Estrenos: crítica de «Cónclave», de Edward Berger
Tras la muerte del Papa, los cardenales se reúnen en el Vaticano para elegir a su sucesor, en esta mezcla de thriller político y drama religioso basado en una novela de Richard Harris. Estreno: febrero 2025.
Un poco a la manera de la anterior película de Edward Berger, la sorprendentemente exitosa SIN NOVEDAD EN EL FRENTE –ganadora de cuatro Oscars sobre nueve nominaciones–, CONCLAVE es un relato que se caracteriza por su sobriedad, su elegancia y su corrección. Un drama político-religioso que transcurre durante la elección de un nuevo Papa, el film del realizador alemán tiene una prolija y cuidada puesta en escena, un ritmo clásico y un grupo de personajes principales que navegan en medio de conflictos personales, ideológicos y éticos. El truco de Berger pasa por darle una cierta pátina de supuesta respetabilidad y prestigio a una trama que, filmada con otros criterios formales, bien podría haber sido un intenso relato de suspenso, un fastuoso melodrama o hasta un violento y muy pulp policial con sorpresiva y shockeante resolución.
Solo basta imaginar la trama de la misma novela –escrita por Robert Harris, un autor que se especializa en policiales accesibles como YO ACUSO, ENIGMA o EL ESCRITOR OCULTO, muchos de las cuales transcurren con el marco de hechos históricos concretos–, en manos de directores como Pedro Almodóvar, Paolo Sorrentino o Brian De Palma, por citar solo algunos con acercamientos estilísticos muy distintos al de Berger, y uno se toparía con algo muy pero muy diferente, en todo sentido. Y si bien esa no es una tarea que tenga mucho sentido hacer, la trama de la película se presta a ese juego ya que combina un universo seco, duro y áspero como puede ser una convención de cardenales con todos los trucos, trampas y sorpresas de un «thriller de aeropuerto».
Berger opta por la sobriedad y CONCLAVE, desde ese punto de partida, funciona bien. Al no arriesgarse tampoco sorprende –me refiero a lo formal, la trama sí tiene varias sorpresas–, pero cumple la tarea de entregar un film que parece más serio y profundo de lo que realmente es. Todo comienza con la muerte del Papa Gregorio XVII, lo que lleva al Vaticano a organizar sus tan llamativas y tradicionales elecciones con los Cardenales que llegan desde todo el mundo. Ralph Fiennes encarna al Cardenal Lawrence, el británico Decano del Colegio Cardenalicio, encargado de organizar la votación. De entrada nos enteramos que él no tiene interés en ser Papa, pero sabemos que quiere conservar la línea en apariencia progresista que tenía el fallecido. Y para eso su candidato más firme es el Cardenal Bellini (Stanley Tucci), estadounidense, que tiene una similar posición ideológica.
Pero en la contienda Bellini tiene rivales complicados, difíciles de vencer, y todos más conservadores que él. Por un lado está el canadiense Joseph Tremblay (John Lithgow), un cura más oportunista que otra cosa y al que se le nota su ambición por el cargo. En el extremo más reaccionario está el italiano Goffredo Tedesco (Sergio Castellitto), un tipo que quiere que la Iglesia vuelva a su formato más medieval y belicoso. Y en el medio, el Cardenal Adeyemi (Lucian Msamati), de Nigeria, un conservador tradicional cuyo gran punto en contra, para Lawrence y Bellini, es su homofobia. Pero cuando empiezan a salir los resultados de las primeras votaciones (el humo blanco de Papa elegido recién sale cuando un candidato llega a los dos tercios), es claro que todo está muy parejo, y que le será muy difícil a Lawrence conseguir votos suficientes para su candidato.
En medio de los números está el detrás de escena, los secretos de pasillo, el juego de ajedrez papal. En el convento en el que todos pasan sus noches (los participantes están «secuestrados», supuestamente sin contacto con el mundo real) circulan las monjas en silencio, mujeres que quizás sepan más de lo que dejan saber. Entre ellas se destaca la Hermana Agnes, quien durante la primera hora casi no participa de las acciones pero, al estar interpretada por Isabella Rossellini, uno sabe que terminará teniendo un mayor peso en la trama. También hay un cardenal mexicano, Benitez (Carlos Diehz), recién llegado al Vaticano habiendo sido apuntado por el Papa antes de morir, al que los demás no conocen y que, llamativamente, aparece en el conteo de los votos. Y en paralelo, una serie de hechos violentos, probablemente atentados, se van sucediendo en las calles. O eso parece, porque a ellos no les cuentan nada de lo que pasa afuera.
