Series: crítica de «El Reino – Temporada 2», de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro (Netflix)

Series: crítica de «El Reino – Temporada 2», de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro (Netflix)

El pastor evangelista convertido en presidente ve peligrar su poder político y organiza un arriesgado plan para recuperarlo en medio del caos social. Con Diego Peretti, Mercedes Morán, Chino Darín y Peter Lanzani. En Netflix desde el 22 de marzo.

La situación política internacional de los últimos años amerita documentales y ficciones de todo tipo que traten de entender cierto corrimiento político hacia ideas antidemocráticas que parecían olvidadas. A su manera EL REINO intenta reflejar esa movida, la manera en la que un combo entre sectores religiosos, políticos y militares intenta, mediante la desinformación y otras tácticas, dinamitar el sistema democrático desde adentro. El carácter distópico de mucho de lo que se presenta acá podría haber parecido, hace unos años, puramente ficcional y excesivo. Pero en función de varios datos de la realidad, acaso no lo sea tanto.

En su segunda temporada (SPOILERS si no vieron la primera), el pastor Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti) ya es presidente pero su poder es cuestionado desde adentro y desde afuera. Internamente, su mano derecha, Rubén Osorio (Joaquín Furriel), trata de crear una sensación de amenaza y caos para frenar cierto descontento social que existe con el líder. Su esposa Elena (Mercedes Morán), la Lady Macbeth de esta historia, es también crítica con él por sus «pecados» vistos en la temporada anterior. Es por eso que Rubén pone la mira en transformar en enemigo a Tadeo (Peter Lanzani), ahora convertido en una suerte de calmo émulo del Che Guevara, que viene bajando desde el norte del país y sumando gente a sus críticas contra la mano dura y la falta de sensibilidad social del gobierno. Elena, en tanto, busca revitalizar la iglesia intentando «modernizarla» con la ayuda de la ayuda de su cínica nuera Celeste (Sofía Gala Castiglione).

Otros importantes personajes de la primera temporada –como Julio Clamens y la fiscal Roberta Candia, que interpretan respectivamente Chino Darín y Nancy Dupláa– quedan un tanto desdibujados en la segunda, que se apoya más en el personaje de Furriel, que parece estar siendo visitado por los fantasmas de sus crímenes; en su psiquiatra que encarna Julieta Cardinali y en el grupo que acompaña a Tadeo en su recorrido por el país, que incluye a la actriz chilena Mariana Di Girolamo como Yaelí, una chica que se suma a esa pequeña pero convocante banda rebelde que intenta frenar los avances del presidente y sus «esbirros».

Es que Vázquez Pena, a falta de apoyos, decide por su cuenta armar una literal guardia pretoriana con la ayuda de su chofer (Diego Velázquez) y un importante grupo de militares retirados. Es así que el gobierno, operando de distintos modos, irá craneando una manera de sostenerse como sea, aunque esto implique destrozar el orden constitucional. Otras historias paralelas –especialmente las ligadas a relaciones personales, romances y cosas por el estilo– quedarán en segundo plano en una temporada que juega con demasiadas subtramas para sus seis episodios, muchos de los cuales son bastante breves.

La temporada seguramente final (al menos por ahora) de EL REINO tiene más en claro lo que quiere decir que cómo decirlo. Si bien el ritmo narrativo es efectivo y se acumulan situaciones de tensión, se la siente entre didáctica y bastante simplista, especialmente en sus diálogos y en sus caracterizaciones, las que, en algunos casos, bordean lo caricaturesco. Hay una lectura de la situación política que es inteligente en sus apreciaciones generales, pero la dificultad de la serie –en esta temporada más aún que en la primera– es que no encuentra un tono que esté a la altura de esas ideas, como si lo que se hubiera filmado fuera una primera versión de un guión que, claramente, necesitaba más tiempo y trabajo.

Quizás la necesidad de hacer un producto accesible para todo público y de distintos países opere en contra de la especificidad y la sensación de realidad que necesita una ficción de este tipo para ser creíble. Todo está jugado demasiado al borde del estereotipo, varias subtramas entran, salen y se abandonan de modo caprichoso, algunas actuaciones de usualmente muy buenos actores no están a la altura de sus antecedentes y la sensación que queda es la de un producto hecho y terminado a las apuradas, que desperdicia en cierto modo la posibilidad de crear una alerta potente y real sobre este tipo de amenazas al sistema democrático que son, en la realidad, muy serias.