Estrenos online: crítica de «Kimi: alguien está escuchando», de Steven Soderbergh (HBO Max)
Este muy efectivo y relevante thriller del director de «Sexo, mentiras y video» se centra en una chica encerrada en su departamento que escucha online lo que parece ser un crimen. Con Zoe Kravitz, estreno de HBO Max.
Si hay alguien indicado para filmar en pandemia, ese es Steven Soderbergh. El tipo ha hecho películas pequeñísimas y casi artesanales, como SIDE EFFECTS o BUBBLE, cuando no había pandemia a la vista y también ha hecho producciones grandes, como la reciente NI UN PASO EN FALSO con reconstrucción de época y todo, en medio de la pandemia. Se trata de unas de esas restricciones que para el más experimental de los directores del mainstream (o viceversa) se vuelven desafíos a superar. KIMI es uno de ellos. Una película que parece armada en función de las limitaciones del COVID pero que en realidad no lo está. El hombre utiliza las restricciones más por necesidad de la historia que cuenta que por las condiciones de producción.
Este atrapante thriller conecta con muchas de las preocupaciones actuales pero lo hace de una manera bastante natural y que no se siente forzada. Es una película que habla sobre el espionaje online, la violencia de género, la vida virtual y las fobias sociales acrecentadas por las cuarentenas pero que incorpora todos estos temas dentro de un film de suspenso hitchcockiano que opera, fundamentalmente, a partir de dos elementos constitutivos del cine: la imagen y el sonido. KIMI mezcla clásicos como LA VENTANA INDISCRETA, VERTIGO y LA CONVERSACION pero de una manera lúdica, referenciando a esas películas casi a modo de broma y tomando las expectativas que el espectador pueda crearse a partir de esas conexiones para disparar hacia otros lados.
El guión del veterano David Koepp (el de JURASSIC PARK y LA HABITACION DEL PANICO, con el que este film se conecta, entre muchos otros títulos) podría ser, de entrada, el de alguno de los muchos e intercambiables relatos de suspenso que hoy ya directamente se parodian (el clásico esquema LA MUJER EN LA VENTANA), pero pronto veremos que las intenciones de Soderbergh son otras. Kimi no es el nombre de la protagonista sino de un aparatito tipo Alexa al que uno le pide que prenda la luz, que toque alguna canción o tonterías similares. Creado por una corporación llamada Amygdala, Kimi escucha y graba más de lo que uno supone, supuestamente para ir mejorando su comprensión de las necesidades del usuario pero quizás también por otros motivos.
Angela Childs (Zoë Kravitz, de inminente aparición como Catwoman/Gatúbela en la nueva BATMAN) es una de las muchas personas que trabajan para esa corporación desde sus casas. Lo suyo consiste en ir escuchando «errores» que Kimi comete y arreglarlos, que es una de las maneras en las que el sistema «aprende» a entender mejor a los humanos. Para la chica es el trabajo perfecto ya que, en medio de la pandemia (la que aparece en la ficción de un modo completamente natural) le permite hacerlo desde su casa. Su problema, de todos modos, excede el miedo al COVID. En realidad la chica tiene fobia de salir a la calle –da la impresión que hace muchísimo que no lo hace– por algún episodio de su pasado reciente. Los confinamientos no son un problema para Angela sino que casi una solución.
Entre conversaciones con su madre, su psicóloga, un affaire complicado con un vecino que vive en el departamento de enfrente (la bellísima casa de Angela, incomprensiblemente grande para alguien con su trabajo, tiene un hitchcockiano y abierto ventanal que le permite ver a quienes viven alrededor suyo y viceversa), Angela un día se topa con uno de esos mensajes a corregir y, en medio de la música, logra descifrar los gritos de una mujer que está siendo abusada o violentada de algún modo. Pero nadie parece querer ayudarla demasiado a resolver el problema –la corporación está por entrar a la Bolsa y sus jefes no quieren escándalos de ese tipo– y su único aliado es un técnico que trabaja para Amygdala pero que vive en Rumania. Así que, si quiere resolver el entuerto y ayudar, si es que está a tiempo, a esta víctima, no le quedará otra que salir a la calle.
Durante más de la mitad de sus ajustados 90 minutos, KIMI se desarrolla en la casa de Angela (y online), siguiendo los pasos de su vida cotidiana y de su investigación. Soderbergh rápidamente gira el eje de lo que parecía ser un thriller de espionaje visual a uno auditivo. Mediante un inteligente uso de la banda sonora, el director de CONTAGIO va llevando al espectador a concentrarse en lo que escucha, imitando lo que la protagonista oye, silencios y ruidos que no solo están online sino también en el mundo real. ¿Qué es lo que escuchó? ¿Qué pasa ahí? ¿Qué rol juega Kimi en todo esto?
Muy efectivo thriller paranoico que funciona a la perfección cuando sugiere y que se enreda un poco a la hora de resolver sus entuertos, KIMI abandona en un momento su intento por parecer un thriller más o menos realista y se mete con todo en un territorio más pulp, más propio de una ficción cinematográfica pura y dura, con los elementos y personajes esperables del género. Pero si bien la transición es rara, de a poco uno entra en el nuevo esquema que Soderbergh propone y al final el hombre nos regala una secuencia de acción impecable, que debería estudiarse en detalle por su magnífica y económica resolución.
Es gracias a su talento para la construcción audiovisual que raramente KIMI se siente como una película con algún tipo de «moraleja» acerca de la invasión de la tecnología sobre la privacidad. De hecho, uno podría pensar que sin el aparato en cuestión Angela jamás se habría enterado del crimen. Y si bien la tecnología la delata más de una vez, en algunas circunstancias la puede utilizar en su beneficio. Lo que sí el film captura muy bien, especialmente en su primera hora, es la sensación de aislamiento real y conexión virtual con la que muchos millennials como Angela (con su pelo azul, su «creativo» Instagram, su manejo experto de la tecnología y su copiosa ingesta de ansiolíticos, está al borde del cliché generacional) conviven a diario, aún antes del COVID pero sin dudas acrecentado o justificado por él.
Algunos otros toques estilísticos separan a KIMI de los thrillers paranoicos de reciente popularidad. La música de Cliff Martínez juega casi a contramano con lo esperable en los momentos más tensos del relato y también es notable la manera en la que, una vez que la protagonista sale afuera, la cámara operada por el propio realizador se vuelve casi subjetiva, siguiendo muy de cerca a Angela en su angustiada trayectoria callejera casi al borde del ataque de pánico. Y por más que al final aparezcan personajes un tanto más estereotipados del thriller internacional, la película logra mantener al espectador atrapado en las idas y vueltas de la trama. Ese es el ingenio y la inteligencia del director: poder hablar de lo que le interesa sin jamás perder de vista que lo que el público quiere es un buen entretenimiento. Y esa es, más que ninguna otra, la gran lección del cine clásico que Soderbergh jamás olvida.