
Series: reseña de «El gran guerrero» («Chief of War»), de Jason Momoa y Thomas Paʻa Sibbett (Apple TV+)
Esta serie creada y protagonizada por Jason Momoa sigue la narración épica de la unificación y colonización de Hawaii a principios del siglo XVIII. En Apple TV+ desde el 1 de agosto.
Hawaii es un lugar fascinante desde muchos puntos de vista y no solo el turístico. Es un lugar rico en cultura, en historia, tiene una ubicación geográfica muy particular y una naturaleza riquísima y bella. Lo que tiene ahora, además, es una suerte de historia más o menos oficial acerca de uno de los grandes eventos de su historia: las guerras por su unificación entre fines del siglo XVII y principios del XVIII. Cocreada, escrita, dirigida (parcialmente) y protagonizada por el actor Jason Momoa, nacido en Honolulu, CHIEF OF WAR intenta ser un relato épico-histórico clásico, combinado con una serie de batallas y planos heredados de JUEGO DE TRONOS, serie en la que Momoa interpretó al peligroso Khal Drogo.
El protagonista de AQUAMAN se la pasa prácticamente desnudo durante buena parte de los primeros episodios y, si bien uno lo toma como parte del «realismo» de la época, uno que incluye además que el idioma usado sea el hawaiano («ōlelo Hawai’i»), es inevitable verlo también como parte de la «venta» –entre exótica y un poco erótica– de la serie. Pero EL GRAN GUERRERO va más allá de la primera impresión de ser una telenovela épica de gente bella y con poca ropa en islas paradisíacas, ya que muy pronto empiezan los conflictos entre los distintos reinos –cada una de las cuatro islas hawaianas estaban entonces gobernadas por distintos jefes y tribus– y todo se vuelve sanguinario e intenso. Y un poco confuso también.

Momoa encanta a Ka’iana, miembro de una de las familias reales que gobierna Maui –una de las islas en cuestión– y, aunque se resiste, es empujado por el Jefe Kahekili (el neocelandés Temuera Morrison) a conquistar la vecina Oahu. Pero en medio de ese proceso aparecen traiciones, juegos de poder que lo dejan de lado –Kahekili tiene en realidad otras intenciones–, romances, enfrentamientos y, sobre todo, la aparición de los paleskins (lo que antes llamábamos «carapálidas»), los hombres blancos que llegan a las islas con su idioma inglés y, sobre todo, con sus armas de fuego. Para el final del segundo episodio (SPOILER ALERT), Ka’iana ha terminado en un barco con los hombres blancos, viajando por el mundo, y tratando de encontrar la manera de regresar a las islas y arreglar los problemas que continúan viviéndose allí, además de advertir sobre los peligros que esos blancos representan.
La serie sigue parámetros clásicos del relato épico-histórico, adaptando y modificando hechos reales (Ka’iana existió, lo mismo que el Rey Kamehameha I, interpretado por Kaina Makua, y otros de los personajes retratados aquí) para ir entregando una dosis semanal de combates, conflictos entre tribus, bodas inesperadas (el rol que tiene la esposa del rey, Ka’ahumanu, encarnada por Luciane Buchanan, está armado más a gusto del espectador actual) y otras aventuras propias de este tipo de relato, que ni Momoa ni su equipo de trabajo –que incluye al cocreador Thomas Paʻa Sibbett y al coguionista Doug Jung– pretenden modificar. CHIEF OF WAR se atraviesa como un sólido, old-fashioned y un poco cursi drama histórico que trata de contentar a todos los públicos por igual, tanto los que buscan acción y fantasía como los que quieren respeto por la historia real y las costumbres y tradiciones locales.
Momoa es un muy buen actor, más allá de sus músculos y su aspecto de personaje de película épica de los años ’50 (a las que la serie por momentos recuerda), y es su seriedad y compromiso con el proyecto los que permiten que uno siga adelante con una serie que se extiende por casi nueve horas (son nueve episodios de casi una hora cada uno) y que tiene pronunciados baches de tensión y una cantidad de personajes que ameritan un cuaderno y un mapa para seguirlos. Su presencia y la historia de una nación y una cultura que es mucho más que un «estado de la unión» alcanza para prestar atención a esta por momentos impactante producción.