Estrenos online: crítica de «Babygirl: deseo prohibido», de Halina Reijn (Flow)

Estrenos online: crítica de «Babygirl: deseo prohibido», de Halina Reijn (Flow)

La millonaria CEO de una empresa de robótica se siente atraída por un joven pasante que trabaja para ella en este thriller erótico protagonizado por Nicole Kidman, Harris Dickinson y Antonio Banderas.

La tentación pasa por recuperar un género que parecía perdido: el thriller erótico de los años ’80 y ’90, tipificado gracias a películas como ATRACCION FATAL, BAJOS INSTINTOS y PROPUESTA INDECENTE, por citar tan solo algunos de los títulos que se popularizaron en una época un tanto menos pacata (o más patriarcal, depende como se lo quiera mirar) del cine de Hollywood. En esos títulos, por lo general, un affaire amoroso ligado a algún tipo de intriga empresarial terminaba poniendo en riesgo la vida de los involucrados. La realizadora holandesa de BODIES BODIES BODIES recupera el estilo transpirado y cierta franqueza sexual de aquella época con la intención de hacer una relectura de sus contenidos. Y los resultados, si bien no son del todo convincentes, al menos resultan entretenidos.

Reijn se topa con un problema habitual del cine contemporáneo que pretende imponerle nuevos significados a viejas rutinas narrativas: ¿cómo hacer para que una trama bastante disparatada, llena de tensiones y juegos propios de thrillers de medio pelo, conviva con una lectura sofisticada de lo que esa propia lógica propone? Esas películas de antaño proponían tramas intensas y caprichosas para ir con ellas hasta las últimas consecuencias. No se avergonzaban de ser trash sino que ese era su modus operandi de principio a fin. Los films que hoy retoman esa lógica, llegado un punto, intentan convertir lo que presentan en algo así como un cine-debate, preguntándose y preguntándole al espectador por los significados de lo que ve, no sea cosa de que se confunda con mera excitación. «¿Te calentó lo que viste?», parecen decir películas como BABYGIRL, para luego agregar: «Bueno, conversemos sobre eso».

Tener a Nicole Kidman suma a esa lógica. Si bien ha hecho algunas miniseries un tanto impresentables, por lo general se la ubica dentro del segmento «prestigioso» de Hollywood. Es por eso que uno la ve en su rol de CEO de una compañía de robótica que se mete en un peligroso affaire con un pasante de su empresa y sabe que su presencia implica un comentario sobre los hechos. No es una elección de casting inocente sino que, como pasa con Demi Moore en LA SUSTANCIA o Angelina Jolie en MARIA CALLAS, son actrices cuya historia, personal o cinematográfica, se mezcla con los personajes que interpretan.

Kidman encarna a Romy, la empresaria en cuestión, una millonaria que está casada con un director teatral (Antonio Banderas) con el que tiene dos hijas adolescentes (interpretadas por Esther McGregor y Vaughan Reilly). De entrada queda claro que a Romy le gusta que sus relaciones sexuales sean un tanto rudas –de parte de él– pero su marido no se engancha con eso, por lo que ella termina yéndose a otro cuarto de su enorme casa para cerrar el asunto viendo porno. Y si bien parece entre acostumbrada y resignada a vivir el sexo de esa manera, la llegada a su empresa de Samuel (Harris Dickinson), un joven pasante muy seguro de sí mismo, agresivo y perspicaz, le da a entender que quizás haya una manera de poner en práctica esos deseos secretos de sumisión.

