone bien. Los personajes ayudan también a generar un buen clima, con sus particularidades y extrañezas. Quizás la película termine siendo menos interesante y consistente de lo que promete de entrada, pero ese encanto no lo termina de perder nunca.

Los personajes principales son dos y durante gran parte del film están por separado, aunque ambos viven en una pequeña ciudad de Japón. La joven Yamabuki que le da título al film es una adolescente que va a la escuela, una chica interesada en causas diversas y que trata, a su manera, de militarlas, pese a la oposición de su padre, que es policía. Su militancia consiste en pararse en una esquina con un cartel y esperar que se vaya sumando gente a la propuesta, cosa que no siempre pasa. O, cuando pasa, los que se suman en realidad tienen otras intenciones: son curiosos, pasaban por ahí o, en un caso, es un chico que está enamorado de ella.

En paralelo se nos cuenta la vida de Chang-su, un coreano que trabaja en Japón y que supo ser jinete de caballos. Vive con su novia y la hija de ella, pero cuando consigue finalmente que lo pongan full time en su trabajo, sufrirá un accidente que le complicará las cosas, accidente que –él no lo sabe– pudo haber sido indirectamente causado por el padre de Yamabuki. Otra serie de incidentes que atraviesa Chang-su lo llevarán a cruzarse ya si más directamente con la chica, uniendo las dos puntas de este disgregado, amable pero un poco inconsecuente relato.


MALINTZIN 17, de Eugenio Polgovsky y Mara Polgovsky (México). Eugenio, el padre, filma a una paloma haciendo un nido en un cable que atraviesa la calle Malintzin, en Coyoacán, Ciudad de México. La que observa el procedimiento es Milena, su pequeña hija. Y la conversación surge de ahí: la niña está preocupada por la supervivencia de la paloma, el padre le explica, la pequeña bromea con que debe ser una paloma robot o algo así que está escapando de los monstruos que habitan en el árbol y por eso no puso el nido allí. El padre se ríe y la invita a continuar su historia. La cámara, en tanto, va captando la vida que aparece por los rincones en esa transitada calle. Personas que venden garrafas de gas, otras que limpian las calles, algún aparente romance apresurado, sonidos de bocinas y así. Un día, unos días, de padre e hija observando la vida transcurrir y ajustando el lazo entre ambos.

Uno podría suponer que estas escenas fueron filmadas por alguien confinado y con tiempo libre en la pandemia, pero está muy lejos de ser eso. Solo al final, con un breve cartel, MALINTZIN 17 dirá que lo que vimos fue filmado por Polgovsky durante una semana de septiembre de 2016. Eugenio falleció casi un año después, sorpresivamente, a los 40 años. Y estas imágenes –y esta cariñosa relación– capturadas a lo largo de unos días se transformaron en una suerte de testamento fílmico y personal que su hermana Mara rescató, estructuró, editó, sonorizó y realizó todos los demás procesos que la depositan ahora frente a los espectadores.

El film es más que un bello y sentido homenaje al realizador de TROPICO DE CANCER y LOS HEREDEROS a partir del rescate y organización de materiales inéditos. Se trata de un cariñoso retrato de un vínculo, el que existe entre un padre y su hija. Observando a la paloma proteger el nido para luego cuidar a su «retoño», MALINTZIN 17 juega de una manera sencilla pero emotiva con la relación que existe entre el cineasta y su hija, cuyos diálogos en medio de las tomas dejan en dolorosa evidencia el afecto que existía entre ambos. Allí cantan, bromean, hasta tienen alguna discusión, pero lo que trasciende a partir de la voz de Eugenio (al que no se ve) y la mirada de Milena es algo parecido a la sensación de puro amor que puede existir entre un padre y su hija.

