Estrenos: crítica de «María Callas» («María»), de Pablo Larraín

Estrenos: crítica de «María Callas» («María»), de Pablo Larraín

por - cine, Críticas, Estrenos
12 Dic, 2024 03:40 | 1 comentario

Angelina Jolie interpreta a la diva de la opera, María Callas, durante la última semana de su vida mientras intenta regresar a los escenarios. Con Angelina Jolie, Alba Rohrwacher y Pierfrancesco Favino. Estreno en cines: febrero 2025.

El ciclo, o tríptico, centrado en Grandes Damas incomprendidas del siglo XX dirigido por Pablo Larraín, concluye con MARIA, una película que conserva, en parte al menos, la fijación temporal específica y las características que han hecho a estos films del realizador chileno muy particulares y reconocibles. Como lo hizo en los casos de JACKIE y SPENCER, centradas respectivamente en Jackie Kennedy y Lady Di, su biografía de la diva de la opera María Callas elige un segmento breve de tiempo y una situación concreta en la vida de su protagonista para crear a partir de allí una suerte de retrato biográfico.

MARIA CALLAS, a diferencia de las otras dos películas, tiene muchos más flashbacks y excusas argumentales que le permiten a la protagonista recordar hechos de su pasado, y es así como el guión de Steven Knight (PEAKY BLINDERS) logra encontrar líneas más, si se quiere, tradicionales en un retrato biográfico. Pero en lo esencial sigue siendo un encuentro con la persona retratada en un momento concreto de su vida. En este caso, la semana previa a su muerte, en 1977. De hecho, la película arranca con su fallecimiento en París y va hacia atrás para mostrar esos últimos días de una manera un tanto particular.

Callas (una extraordinaria Angelina Jolie, dotando de emoción sincera y grandilocuente a la vez a cada escena del film en la que participa) ha dejado ya hace años de cantar en vivo por una dolencia vocal, pero intenta regresar a la escena. O eso dice. En el gran caserón parisino en el que vive pasa el tiempo con su cocinera (la excelente Alba Rohrwacher) y su mayordomo (Pierfrancesco Favino), quienes la cuidan, la protegen y toleran algunos de sus excesos y fastidios. Son, junto a sus perros, sus dos únicos acompañantes, los que la sostienen emocionalmente en un momento de su vida que se presenta complicado y angustiante.

En una serie de secuencias en las que lo real y lo imaginario se mezclan, Callas saldrá por las calles de París, se sentará a tomar algo en los cafés de la ciudad, será celebrada y agredida por el público que la ve (la prensa la había transformado en una diva caprichosa que cancelaba conciertos sin motivo y algunos espectadores le recriminan eso) y, por momentos, verá cómo algunas zonas de la ciudad se transforman en decorados vivos de las operas en las que actuó, en una mezcla que deja entrever que sus lazos con la realidad se han vuelto también un poco tenues.

Otra serie de secuencias se organizarán en torno a una «entrevista» filmada que le realiza un tal Mandrax (Kodi Smit-McPhee) en la que, con la excusa de hablarle de su vida, irá recorriendo algunas escenas y momentos canónicos del pasado: sus complicados inicios en la música en Grecia, algunos de sus momentos más importantes de sus presentaciones en vivo y, sobre todo, su relación amorosa y a la vez un tanto compleja con el magnate griego-argentino Aristóteles Onassis (Haluk Bilginer). Es evidente de entrada que esa entrevista es una fantasía de la cantante –y, a su modo, de la película–, una que deja en evidencia también su fragilidad emocional y su dependencia de drogas sedativas.

Larraín utiliza, como acostumbra, distintos formatos para retratar a su protagonista, yendo del blanco y negro de las escenas del pasado al granuloso 35mm. del presente, pasando por las imágenes más «documentales» obtenidas durante la supuesta entrevista en París, todo con la colaboración del célebre DF Ed Lachman. Con todo eso, el director de EL CLUB arma un caleidoscópico combo que ubica muy bien al espectador en ese bloque de tiempo que, más allá del breve momento de su juventud en la Segunda Guerra que se muestra, va de principios de los ’60 a fines de los ’70. Y le permite ir descubriendo distintas aristas de su personaje: su soledad, su tenacidad, cierta frialdad y una mezcla de narcisismo con inseguridad que la marcaría, especialmente en sus últimos años, cuando sabía que salir al escenario era prácticamente imposible.

Las escenas en la que Callas intenta cantar en tiempo presente y nota que le es imposible hacerlo como lo hacía antes están entre las más emotivas de un film que de a poco se va volviendo más angustiante y doloroso. Sus confundidos esfuerzos por demostrar –a los demás y a sí misma– que puede volver a ser la que fue sin lograrlo impactan no solo por la actuación desgarradora de Jolie sino por la manera en la que la película logra atravesar esa capa de vanidad que la estrella tenía. Es un desafío que ella sabe imposible, pero que sus dos fieles ayudantes apoyan y sostienen, aún cuando saben que no podrá hacerlo. Es conmovedor verlos felicitarla ante una mala performance en un ensayo, especialmente cuando todos los demás la critican o miran para otro lado.

MARIA CALLAS –el título local incluye su apellido– tiene sus problemas: un recorrido dramático un tanto más convencional que las otras dos y un arco si se quiere traumático más clásico para el drama de la protagonista, con tensiones familiares y momentos difíciles del pasado. El trato del film con la prensa es excesivamente cruel también, pero al ser el punto de vista de Callas y de los suyos es muy fácil verlos como poco más que sanguijuelas por la manera en la que, dicen, han creado a un personaje monstruoso.

Lo que la película intenta devolverle a la diva en los últimos días de su vida, es la dignidad, la humanidad, la entereza en el sufrimiento. Y eso lo logra con creces, arropando al personaje en una afectuosa y cálida manta que va más allá de sus momentáneas crisis y caprichos. De hecho, hasta resulta inquietante ver cómo los problemas de la Callas con la fama y con la prensa tienen un evidente eco con la vida igualmente pública y controvertida de Jolie, a quien su actuación aquí la devuelve a los primeros planos y le permite ese regreso que María nunca pudo montar teniendo casi su misma edad al momento de su muerte.

La música, obviamente, es un elemento fundamental en el film (ver banda sonora abajo). Y si bien no soy un especialista en opera ni sé bien en cómo las arias que canta y los personajes que interpreta allí repercuten o conectan con su propia vida, MARIA logra transmitir la fuerza y la potencia de la voz de Callas en el escenario y en los discos. Más allá de que sus perros ladren cuando la escuchan llegar a imposibles agudos (una de las escenas más simpáticas de la película incluye a eso y a su cocinera friendo mientras María canta), Larraín hace llegar al espectador las emociones que despertaba cuando cantaba, tanto para el público como para ella misma y los músicos que la acompañaban. En ese sentido, la película trabaja una metáfora que puede ser simple pero que es a la vez convincente: la de devolverle la voz a un personaje que, en vida, la perdió.