Estrenos online: crítica de «Faya Dayi», de Jessica Beshir (MUBI)

Estrenos online: crítica de «Faya Dayi», de Jessica Beshir (MUBI)

Este premiado film etíope se centra en un joven de una comunidad sufí que vive del uso y la venta de una droga llamada «khat» que se debate entre quedarse a vivir allí o irse en busca de otros destinos. Estreno de MUBI del 10 de agosto.

Justo ganador del premio a la mejor película en la competencia –está a años luz del resto de lo que vi en el Festival Visions du Réel–, este documental que tuvo su estreno mundial en el Festival de Sundance 2021 se centra en una comunidad etíope que comercia y consume «khat», una planta con poderosas propiedades psico-estimulantes que se vende como droga y sus hojas se mastican. En un blanco y negro impactante y sorprendentemente bello, Beshir va retratando a los distintos miembros de esta comunidad poniendo el eje en algunos jóvenes que lidian entre quedarse y dedicarse a ese tipo de negocio o irse de ese lugar en busca de mejores destinos.

El khat es considerado por los musulmanes sufíes como una droga que les permite alcanzar el llamado «merkhana», cierto estado de la mente que los acercaría más a algún tipo de revelación mística. Pero muchos, claro, lo usan de modo recreativo y para escaparse de la dura realidad económica. Nada muy distinto de otras culturas y religiones, solo que aquí se hace de modo abierto y público. Para Mohammed, de 14 años, la sensación es mixta, ya que vive de eso pero también tiene que lidiar con los cambios de ánimo y temperamento que el khat produce en los adultos, especialmente en su padre. Y su sueño es cruzar el Mar Rojo e irse de allí, una empresa para nada sencilla.

Beshir trata de poner al espectador en la misma zona de trance que se podría vivir en un estado «de exploración mística». Con una música que aporta para dar ese clima e imágenes sugerentes que suman a esa ensoñación, la realizadora captura también la mística y física manera en la que los sufíes se entregan a los rituales religiosos, los que empiezan a aparecer casi como una manera natural de lidiar con la combinación entre religión y alucinación.

El film puede pecar de ser un tanto largo y «preciosista», pero más allá de esos detalles lo que logra es hacer viajar al espectador a ese lugar y a esa experiencia. No tanto la de haber consumido khat –el cine tiene sus límites–, pero sí la de sentir en el cuerpo la sensación de estar en un lugar que vive atravesado por ese misticismo y esa ambigüedad entre irse o quedarse.