San Sebastián 2024/Estrenos: crítica de «El hombre que amaba los platos voladores», de Diego Lerman (Netflix)

San Sebastián 2024/Estrenos: crítica de «El hombre que amaba los platos voladores», de Diego Lerman (Netflix)

La película argentina que compite en Donostia se centra en un célebre cronista televisivo que se enfrentó al caso más llamativo de su carrera: la supuesta aparición de un ovni cerca de un pueblito de Córdoba. Con Leonardo Sbaraglia, Sergio Prina, Mónica Ayos y Osmar Nuñez. Se estrena en cines el 3 de octubre y en Netflix el 18 de ese mes.

Un día antes de la función en la que vi EL HOMBRE QUE AMABA LOS PLATOS VOLADORES, el ex presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, afirmaba en un debate frente a la candidata demócrata Kamala Harris que, en un pueblo de Ohio, los inmigrantes en su mayoría haitianos se comían las mascotas de «la gente»: gatos, perros, lo que sea. Cuando Trump decía esto, Harris se reía y los moderadores se lo refutaban: lo que estaba diciendo era mentira y lo habían chequeado con diversas fuentes. Lo que hacía Trump era instalar un rumor que había empezado a circular semanas antes en los círculos más radicalizados y conspiranoicos del Partido Republicano. Y ningún rechequeo o refutación irá a hacerlos cambiar de opinión. Lo vieron en un TikTok, por WhatsApp, YouTube o Instagram, es lo mismo. Si quieren creer que es verdad, será verdad. Y ahora lo oyeron millones de personas en la televisión nacional. Y quizás haya más gente que dude…

Pensaba en eso al ver la película sobre el que quizás sea el más famoso episodio en la vida de José de Zer: su «cobertura» televisiva de la supuesta aparición de un ovni en Córdoba. Es que la figura de este hombre canoso y enérgico se ubica en un lugar muy particular de la memoria de aquellos que tenemos cierta edad. Uno puede ir por el lado de la nostalgia cariñosa y recordarlo como un personaje peculiar y colorido que hacía notas curiosas en la televisión, una de esas criaturas propias de un medio lleno de ellas. O uno puede ser más crítico y pensarlo como una persona que, sin quererlo, fue un pionero en transformar las noticias en un show y en crear con eso lo que ahora es un imperio de fake news y mentiras varias que dejaron de ser inocentes para volverse peligrosas. Lo que hace 37 años era un entretenimiento hoy es un problema con enormes consecuencias mundiales. Ninguna, claro, es culpa suya.

La película del realizador de UNA ESPECIE DE FAMILIA funciona como una extraña comedia dramática con toques surrealistas y/o fantásticos que recuperan al personaje y a esa experiencia en un combo en el que se mezclan realidad, ficción e imaginación. No es una biopic ni mucho menos, sino una lúdica recreación de un personaje, una situación y un universo en el que este tipo de historias eran posibles. De Zer era un cronista de espectáculos del noticiero de un canal de televisión (era el Canal 9 de Alejandro Romay, acá se usa uno ficticio), un tipo lo suficientemente famoso como para actuar en un teatro de revistas, tener una romance con una vedette (interpretada por Mónica Ayos) y vivir la vida bastante intensamente. Pero, a la vez, era un tipo abrumado por algunas experiencias vividas en el desierto de Sinaí, durante la brutal Guerra de los Seis Días, que tuvo lugar en 1967. Esa y otras situaciones, digamos, místicas, lo habrían dejado abierto a la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre.

Pero en términos prácticos el tipo era un periodista que buscaba notas interesantes para hacer, donde sea y como sea. Un día, estando internado tras un pico de stress, recibe la visita de un grupo de personas de un pueblito cordobés que quieren revitalizar el turismo local y que ofrecen pagarle (en oro, según el film) para cubrir lo que, ellos dicen, fue el aterrizaje de una nave espacial. Un ovni. «Extraterrestres», le susurran. Y allí va José, en compañía de su camarógrafo de siempre (al que la historia recordará como «Chango», ya que así él lo llamaba al aire, pero que seguramente fueron varias personas distintas), a encontrarse con un círculo de pasto quemado en medio de un monte en el que, aseguran algunos allí, se depositó el ovni en cuestión.

José armará una nota con eso, le costará mucho venderla en el canal de televisión ya que en ese entonces los noticieros no cubrían este tipo de asuntos «incomprobables» (allí aparecerá Osmar Núñez como el jefe del noticiero y Norman Brisky en el rol que bien podría ser el de Romay), pero finalmente lo logrará. Y la cobertura se transformará en un enorme éxito, en visión obligatoria para mucha gente. Y así, De Zer se entusiasmará y tratará de agrandar y estirar el asunto lo que sea necesario y como sea necesario. Dicho de otro modo: poco o nada de lo que mostraba era cierto. En medio de la súbita fama y con problemas familiares y otros asuntos por resolver, De Zer empezará a cuestionarse quién es y qué es lo que está haciendo. No solo en lo que respecta a las fake news que está dando (si es que se lo puede pensar así) sino respecto a cuestiones un tanto más esotéricas, espirituales y, si se quiere, hasta filosóficas.

Lerman traza un camino curioso para contar la historia. Utilizando en muchos momentos lentes anamórficos y planos largos –algunos, muy elaborados–, lo que intenta es plantear de entrada la situación como algo ligeramente surrealista, extrañado, un poco verdad, otro tanto mentira y con bastante de autoficción. El tono se acerca a la comedia absurda, llena de curiosos detalles sobre esos años (el guión de Lerman y del también realizador Adrián Biniez es muy bueno a la hora de rescatar la «picaresca» de la época), pero en paralelo el tipo no deja «de ser» un personaje trágico, perturbado, que Sbaraglia interpreta respetando su entusiasmo pero agregándole una capa indisimulable de preocupación, como si el hombre creyera que al meterse con estas cosas estuviera jugando con fuego.

EL HOMBRE QUE AMABA LOS PLATOS VOLADORES transita ese hilo finísimo que consiste en homenajear a una figura querible sin burlarse de ella pero a la vez mostrando sus zonas grises (o más bien oscuras), de esas que el tiempo transforma en curiosidades, en anécdotas. Pudiendo serlo, la película no es una parodia sino, más bien, todo lo contrario. La historia de un hombre que buscaba en el circo, en la fama, en lo misterioso y lo inexplicable todo aquello que no podía saber, o admitir, acerca de sí mismo. La película jamás intenta resolver ese misterio existencial. Por suerte no existe acá una explicación que justifique su modo de trabajar y el tipo de televisión que producía. Lo que Lerman intenta acá es poner al espectador a atravesar los mismos escenarios y vivencias del personaje, invitarlo a dejarse llevar por el delirio que él crea alrededor de sí mismo. Hasta que en un momento ninguno ya sepa qué es verdad y qué no es. Qué es noticia y qué es show. Qué es mito y qué es televisión.