El documental observará también el mundo que los rodea. Y si bien no pasará por ahí lo central de la narración, lo que se muestre ahí será más que coherente con el resto de la obra del realizador, ya que Polgovsky era un cineasta preocupado por la realidad social mexicana. Lo mismo sucederá con algunos apuntes ambientales –tanto visuales como surgidos de simpáticas conversaciones entre padre e hija– que se cuelan en el breve film. MALINTZIN 17, además, tiene una extraordinaria y bella calidad audiovisual, gracias al trabajo de muchos prestigiosos colaboradores que se sumaron al proyecto, como el cineasta Pedro González Rubio (el director de ALAMAR, que es coeditor aquí) y el sonidista Javier Umpierrez (MEMORIA) que hizo además la música, entre otros.

Si bien es cierto que la cercanía que uno pueda tener con lo que sucedió en la vida real afecta mucho la relación con lo que se muestra en la pantalla, mi sensación es que la película trasciende y mucho el carácter de «home movie» narrando algo íntimo que también es universal y que se escapa a los detalles específicos de la vida del cineasta y de su familia. Conocí a Eugenio –con quien compartí varios festivales de cine y lo acompañé en una de las etapas de su film MITOTE— y también colaboré con Mara en un libro que publicó sobre su hermano, por lo que claramente no puedo del todo separar la emoción que me generan estas imágenes con ese vínculo, por mínimo que sea. Pero, de todos modos, al ver estos momentos amorosos capturados por el director me da la sensación que esa emoción es ineludible y que puede repercutir en cualquiera que se acerque a ella, sin necesidad de conocer la historia que hay por detrás. Y eso es lo que la transforma en una excelente obra cinematográfica.


EXCESS WILL SAVE US, de Morgane Dziurla-Petit (Francia/Suecia) De todas las formas posibles de transformar un corto en un largo la realizadora francesa radicada en Suecia optó por una bastante original. En lugar de estirar el corto, completarlo de una manera tradicional o usarlo apenas como base para algo distinto, lo que Dziurla-Petit hizo fue, literalmente, seguir la historia en un sentido documental. Esto implica volver a incluir el corto (o una versión nueva del mismo) y contar lo que pasó con los personajes después, incluyendo a la propia existencia del corto en cuestión en el que todo el elenco participó y ahora regresa.

Algo facilitó la elección del formato: el film original tenía como protagonistas a la propia familia de la directora interpretando versiones de sí mismos con la colaboración de algunos actores. No era (ni es) estrictamente un documental, pero sí se trata de uno de esos híbridos en los que mucho del mundo real se cuela. No solo los protagonistas sino también algunas partes de la historia. Difícil saber qué es real y qué no es. Y eso es parte del mérito de esta audaz y simpática película.

El corto, que se llama igual que el largo, contaba un episodio en la vida de una familia oriunda de un pequeño pueblito de pocos habitantes de la zona de Pas-de-Calais, el mismo área y el mismo tipo de gente que pulula por las películas de Bruno Dumont. Ese episodio estaba ligado a la obsesión de estas pocas personas (que incluye a padres, tíos y hasta una supuesta prima de la realizadora) por probar que había terroristas tratando de atacar su olvidado pueblo sin motivos aparentes. Luego se contarán otras oscuras historias y obsesiones (perros salvajes que matan gallinas, una muerte sospechosa, una tensa elección municipal) hasta mostrar cómo la familia lidia con el estreno del corto previo en el festival de cine de Clermont-Ferrand.

Lo más rico y complejo vendrá después, ya que la prima de la realizadora tiene un novio marroquí que su padre no quiere y al que la chica quiere invitar al casamiento de su papá con una nueva mujer. En paralelo se contará la historia de la madre de esa chica, que ya no está entre ellos pero que ha dejado su marca allí. En tanto, los más simpáticos y atolondrados padres de la realizadora, tras su éxito festivalero, sueñan con irse del pueblo para vivir donde «los quieren y son famosos».