Si se toma en cuenta ese grupo de pintorescos personajes, el ambiente en el que transcurre la historia, las grandes diferencias entre los candidatos y los secretos de muchos de ellos que van saliendo a la luz, CONCLAVE bien podría ser una película pasada de rosca, uno de esos thrillers «amarillos» y un tanto ridículos que impactan por el lado del absurdo y, así como se consumen, se olvidan. Pero Berger tiene otras intenciones. Su film intenta ser un tratado sobre la fe, las dudas, los recorridos posibles de la Iglesia, el rol de las mujeres en la religión organizada y la podredumbre que muchas instituciones tapan para subsistir.
Y a su manera lo logra. El problema es que la trama sigue siendo más propia de una telenovela que del severo drama religioso que él cree estar filmando. Y CONCLAVE existe en ese espacio liminal entre el drama prestigioso y el policial un tanto absurdo. Los silencios y la gravedad que maneja Lawrence –cuyo punto de vista la película sigue a rajatabla– y las severas preguntas que se hace sobre su fe y sobre la mugre política del Vaticano son propios de un drama bressoniano, pero el guión lo lleva a actuar casi como un detective de hotel, en un giro que curiosamente lo acerca a su personaje de EL GRAN HOTEL BUDAPEST. Su Lawrence es un pastor angustiado de una película de Dreyer metido en la trama de una temporada de ONLY MURDERS IN THE BUILDING.
Pero la convicción que le pone Fiennes al personaje –lo mismo que Tucci, Rossellini y los otros– permiten que uno compre esa gravedad, esa depresiva parsimonia con la que el hombre se conduce, como si él mismo cargara una pesada cruz en su espalda. Berger filma todo alrededor suyo con igual o mayor solemnidad –cada movimiento de los cardinales en el espacio se organiza como un cuadro– y el hecho de que gran parte de la trama transcurra en la Capilla Sixtina le agrega un plus de imponencia a ese sombrío desarrollo. Es por eso que, cuando llegan varias revelaciones sobre el final –especialmente una de ellas– se sentirá como importada de otra película. Berger la trabaja con cuidado y políticamente correcta elegancia, pero sigue siendo un giro propio de los que surgen entre el penúltimo y el último episodio de la temporada de una serie.
CONCLAVE no deja de ser una película interesante para analizar por fuera de sus modos y recursos formales. Dentro de su enredada maquinaria narrativa se trata de un film que observa los cambios en la sociedad y cómo la iglesia elige pararse frente a ellos, pone en discusión miradas del mundo muy dispares, casi opuestas, dentro de esa institución y, sobre todo, se pregunta acerca de la fe y hasta qué punto puede ser usada como un arma para intensificar conflictos y acrecentar disputas. En el fondo, la película es una fábula progresista de formato conservador. Y allí radica la curiosa fricción que la recorre, de principio a fin.
Cuando un director llega a ser reconocido con el Oscar rápidamente aparece la pregunta sobre cuál será la siguiente película y en más de una ocasión se convierte en una gran desilusión.
Con el director alemán EDWARD BERGER (SIN NOVEDAD EN ELF RENTE) sucede lo contrario porque la película exitosa, con sus logros técnicos tenía una historia bastante pobre mientras que CÓNCLAVE no es nada del otro mundo desde lo técnico pero es bastante más interesante.
Al producirse la muerte de un Papa queda el cardenal británico THOMAS LAWRENCE (el excelente actor RALPH FIENNES) como encargado de organizar un complicado cónclave para elegir sucesor.
Hay cuatro candidatos con posibilidades además de LAWRENCE que son el liberal estadounidense BELLINI (STANLEY TUCCI), un canadiense bastante corrupto (JOHN LITGHOW), un africano con un pasado oscuro (LUCIAN MSAMATI) y un italiano retrógrado y medieval((SERGIO CASTELLITTO). Hay que agregar un candidato sorpresa de último momento proveniente de México que realizó un intenso trabajo social en países pobres del planeta (muy buen trabajo de CARLOS DIETZ).
La película tiene las tensiones propias de un thriller, con algunas sorpresas que preceden al final inesperadamente bizarro que se parece más a una película de PEDRO ALMODÓVAR.
Sin deslumbrar, BERGER logra esta vez una película interesante para ver y debatir (7/10)