Estrenos online: crítica de «The Humans», de Stephen Karam (MUBI)

Estrenos online: crítica de «The Humans», de Stephen Karam (MUBI)

Esta adaptación de la obra teatral de 2016 dirigida por su propio autor cuenta lo que sucede en una cena familiar del Día de Acción de Gracias como si fuera una película de terror. Con Richard Jenkins, Jayne Houdyshell, Amy Schumer, Beanie Feldstein y Stephen Yeun.

Generalizando, se puede decir que las adaptaciones al cine de obras teatrales suelen caer dentro de dos parámetros contrapuestos: las que son bastante fieles a lo que se ve en el escenario y las que tratan de volverse cinematográficas mediante el uso del montaje o lo que muchos llaman «airear» la obra, lo cual no es otra cosa que mover escenas a lugares públicos o abiertos, así como insertar algunos planos del «mundo real». Lo curioso de THE HUMANS es que logra ser las dos cosas a la vez, quizás porque la propia obra parece tener un trabajo espacial y sonoro de características muy aptas para trasladarse al cine. Dicho de otro modo: sin cambiar demasiado su estructura (más allá de la inmensa cantidad de planos detalle que son imposibles en un escenario), la película presenta un raro híbrido formal.

¿A qué se debe esto? A que THE HUMANS tiene todas las características de una película de terror. Y está pensada y filmada como tal. Si bien lo que narra es algo muy común al realismo teatral norteamericano (el encuentro de una familia disfuncional para festejar el Día de Acción de Gracias), Karam lo pone en escena utilizando la idea de una casa embrujada, misteriosa, quizás poseída por fantasmas que parecen estar por pasar de ser metafóricos a literales en cualquier momento. Y para lograr eso se apoya, al borde ya del exceso, en precisos planos de pasillos, paredes y humedades varias, además de una fotografía oscurísima y un trabajo sonoro inmersivo que pone a los personajes en medio del más macabro juego de un lúgubre parque de diversiones.

Los acontecimientos, de hecho, son bastante mínimos y más que nada interiorizados. A diferencia de muchas obras de estas características y esta tradición realista estadounidense (digamos, la de Eugene O’Neill, Tennessee Williams, Arthur Miller y compañía), THE HUMANS se mantiene bastante alejada de muchas de las convenciones del género: no hay aquí grandes monólogos, los conflictos son literalmente subterráneos (miradas, silencios, comentarios dichos casi al pasar) y el lucimiento actoral no pasa por escenas importantes sino por sutiles giros y cambios en la química familiar. Habrá revelaciones, sí, pero sucederán casi a sotto voce, tapadas por los ruidos del edificio.

La reunión se hace en el departamento recientemente alquilado por Brigid Blake (Beanie Feldstein) y su pareja Richard (Steven Yeun), un duplex enorme en el subsuelo de un muy avejentado edificio del Chinatown neoyorquino. Es un lugar inmenso para esa ciudad, pero en pésimo estado. Y, encima, está al lado de las máquinas de compactar basura, de las calderas y, además de las cañerías ruidosas y la humedad reinante, se escuchan los pasos de la vecina de arriba como si estuviera caminando sobre las cabezas de los invitados. Y como si esto fuera poco las lamparitas se rompen, una atrás de la otra. Por suerte –bah, por decisión de Karam– no se escucha demasiado a la ciudad en sí. Es como si todos los ruidos fueran parte de un estado de la mente, existieran solo en la cabeza de los protagonistas.

Los que visitan a la joven pareja son Erik (Richard Jenkins) y Deidre (Jayne Houdyshell, la única sobreviviente de la puesta teatral original, de 2016, ganadora del Tony), los padres de Brigid que viven en Scranton, Pennsylvania (sí, la ciudad de THE OFFICE). Junto a ellos viene Aimee (Amy Schumer), la hermana mayor de Brigid, y la abuela «Momo» (June Squibb), que sufre un Alzheimer severo y casi todo el tiempo dice cosas incomprensibles. A «papá Erik» se lo ve entre preocupado y perturbado por el estado de la casa a la que se mudó su hija, algo que tiene un origen ligado a la historia familiar que se irá develando. «Mamá Deidre», en tanto, trata de poner su mejor sonrisa y acomodarse a la situación, aunque no le es del todo fácil, especialmente cuando Erik sutilmente la maltrata por la cantidad de comida que ingiere pese a estar supuestamente a dieta.

La que aparenta pasarla peor que todos los otros es Aimee, que ha terminado una larga relación con su novia y la acaban de echar de su trabajo. La mujer tiene, además, un problema de incontinencia («colitis») que la tiene a maltraer y preocupada por su futuro. Brigid, que es música y compositora pero no consigue trabajo de eso, y Richard, que estudia para un doctorado, tampoco pasan por buenos momentos laborales y eso le preocupa especialmente a Erik, que es personal no docente en una escuela y está muy apretado económicamente. Y el otro tema que circula de forma incómoda entre la familia es que los padres son católicos devotos mientras que sus hijas pasan por completo del tema religioso.

Entre conversaciones casuales, momentos amables, microagresiones y revelaciones que son profundas e importantes pese a que parecen pasar inadvertidas en la conversación previa y la que tiene lugar durante la cena, THE HUMANS va haciendo un retrato familiar atravesado por varios conflictos y resentimientos cruzados: generacionales, raciales, religiosos, de género y hasta de clases sociales. Lo que las palabras no dicen parece decirlo el departamento, con sus cañerías ruidosas, con la humedad creando formas monstruosas en las paredes, con las sillas que se rompen y los pasillos que parecen volverse cada vez más estrechos e impasables. Un tema de conversación que se repite entre Richard y Erik tiene que ver con las pesadillas de cada uno de ellos. Y, en cierto modo, la escenografía, el sonido, la fotografía y la puesta en escena parecen tratar al espacio físico como si fuera una representación física de esos miedos.

Es cierto que por momentos Karam pone tanto el eje en el dispositivo formal que el drama familiar parece pasar a segundo plano. Pero si bien construir su drama como si fuera una película de terror puede resultar un recurso un tanto subrayado, no deja de ser efectivo. Muchas escenas importantes son filmadas a distancia o en las sombras y el director suele tratar a los espectadores como si fuéramos los sigilosos pero torpes fantasmas que recorren la compleja estructura de dos pisos del departamento asustando a toda la familia. O quizás, como en aquellas clásicas novelas de terror del siglo XIX, los verdaderos fantasmas sean ellos. Y nosotros, los humanos del título, solo los observamos aterrorizados.