En una película que incluye la sorprendente llegada del COVID y el pequeño caos que eso provoca (que no es tan grave ya que hay poquísimos habitantes en ese lugar), Dziurla-Petit logra analizar las raras maneras en las que la realidad política se cuela en las vidas de estos campesinos, en sus problemas con los inmigrantes y en el deseo de muchos de salir de allí y abrirse a nuevas experiencias, alejándose tanto del caos familiar como de las limitaciones ideológicas de la gente del lugar. Es que, por más simpáticos que muchos de ellos nos puedan parecer, son personas no muy abiertas a cambios o a aceptar nueva gente.

Y también se volverá un film muy rico en ambigüedades cuando se ponga a analizar las consecuencias que el éxito de este tipo de películas puede tener para sus propios protagonistas. Más de una vez uno se preguntó qué sucede con los actores naturales o no profesionales que actúan en films festivaleros y que, luego de haber filmado y viajado a grandes eventos internacionales, deben retomar sus vidas previas. Aquí, de una manera lúdica y probablemente tan ficticia como varias de las cosas que se ven en el film, la realizadora trata de narrar esas nuevas formas, muchas veces contradictorias, en las que deberán entender sus vidas.


KAFKA FOR KIDS, de Roee Rosen (Israel). Una muy buena, audaz e inteligente idea estirada por más tiempo que lo aconsejable, este film del siempre provocativo realizador israelí tiene una premisa y un arranque más que promisorio. La película se organiza como la transmisión de un programa de televisión infantil en el que una pareja de presentadores y músicos intentan contar, mediante animación, una adaptación de «La metamorfosis«, de Franz Kafka. Y así arrancan con su historia hasta que se topan con problemas cuando otro personaje entra al set para aclararles que, por expreso pedido del autor, no se deberían hacer representaciones visuales del insecto en el que se transforma el protagonista ya que legalmente podrían tener problemas. Es así que la historia trata de continuar lidiando o atravesando esos conflictos que existen por fuera del relato.

Entre canciones, la continuidad de la trama de la novela, curiosas publicidades sobre comida y otros problemas en el set del programa, KAFKA FOR KIDS va avanzando pero su simpático inicio empieza a tornarse repetitivo, ya que la propia historia de «La metamorfosis» empieza a volverse secundaria a los potenciales conflictos. Por suerte, en un momento, Rosen cambia radicalmente la propuesta y la engancha con un film en apariencia completamente distinto en el que una mujer (interpretada por la misma actriz que hacía de la inocente presentadora del programa de TV, Hani Furstenberg, que está idéntica a Liv Ullmann en los años ’70) da una conferencia pública un tanto bizarra sobre las diferentes concepciones legales de lo que es ser menor de edad en los territorios ocupados por Israel, ya que los niños palestinos son allí considerados legalmente punibles a partir de los 12 años en lugar de los 18 que se usa para los israelíes.

El tema y el estilo se presentan de un modo tan distinto allí que uno puede creer que cambió de canal o que alguien se confundió de película. Pero las conexiones aparecerán pronto, cuando el discurso se empiece a apoyar cada vez más en las, ejem, «kafkianas» interpretaciones de la ley israelí y la mujer empiece a hablar sobre lo que es la infancia, sobre quiénes manejan el poder y la opinión pública, todos temas bastante similares a los que presentaba el programa infantil. Allí queda claro que eso de «Kafka for Kids» puede hablar de los problemas de Gregorio Samsa pero, más que nada, se refiere a la curiosa aplicación de las leyes israelíes en los territorios ocupados.


THE PLAINS, de David Easteal


BIG SCREEN COMPETITION


MI VACIO Y YO, de Adrián Silvestre (España) Este film de ficción se apoya en las experiencias reales de su protagonista, una joven trans francesa que reside en Barcelona y que trabaja atendiendo en un call-center pero sueña con ser diseñadora. Parte de su recorrido navegando a través de cuestiones de género se narra aquí, comenzando por su decisión, un tanto sorpresiva hasta para ella misma, de empezar a transicionar, con los miedos y desafíos que eso conlleva en paralelo a su complicado camino por el mundo de las citas online, yendo de fracaso en fracaso y de una situación complicada a otra, casi sin respiro.

