Series: reseña de «Limbo – Episodios 1/4», de Mariano Cohn & Gastón Duprat (Star+)

Series: reseña de «Limbo – Episodios 1/4», de Mariano Cohn & Gastón Duprat (Star+)

Esta serie dramática se centra en la hija menor y díscola de un empresario argentino que regresa de España tras la muerte de su padre y se mete en problemas con sus dos hermanos. Con Clara Lago, Mike Amigorena y Esteban Pérez. Disponible en Star+.

Uno de los problemas de las series de televisión, en relación a las películas, es la dificultad de adjudicarle una autoría clara. Los directores cambian entre episodios (no es este caso, pero da igual) y los creadores no son necesariamente los guionistas ni los principales productores. Existe en los Estados Unidos la categoría de «showrunner» bastante definida, pero en otras partes del mundo es algo más gris. Todo eso para decir que LIMBO, por más que figure como creada por «Cohn & Duprat», poco y nada tiene que ver con el mundo sobre el que trabajan los realizadores de EL CIUDADANO ILUSTRE. Son los encargados de la producción local del canal, digamos, y bajo su ala hay un equipo grande de guionistas y directores.

Es interesante, al menos como punto de partida, que sea una misma dupla la que dirija la serie completa: Agustina Macri y Fabiana Tiscornia. La joven realizadora y la veterana asistente de dirección de películas como LA CIENAGA y EL HIJO DE LA NOVIA (y codirectora también de films como LA REINA DE LA MIEDO, junto a Valeria Bertucelli) se hacen cargo de toda la historia, mientras que de los guiones se encargan Margarita García Robayo, Ana Navajas, Javier van de Couter y otros. Es un mix de sensibilidades, pero más claramente femenina –y, si se quiere, feminista– que la obra de los realizadores de COMPETENCIA OFICIAL.

Nada del espíritu cínico e irónico de la dupla aparece aquí, aunque lo que se asienta tras ver cuatro episodios tampoco es mucho más interesante que eso. LIMBO sigue las peripecias de la hija díscola de una familia de empresarios de perfumería –entre otras cosas– que está radicada en España, vive del dinero que le pasa su familia y se dedica a hacer sociales e ir de fiesta en fiesta. Interpretada por la actriz española Clara Lago con un acento que va y viene del más castizo al más argentino (válido, tomando en cuenta las idas y vueltas del personaje, aunque el uso del «vosotros» me resulta un tanto forzado), Sofía Castelló es una chica que está en el limbo que da título a la serie.

Hasta que sucede algo inesperado: su padre, el capo de la empresa en cuestión (interpretado en flashbacks por Enrique Piñeyro), muere. Sofía (a la que todos llaman «Sou») tenía con él una relación muy fuerte, queda devastada por la noticia y vuelve a Buenos Aires para el entierro. Y allí tiene que lidiar con la herencia y, fundamentalmente, con sus dos hermanos mayores, con los que tiene una compleja relación. El mayor, Ignacio (Mike Amigorena), la ignora, minimiza y trata de niña tonta e irresponsable. Andrés (Esteban Pérez), el del medio, le tiene más cariño y aprecio pero también está presionado por su hermano, la herencia y las necesidades de la empresa.

LIMBO se centra en el conflictivo regreso de Sou, sus miedos e inseguridades, sus ganas de abandonarlo todo e irse y su conexión con una de las empresas de la familia, dedicada a productos de belleza, que maneja Lucrecia, un personaje enigmático encarnado por Andrea Frigerio. Sou se trae a algunos amigos hipsters de España y entre todos empiezan a tratar de sacar adelante esa compañía, lo que la mete en una nueva serie de conflictos. Sou, además, es hipoacúsica y se conecta por ese lado con Martín (Michael Noher), que trabaja en una de las fundaciones que creó su padre para chicos con dificultades de audición.

A lo largo de cuatro episodios, elegantemente filmados y sobriamente actuados (salvo por Amigorena, cuyas elecciones actorales desde ya hace mucho están a mitad de camino entre lo experimental y lo directamente incomprensible), LIMBO podría definirse como una serie anodina y un tanto tediosa sobre una chica rica (muy rica) con tristeza, que coquetea con los límites y el peligro ya que no se siente cómoda en ese mundo de hipocresías y falsedades en el que habitan sus hermanos. Alguien con «el corazón en el lugar correcto» pero que no sabe muy bien qué hacer muy bien con su vida y se equivoca más de lo que acierta.

A su vez la serie tiene un costado «políticamente correcto» (otra prueba de que Cohn y Duprat mucho no tienen que ver con esto), ya que habla del maltrato animal que existe en las empresas de perfumería, los personajes LGBT son siempre los que la tienen más clara, pone un acento noble aunque un tanto banal en el tema de la hipoacusia y se pone moderadamente feminista en determinadas cuestiones y momentos. Pero más allá del postureo, es poco lo que tiene interesante para decir LIMBO sobre el mundo que describe, a juzgar por sus primeros cuatro episodios organizados en base a una persistente voz en off que cubre baches narrativas, explica y subraya lo que por las dudas no se entienda.

Hay quien vio en esta saga una velada mirada a la familia Macri, que también está compuesta por varios hermanos herederos de un padre empresario fallecido (Franco el real, Francisco acá y encima encarnado por otro «díscolo» de ese mundillo como es Enrique Piñeyro). Al menos tres de esos hermanos tienen personalidades relativamente similares a lo que se conoce de ellos, suponiendo que Amigorena es algo así como una versión de Mauricio (aunque por ahora sin política) y «Sou» una de Florencia Macri, que también es artista, diseñadora e, históricamente, la hermana más rebelde de la familia. Que todo esto sea dirigido por Agustina Macri (hija de Mauricio) hace pensar si no hay algo cierto en esas conexiones. Y hay varias más, si uno presta atención al personaje de Frigerio, entre otros…

De todos modos, eso no es más que una curiosidad, de esas en las que uno termina fijándose más de lo necesario por lo anodino que se vuelve lo que se cuenta. Hecha con mucho presupuesto y una prolijidad estética propia de una serie internacional, el problema de LIMBO no pasa por ahí sino porque no entrega mucho más que la saga de aquel cliché del «niño rico con tristeza», los problemas de una chica rebelde de una familia de multimillonarios que un día decidió enfrentarse a sus fantasmas familiares. Eso sí, sin descuidar nunca la ropa elegante, los autos de lujo, los aviones privados y ese queseyó que tiene vivir rodeado de los problemas de los más privilegiados entre los privilegiados.