Pero no será sencillo. La primera mitad del film –la mejor– se irá en una suerte de tango de seducción entre las partes, con él buscándola para un rol como «mentora» en la empresa y ella acercándose y alejándose constantemente. «Te gusta que te digan qué hacer», le tira agresivamente, cuando casi no la conoce. Ella se sorprende y se hace la ofendida, pero sabe que el chico le «sacó la ficha». Y si bien quiere que pase algo con él, teme por los riesgos que eso implica, tanto con su familia como con su trabajo, ya que esto de la CEO y el pasante huele a problemático por donde se lo mire. Más tarde que temprano, igualmente, los reparos cederán, se darán algunos pasos hacia las zonas supuestamente prohibidas y ahí, amigos, todo entrará en zona de riesgo. O, al menos, debería hacerlo…

Lo inquietante de BABYGIRL: DESEO PROHIBIDO pasa por ver cómo Romy (o Kidman), una mujer de cincuentaylargos, se deja llevar por un joven de veintipico que la seduce y abruma, y cómo la lógica de poder se balancea entre ambos a partir de esa relación, especialmente porque a Romy le gusta ser la «sumisa» y «sometida» en este juego de roles, invirtiendo lo que le sucede en la vida pública donde se la ve como jefa y líder, una persona que sabe lo que hace y tiene una posición dominante en el mundo. Toda la terminología técnica que utiliza en sus presentaciones ligadas a la robótica –su empresa crea aparatos que recogen automáticamente productos de grandes galpones de tiendas tipo Amazon– se leen como una pretensión de control de su parte. Pero en el fondo lo que desea es lo opuesto, aún con los riesgos que eso implica. O, más bien, precisamente por los riesgos que implica.

BABYGIRL le guiña un ojo pícaro al espectador en sus aislados momentos de comedia, en sus clips eróticos musicalizados con éxitos de George Michael y Michael Hutchence (saquen sus propias conclusiones de la selección), en algún comentario metatextual sobre los tratamientos con botox y en las potenciales trampas que para cualquier conocedor del género son imágenes de cuchillos, piscinas y casas de campo alejadas del mundo. Y lo mismo hace con una serie de situaciones que acomodan al film en el subgénero thriller empresarial. Pero lo que realmente le importa a Hajn es la mecánica de la relación entre los dos protagonistas.

Kidman tira de la cuerda de su historia conectada a estos temas (TODO POR UN SUEÑO, OJOS BIEN CERRADOS) y lo hace muy bien. Y Dickinson está a la altura de las circunstancias jugando con ella una buena cantidad de escenas sexuales en plan dominador, escenas que, si bien están armadas con planos que calculan al centímetro lo que muestran o no, son bastante audaces para el gélido Hollywood de hoy. Su personaje logra ser convincente como un tipo que puede salirse con la suya en una relación tan en apariencia desigual. Y, llegado un momento, no sorprende que aparezcan sobre la mesa las «cartas legales» del asunto, con su chantaje emocional ligado a potenciales consecuencias.

Pero Reijn tiene otros planes. La realizadora tiene la inteligencia o la timidez de no empujar el melodrama hacia las zonas más virulentas y salvajes a las que parece marchar. Si bien dice inspirarse en su compatriota Paul Verhoeven, lo que hace con su planteo narrativo es mucho más medido y, si se quiere, hasta analítico. Reijn coquetea con los recursos más salvajes del thriller erótico pero sus protagonistas no son presentados solamente como un empleado ambicioso y una jefa despiadada, sino como dos personas complicadas que se meten en situaciones de las que no saben si podrán salir enteros.

La inteligencia y la mesura de la lectura, en más de un sentido, se contradice con lo bombástico de la propuesta. Y esa es la ironía de hacer hoy películas como BABYGIRL. ¿Se puede abrazar al género erótico e ir con él hasta las últimas consecuencias, con sangre, sudor y lágrimas incluidas? ¿O mejor llevarlo hasta cierto punto y después tirarle encima las obras completas de Judith Butler? Es una pregunta que no tiene una respuesta fácil. El film de Reijn termina siendo preciso y adulto en su análisis de los juegos de poder, del rol de los géneros y del papel del sexo en medio de todo eso, pero no deja de traicionar el espíritu pasado de rosca de los thrillers eróticos de antaño.