Raphi es una chica que se ilusiona con encontrar el hombre perfecto («el príncipe azul», como ella misma reconoce) con el que formar una relación estable, algo que parece imposible de conseguir y que fracasa aún con las personas y en los momentos más promisorios. Dudando respecto de hacer o no la operación de cambio de sexo se acerca a grupos de mujeres que ya han pasado por similar situación y a la vez se involucra con un grupo de teatro que la convoca a contar su historia. Todos estos descubrimientos terminan siendo más importantes para Raphi que las citas o los hombres con los que lidia. Es allí que aprende a valorarse a sí misma sin esperar todo el tiempo la aceptación ajena.

Silvestre cuenta de una forma muy honesta, fresca y humana los conflictos y contradicciones que vive Raphi ligados a los cambios que atraviesa y a sus comprensibles inseguridades. Quizás MI VACIO Y YO pueda no ser el film más complejo, inventivo o relevante hecho sobre este tema, pero sí es uno que se acerca a sus protagonistas de un modo franco, uno que por momentos se asemeja bastante al registro documental. Queda claro, especialmente, en los momentos en los que Raphi se acerca a grupos de ayuda/debate y a la compañía teatral, que mucho de lo que se cuenta aquí tiene aspecto de reconstrucción de algo previamente vivido. Y eso atraviesa toda esta modesta pero íntegra película sobre las distintas transiciones que su protagonista debe hacer. Las exteriores, sí, pero también las otras, las que llevan a aceptarse y a quererse a sí misma.


ASSAULT, de Adilkhan Yerzhanov (Kazajistán) Esta curiosa mezcla de film de acción y comedia negra del prolífico director kazajo de YELLOW CAT y THE OWNERS parte de una premisa arriesgada por la mezcla entre lo violento y lo absurdo pero de a poco va encontrándole el tempo y la lógica, una que va más allá que el chiste de negrísimo humor. Es que el film comienza con un ataque violento a una escuela en Karatas de parte de un grupo de enmascarados silenciosos que entran al lugar –ubicado en lo que parece ser el medio de la nada– mientras docentes y personal de seguridad están ocupados en sus asuntos y matan a uno de los alumnos, tomando de rehenes a los otros, entre ellos al hijo del profesor de matemáticas que está lidiando con su ex mujer por los papeles de divorcio y que, cuando oye el ataque, sale corriendo dejando a los alumnos a su suerte. Sí, inclusive a su propio hijo.

Todo tiene un tono de comedia raro. No parece lo más apropiado del mundo bromear con una situación tan crítica que involucra a chicos muertos o tomados como rehenes, pero esa es la propuesta aquí, al menos el tono que maneja de entrada. El punto es que, como los especialistas en lidiar con este tipo de situaciones están a un par de días de distancia de viaje del lugar (una tormenta de nieve lo complica todo), los adultos que están en ese momento alrededor del colegio deciden poner manos a la obra y ser ellos mismos los encargados de recuperar la escuela y salvar a los chicos.

Es obvio de entrada que ninguno de ellos sabe lo que está haciendo. Además del profesor de matemáticas y su mujer está el director de la escuela, el encargado de seguridad (que bebe más de lo que debería), un policía local, un maestro de gimnasia y un hombre con algunos problemas mentales, todos claramente incapacitados para la tarea de rescate y ninguno con capacidad para el trabajo en equipo. Y ese tono con algo de la película argentina LA ODISEA DE LOS GILES es lo que prima al principio aquí: ver cómo todos estos inútiles se pelean para luego ponerse de acuerdo, entrenar para rescatar a los chicos y, con algo de suerte, poner manos a la obra.

De a poco –cada escena va acercándose, con un reloj en pantalla, a la hora del asalto en cuestión– la película irá perdiendo el tono cómico y ganará en gravedad, en función de ciertos descubrimientos que hacen y situaciones que atraviesan, hasta llegar a lo que promete el título que tiene lugar al final de un film extraño, inquietante, que generará risas incómodas y que propone lecturas políticas igualmente discutibles ligadas a la justicia por mano propia.

