Estrenos: crítica de «Flow», de Gints Zilbalodis

Estrenos: crítica de «Flow», de Gints Zilbalodis

por - cine, Críticas, Estrenos
20 Dic, 2024 11:58 | 1 comentario

En un mundo devastado por inundaciones y sin presencia humana visible, un gato se une a otros animales –un perro, un carpincho, un pájaro y un lemur– para tratar de hacer frente a las adversidades y sobrevivir. Estreno: febrero 2025.

Ver con pocos días de diferencia FLOW y MUFASA es casi una confirmación de lo mal que está haciendo Disney las cosas. No me refiero al negocio –seguramente tienen muy claro cuáles cosas funcionan y cuáles no– sino en relación a la estética a la que van llevando a su departamento de animación. En la precuela de EL REY LEON los animales están diseñados con tal nivel de perfección que, si no fuera porque hablan y cantan, uno hasta podría creer que está viendo un film live action con animales reales. En FLOW pasa todo lo contrario. La perfección del detalle de los pelos y la piel de sus criaturas brilla por su ausencia –por momentos da la sensación de que le falta una «mano de pintura» o una capa más de definición–, pero estos animales transmiten una verdad muy superior, en todos los sentidos, a los del film de Disney.

Y lo mismo se puede decir del mundo que estas criaturas habitan. Aquí el fotorrealismo es dejado de lado en busca de una expresión un tanto más poética de la realidad, una que no deja de buscar un cierto «parecido» con el mundo pero que se observa y pinta con una brocha, si se quiere, un tanto más impresionista. Quizás, hay que decirlo, sea más fácil identificarse con un animal que actúa como tal que con uno que habla y canta como un niño californiano. Y si bien FLOW tampoco osa proponer un realismo extremo en la materia –la mitad de las cosas que hacen los animalitos acá serían imposibles en la vida real–, sí resultan más creíbles, más integrales al universo en el que se insertan y a la idea que un espectador tiene de cómo un grupito de animales puede llegar a comportarse ante una situación como la que les toca atravesar a los protagonistas de esta película de Letonia (o Latvia, como muchos prefieren llamar a este país de Europa del Este).

Un film sin diálogos –no mudo–, FLOW tiene como protagonista a un pequeño gato que vive en una enorme casa en medio de un bosque. El lugar tiene algunas particularidades: está rodeado de estatuas gatunas de distintos tamaños (hay una enorme) y, sobre todo, está abandonado al parecer hace poco tiempo, dando la impresión de que el gato vive solo. Pronto veremos un posible motivo de su soledad cuando una masa enorme de agua llegue a la zona, empiece a inundarlo todo y al gato en cuestión, imposibilitado de encontrar un lugar en el que estar, termine metiéndose en un botecito que avanza por el agua. Allí comenzará una aventura por la supervivencia en la que tendrá que lidiar y conectar con otros animales que se irán sumando, entrando y saliendo, del barquito en cuestión: un pesado y somnoliento capibara (o carpincho), un intenso y nervioso lemur que colecciona objetos, un tierno perro labrador y un pájaro secretario que tiene la capacidad de controlar, un poco al menos, los movimientos del bote.

No hay explicaciones ni contexto para entender el mundo en el que viven. Los escenarios remedan a los del mundo real pero en muchas otras cosas no tanto (no spoilearé en qué) y lo mismo pasa con la lógica que maneja los acontecimientos. Todo parece indicar que se trata de alguna subida de las aguas propia del cambio climático, pero Zibalodis parece tener algunas ideas un tanto más enredadas o complejas al respecto. En lo esencial, FLOW no es otra cosa que la bella y a la vez oscura historia de un grupito de animales intentando sobrevivir en medio de algo que se parece bastante al fin del mundo, encontrando formas de colaborar entre ellos pese a sus diferencias. La película opta de entrada por mostrar a cada uno «en la suya» –siguiendo las particularidades de cada especie–, aunque de a poco empiezan a aparecer en ellos algunas características que van un tanto más allá de la lógica naturalista y zoológica del mundo. Son ciertas licencias poéticas que, para esos momentos del relato, resultan entendibles y aceptables aunque bordeen un territorio un tanto más sentimental.

FLOW, que tuvo su premiere mundial en el Festival de Cannes y representa a Letonia en los Oscars, gestiona sus avances narrativos mediante el uso de la música y la luz, ambas bastante ominosas, que van dando un marco denso a los acontecimientos. Narrativamente la película funciona a partir de pequeñas desventuras –caídas del barco, subidas, nuevos personajes, amenazas, peleas internas, accidentes y así– hasta desembarcar en una zona un tanto más cercana, visualmente hablando, al cine de Hayao Miyazaki, un universo cuya conexión con la realidad se vuelve cada vez más tenue desde lo estético pero que no por eso pierde potencia emocional. Aquí, los ojos del gato protagonista (al que no le conocemos el nombre ni el sexo) expresan casi todo lo que el film tiene para decir acerca de lo que vemos. Y en esos ojos aparece la mezcla de desesperación, angustia, resiliencia y capacidad de empatía que tiene el personaje. O eso es lo que uno le pone, si se quiere pavlovianamente, al personaje.

En cierto momento la película alcanza unos niveles de complejidad y belleza visual asombrosos, más puesta en el mundo en el que sobreviven los personajes que en los animales en sí. Es curioso, por momentos, el efecto que produce FLOW, ya que da la impresión que ciertos detalles de las criaturas no están del todo terminados pero uno ve que, claramente, los «fondos» (el agua, sobre todo) sí lo están, que el nivel de detalle que tienen es muy distinto y mucho más refinado que el del gato, el perro y compañía. Es una elección curiosa que de entrada desacomoda un poco –uno se frota los ojos pensando que quizás esté viendo fuera de foco–, pero a la que uno no solo se acostumbra sino que después hasta entiende. Lo que Zilbalodis intenta, uno cree, es que ese tipo de detalles a los que Disney apunta en sus personajes no distraiga de la conexión que ellos tienen con el mundo, de cómo se integran a él.

Finalmente, FLOW es una película sobre esa integración. O, dicho de otro modo, sobre la necesidad de «integrarse» en medio de un mundo que se desintegra. Hay algo de Arca de Noé en el recorrido elegido y hasta hay espacio para algún apunte místico, pero quizás lo central pase aquí por combatir la idea, hoy tan predominante, del «sálvese quién pueda». La metáfora es bastante obvia, pero si un perro, un gato, un lemur y un carpincho pueden encontrar la manera de ayudarse unos a otros a sobrevivir en un mundo lleno de dificultades y contratiempos, no tendría que ser tan complicado para criaturas de la misma especie que deberían poder comunicarse entre sí más fácilmente.