Estrenos online: crítica de «Guerra civil» («Civil War»), de Alex Garland (Max)
Esta película bélica del director de «Ex Machina» se centra en un grupo de periodistas que tienen que emprender un viaje en medio de unos Estados Unidos envueltos en una lucha por el poder. Estreno en Max: 29 de noviembre.
El marketing con el que se presenta GUERRA CIVIL tiene bastante poco que ver con la película que es. El nuevo film de Alex Garland no es una película de acción ni tampoco una bélica en el sentido más convencional del término. A lo que más se parece es a la ciencia ficción apocalíptica, pero durante gran parte del relato con el drama más enfocado en lo humano que en escenas de alto impacto. Estas escenas aparecerán –y serán durísimas–, pero lejos está el film de intentar glamorizar un conflicto armado. Se trata de una guerra sucia, imprecisa, inconexa y brutal. Nadie sabe de qué lado pueden venir las balas ni tampoco los motivos.
GUERRA CIVIL tiene algo que la acerca a esos clásicos films de los años ’80 en los que un periodista o un grupo de periodistas tenían que tratar de sobrevivir en algún país del tercer mundo en el que algún dictador tomaba el poder con las brutales y previsibles consecuencias del caso. Me refiero a películas como MISSING, SALVADOR, EL AÑO QUE VIVIMOS EN PELIGRO y otras similares. Solo que acá eso sucede… en los Estados Unidos. Dicho de otro modo, esta podría ser la historia de ese país dentro de algunos años si la toma del Capitolio de enero 2021 hubiera tenido éxito. Las libertades parecen haber quedado abolidas, la paz brilla por su ausencia y las ciudades están destruidas o prendidas fuego. La primera escena parece suceder en Kosovo, pero es Brooklyn.
Cuando la película arranca entendemos que hay, en efecto, una guerra civil. Dos estados se han separado de la nación y se han unido en algo llamado las Fuerzas Occidentales (FO). Lo curioso es que se trata de California y Texas, dos estados que históricamente han estado siempre en los polos opuestos políticos (California es «progresista» y demócrata, mientras que Texas es «conservadora» y republicana), pero esa decisión genera la impresión de que el guión de Garland no quiere ponerle nombres, partidos ni ideologías a los bandos que ha elegido. O, dicho de otro modo, quiere presentar una situación en la que las dos puntas del espectro político se han separado de los Estados Unidos rechazando a un presidente (Nick Offerman) al que se muestra como un alienado dictador que lleva tres presidencias completas en el poder, algo ilegal según la constitución de ese país.
CIVIL WAR empieza, engañosamente, con una escena de acción y violencia que sirve para presentar a los personajes y al mundo en el que viven. En medio de una caótica pelea entre un grupo de gente y la policía conocemos a los protagonistas: tres periodistas que están cubriendo lo que parece ser la avanzada final de las Fuerzas Occidentales sobre Washington DC. Lee Smith (Kirsten Dunst) es una famosa y experta reportera gráfica que trabaja para Reuters junto a un periodista llamado Joel (el brasileño Wagner Moura), mientras que el tercero del grupo es Sammy, un veterano colega de «lo que queda del New York Times», interpretado por Stephen McKinley Henderson.
El enfrentamiento callejero termina con una violenta explosión en Brooklyn, en la que Lee salva de morir a Jessie (Cailee Spaeny, protagonista de la reciente PRISCILLA), una joven y entusiasta fotógrafa que admira a Lee. Tras una jornada en la que todos terminan bebiendo y conversando en el hotel en el que paran, los tres deciden viajar en coche a Washington desde Nueva York a tratar de entrevistar al presidente, dando un giro largo porque hay amplias zonas por las que no se puede pasar. Y en el viaje se les «cuela» la pequeña Jessie, que sueña con ser reportera de guerra.
Será así que, al mejor estilo APOCALYPSE NOW, el cuarteto de periodistas se irá adentrando más y más en el «corazón de la oscuridad», haciendo un viaje en auto de unos 800 kilómetros lleno de complicadas peripecias, una más intensa y violenta que la siguiente. Lee es algo así como la líder reflexiva del grupo mientras que Joel es el hombre enérgico, de acción, que quiere ir a más todo el tiempo. El veterano Sammy se presenta casi como un faro moral, el periodista de la vieja guardia, y Jessie es la más inexperta y lanzada, la que más riesgos toma, queriendo sacar esa gran foto aunque las balas le rocen la nuca.