Yerzhanov es un director inteligente que sabe cómo extraer humor visual de cada escena –su tono siempre está cerca al de Aki Kaurismaki, aunque aquí se nota menos que en otros films suyos– y que acá debe lidiar con un tema que da más para la angustia que para las bromas, especialmente en Kazajistán, que ha sufrido ataques escolares parecidos. Y si logra salir más o menos bien parado del desafío es gracias a eso, a saber transmitir el horror sin mostrarlo y generar inquietud en el espectador desde el fuera de campo.


HARBOUR


NEPTUNE FROST, de Saul Williams & Anisia Uzeyman (Estados Unidos/Ruanda) Este musical futurista (afrofuturista) tan fascinante como peculiar, extravagante de principio a fin, es una propuesta inclasificable. Presentada el año pasado en la Quincena de Realizadores de Cannes, se trata de una película que combina la energía de un musical en vivo con una diatriba política que involucra temas raciales, de género, de tecnología y, fundamentalmente, de lucha por el poder de parte de un grupo oprimido. Acaso su historia sea un tanto confusa y su desarrollo, por expansivo y generoso, termine volviéndose un tanto excesivo, pero se trata de un producto alejado de cualquier convención, más cerca del cine de Glauber Rocha que de cualquier musical convencional, una suerte de viaje lisérgico al corazón de las tinieblas.

Los protagonistas son dos. Un hombre (que se hace llamar Martyr Loser King) escapa de una mina de coltan –el material que se usa para hacer celulares– tras ser testigo del asesinato de su hermano. Viaja hacia un lugar extraño en el que hay una comunidad de hackers que trata de luchar contra los dueños de internet que son algo así como los dueños del mundo en esa realidad ligeramente paralela. La otra protagonista es Neptune, una persona intersex (interpretada, alternativamente, por un actor y una actriz) que llega también a ese lugar, con su propia historia y objetivos. A través de ambos y mediante números musicales que involucran géneros como el soul, el hip-hop y ritmos tribales africanos, entre otros, NEPTUNE FROST más que contar una historia va adentrándonos en un mundo en el que un grupo de rebeldes tecnológicos tratan de hacer caer al sistema que los oprime.

Si bien sobre el final su carácter militante se hace más evidente (además de Glauber Rocha, por su tono alegórico y fantástico, uno puede pensar también en ciertas películas de Pino Solanas), la película filmada en Burundi funciona durante gran parte de su tiempo como un relato comunitario, de experiencias y visiones, de canciones y danzas, en la que el espectador se va adentrando en las vidas de algunos miembros de este extravagante grupo en el que existen personajes de nombres como Psicología, Historia y Memoria, y en el que, a falta de sutileza (los diálogos van de lo poético a lo subrayado), lo que sobra es potencia, creatividad e imaginación. La experiencia es similar a meterse en el medio de un escenario con una troupe de actores, cantantes y bailarines ejecutando algún tipo de ceremonia cuyo fin último es, ni más ni menos, que la revolución.

BENEDICTION, de Terence Davies

CORSINI INTERPRETA A BLOMBERG Y MACIEL, de Mariano Llinás

CLARA SOLA, de Nathalie Alvarez Messen

EL GRAN MOVIMIENTO, de Kiro Russo

HIT THE ROAD, de Panah Panahi

MEDUSA, de Anita Rocha de Silveira

NOCHE DE FUEGO, de Tatiana Huezo

QUIEN LO IMPIDE, de Jonás Trueba


BRIGHT FUTURE


AS IN HEAVEN, de Tea Lindeburg

ELES TRANSPORTAN A MORTE, de Helena Girón y Samuel M. Delgado

THE CATHEDRAL, de Ricky D’Ambrose


LIMELIGHT


FRANCE, de Bruno Dumont