Estrenos: crítica de «The Order», de Justin Kurzel
Este film se basa en la persecución por parte del FBI de un grupo neonazi que acechó el noroeste de los Estados Unidos en los años ’80. Con Jude Law, Nicholas Hoult y Tye Sheridan.
Muchas cosas eran distintas cuarenta años atrás. Entre 1983 y 1984, los años en los que transcurre THE ORDER, no había teléfonos móviles ni computadoras personales y rastrear a una persona tomaba días de papeleos y trámites. Lo que sí había –y no eran muy distintos a los de ahora– eran neonazis, supremacistas blancos, personas que creían que su país estaba siendo «tomado» por los inmigrantes, los judíos o distintas minorías. Ese es quizás el cruce más inquietante que produce la nueva película del director de origen australiano. Que más allá de los autos enormes, la tecnología obsoleta y miles de detalles específicos de la época, uno no puede evitar pensar que lo que se ve pudo haber sucedido ayer (algo no tan distinto, de hecho, sucedió) o podrá suceder mañana.
Un thriller tenso, insidioso, que funciona como un western moderno y utiliza por lo general recursos clásicos de esos géneros, THE ORDER es la película más enfocada, directa y en cierto modo concisa de este muy talentoso realizador australiano cuyo gusto por las tramas policiales/políticas violentas quedaba claro en sus anteriores THE SNOWTOWN MURDERS, TRUE HISTORY OF THE KELLY GANG o NITRAM, muy potentes películas que tenían como principal defecto un gusto acaso excesivo por el show-off audiovisual, por la necesidad de generar impacto cómo sea. THE ORDER es una película en ese sentido más modesta, más económica, que va a las raíces del género: violencia seca, gente áspera, más disparos que palabras.
Todo transcurre en el Noroeste de los Estados Unidos, a través de los bellos y pintorescos estados de Washington, Idaho y Montana, cerca de la frontera con Canadá. Hacia el pueblo de Coeur D’Alene, Idaho, llega Terry Husk (un Jude Law «americanizado», con gruesos bigotes y algo excedido de peso), un veterano y solitario agente del FBI que monta allí la oficina de la agencia y pronto está siguiendo la pista de unos robos a bancos y de diversas explosiones en lugares como sinagogas y cines porno tratando de encontrar explicaciones. De a poco, con la ayuda de un joven policía local que conoce a mucha de la gente del lugar desde la infancia (Tye Sheridan, siempre excelente), va entendiendo que los organizadores son miembros de un grupo de supremacistas blancos.
Para confirmarlo necesita varias cosas. En principio, un motivo. Y luego, pruebas. El guión de Zach Baylin, basado en el libro de no ficción The Silent Brotherhood, pone al espectador también del otro lado del previsible conflicto. De entrada conocemos a los miembros de este grupo autodenominado «La orden», un desprendimiento radical e insurrecto de la llamada Nación Aria, agrupación supremacista de la que forma parte pero a la vez se ha separado para armar un grupo militante y extremo cuyo fin último es derrocar al gobierno de los Estados Unidos. Para eso, precisamente, juntan dinero y usan otros hechos como tácticas de distracción.
Liderados por Bob Matthews (Nicholas Hoult, en una trifecta perfecta de fines de 2024 que se completa con JURADO Nro. 2 y NOSFERATU), el grupo opera desde una casa llena de parafernalia neonazi, toma como uno de sus enemigos a un conductor radial judío llamado Alan Berg (encarnado por Marc Maron, en un rol con el que tiene bastantes cosas en común en la vida real) y va juntando armas para ir literalmente a una guerra. Y la película irá apretando en espacio y en tiempo una persecución que se estiró durante bastantes meses y a través de varios estados.
Intentando recargar dramáticamente los hechos, Kurzel ha editado la película como para dar la impresión que todo sucede relativamente en poco tiempo. Si bien las fechas aparecen sobreimpresas, THE ORDER opera llevando al espectador a vivenciar los hechos como causas y consecuencias cuando en realidad se trató de una investigación más compleja y enredada. Y eso, si bien puede ser un tanto confuso, no modifica mucho el impacto ya que la película va juntando a los dos bandos, de manera convincente, en una serie de círculos concéntricos que los ponen cada vez más cuerpo a cuerpo.
Para eso Kurzel construye algunas escenas de robos y de enfrentamientos de alto impacto y mucha pericia narrativa, que incluyen fusilamientos a sangre fría, robos bancarios, bombas, atracos a camiones blindados y los muy tensos enfrentamientos que van teniendo con los insurrectos con las autoridades. Directos y violentos, a veces usando un armamento propio de un pelotón de guerra (en un par de escenas resuenan ecos del Michael Mann de FUEGO CONTRA FUEGO), los combates son shockeantes por la sequedad de la violencia y por sus efectos. Kurzel no se mide en eso. Quiere que el espectador sienta en el cuerpo las consecuencias de esos actos.
Si bien el guión no profundiza demasiado en los planes de insurrección y en la perturbada ideología de los neonazis (es bastante claro qué es lo que piensan con lo que vemos y lo que escuchamos al pasar, además de lo que leen en un libro que usan de guía), hay un particular discurso de Matthews, un llamado a las armas, en el que marca sus diferencias con pares suyos que prefieren dar esos cambios desde la acción política. Si bien ahí se lo muestra convincente y triunfando, lo curioso es que finalmente serían los otros –entonces liderados por un tal Richard Butler, de la llamada Nación Aria– los que probarían tener razón. Más allá de algunas diferencias, hoy son los que gobiernan el país.
Kurzel intenta armar uno de esos choques psicológicos entre perseguidor y perseguido, mostrando ciertas similitudes entre ambos, pero con eso solo llega a una serie de metáforas animales un tanto irrelevantes. Lo que sí tienen en común ambos es su obsesividad y su dedicación al trabajo, esos tipos que dejan de lado por completo a sus familias (como es el caso de Husk) o la utilizan, como Matthews, para vender una imagen amable a sus seguidores. Un rol importante aquí tendrá Justine Smollett como una áspera y poco amigable agente afroamericana del FBI, igual de intensa y dedicada que Husk, con el que tiene una larga relación laboral previa.
Kurzel hace bien en no reforzar en demasía la época en la que transcurre, más allá de lo que es inevitable. No hay canciones de los ’80 coladas en la banda sonido ni se exageran las diferencias con la actualidad como sucede en muchos films cuya intención es dejar en evidencia esas marcas. La intención es clara. Este grupo extremo de poca pero muy intensa gente sigue, con otros nombres y otras estrategias, existiendo, controlando y gobernando buena parte de los Estados Unidos, además de estar en franco crecimiento en el resto del mundo. No son una anécdota olvidada de aquella época sino un gravísimo problema de esta.