El guionista de 28 DAYS LATER vuelve a hacer, de algún modo, una película apocalíptica de zombies, solo que acá esos zombies son ejércitos enfrentados, grupos comando que se atacan entre sí (ex profeso, muchas veces no es claro quién ataca a quién), gente que masacra a otra por caprichos, campamentos de refugiados en peligro y siempre con nuestros «intrépidos» periodistas metidos en el medio de la acción, sin tener demasiado cuidado por su integridad. Toda esta serie de encuentros culminarán en la llegada a Washington, en donde sí las cosas volverán a tener el aspecto de una violentísima película de acción, pero más cercana al estilo Kathryn Bigelow que a cualquier entretenimiento de esos que suelen tener a Gerard Butler como protagonista.
Más allá de algunos toques inesperados de humor, GUERRA CIVIL es una película seria, por momentos grave. Si bien nunca queda claro qué bando político representa qué ni tampoco los periodistas se ponen de un lado o de otro (se autoperciben profesionales y neutrales), Garland se toma el trabajo, a la vez, de humanizar y de ser muy crítico con casi todos ellos. Salvo algunas claras excepciones, tanto los periodistas como las personas que se cruzan en su camino son capaces de actitudes nobles y generosas como también de tomar decisiones crueles y egoístas.
De a poco, a partir de lo que les va pasando, los protagonistas parecen ir perdiendo la sensibilidad y el sentido de la realidad, pendientes más de tener la mejor foto o de una buena declaración, hasta compitiendo en eso con otros periodistas que se cruzan en su camino. Es que esa alienación, que al principio uno ve solo en los ejércitos, en algún momento –hay una brutal escena que es clave en ese sentido– se traslada también a ellos. En cierto punto, nadie parece tener nada más que perder.
Es una pintura brutal, un cuento con moraleja, acerca de lo que puede suceder si los habitantes de un país siguen enfrentándose entre sí más y más. Lo que en algún momento podía parecer una fantasía hollywoodense, en GUERRA CIVIL se siente como algo bastante real, posible, especialmente si no existen acuerdos mínimos de convivencia entre distintas ideologías. Y eso, que pasa en Estados Unidos, puede pasar en cualquiera de nuestros países. En ese sentido, que los que rivalizan con un gobierno en apariencia dictatorial sean de estados (y segmentos ideológicos) muy distintos parece ser una forma de dar a entender que no les quedará otra que unirse ante una amenaza así.
El realizador de MEN propone un tipo de película rara dentro de los géneros que transita. Las escenas son más largas que lo habitual, el uso del silencio es impactante, la mezcla sonora es inusual y la selección musical se aleja de cualquier modelo clásico (hay varios temas de Suicide, la banda de Alan Vega, de áspero y oscurísimo sonido; y la música incidental es de Geoff Barrow, ex miembro de Portishead) o conocido. Pero quizás lo más interesante sea su manera de utilizar recursos más propios del cine de terror que los típicos del género bélico convencional, un poco a la manera del citado clásico de Francis Ford Coppola (o de FULL METAL JACKET, de Stanley Kubrick), distorsionando la realidad y dando la sensación de que todo es parte de una pesadilla ingobernable.
Donde a Garland se le «escapa la tortuga» es cuando intenta ponerse irónico o se pasa de cruel. En varias escenas, a lo que la película parece llegar es a la idea de que nadie tiene verdaderamente razón y que no hay salida posible a la situación que se vive. El dictador podrá ser cruel, pero los que lo enfrentan también lo son. Y hasta algunos periodistas, que intentan conservar una mirada más humana en medio del caos, probarán también ser cínicos y brutales. Es una conclusión un poco «tribunera» para una película que a lo largo de su desarrollo había logrado evitar caer en la trampa de darle al espectador escenas y respuestas prefabricadas. Para una película que durante casi todo su metraje intenta quebrar la previsibilidad y ofrecer ambigüedades en lugar de certezas, su guiño irónico y malicioso del final se siente innecesario, casi una trampa.