
Series: reseña de «Washington Black», de Selwyn Seyfu Hinds (Disney+)
Este relato cuenta las aventuras de un niño negro, esclavo en Bárbados, que huye junto a un hombre blanco y vive aventuras por el mundo. En Disney+
Una serie que combina drama social con relato de aventuras, WASHINGTON BLACK se basa en la novela homónima publicada en 2018 por la escritora canadiense de ascendencia ghanesa Esi Edugyan. En su modo tradicional, lo que esta adaptación hace es tratar de armar un relato de aventuras, descubrimientos y viajes por el mundo en plan Julio Verne, pero a la vez la mezcla con un drama racial en la época de la esclavitud en la entonces colonia inglesa de Barbados. Por momentos ligera y amena, en otros un tanto obvia y didáctica, la serie es una curiosidad que llega de la mano de Disney+.
Los tiempos en los que se cuenta el relato son dos, separados por ocho años. Y se cruzan constantemente. El «presente» tiene lugar en 1837 cuando el protagonista, llamado George Washington Black (Ernest Kingsley Jr.), tiene 19 años y está viviendo en Halifax, Canadá, bajo un nombre falso: Jack Crawford. Allí trabaja en el puerto, vive en una pequeña pieza, tiene como amigo a Medwin (Sterling K. Brown), uno de los líderes negros en ese lugar (en el que ya no hay esclavitud pero sí muchas restricciones) y pasa gran parte del tiempo obsesionado por la ciencia y la posibilidad de inventar cosas, algo que hace desde que era niño.
El otro gran segmento del relato transcurre ocho años antes en Barbados, en plena esclavitud, cuando George es un niño de 11 años (interpretado aquí por Eddie Karanja) que, curiosamente, es tomado como asistente por Titch (Tom Ellis), el hermano de su «amo», un científico que llega allí tras estudiar en Inglaterra y no tiene el mismo espíritu esclavista que sus familiares. Titch se da cuenta que el pequeño George –al que todos llaman «Wash»– es inteligente y curioso, y lo toma como una suerte de aprendiz para la sorpresa y el escándalo de los lugareños. Y de sus familiares.

Un hecho confuso que tiene lugar en ese momento obligará a los dos a escapar y allí vivir las aventuras citadas, que incluyen viajes en globo, peligrosos marineros, recorridas por territorios de ultramar y así, en una serie de experiencias que le permiten, como buen viaje de coming of age, perder la poca inocencia que le queda a Wash. Y ese mismo confuso hecho es el que, volviendo al tiempo presente, obliga al ya crecido protagonista a tener que seguir lidiando con la persecución y las amenazas de los hombres blancos, complicando a la vez una incipiente historia de amor con Tanna (Iola Evans), una mujer birracial recién llegada de Inglaterra a Canadá con su padre (Rupert Graves), quien quiere «casarla bien» para mejorar su situación económica.
La serie se moverá constantemente entre las dos puntas del relato, de un modo que vuelve a la serie ágil pero a la vez le impide avanzar de una manera constante y consecuente en cada una de las subtramas. En los primeros episodios el interés mayor parece pasar por las acciones del pasado –más violentas, trágicas y disparadas a la aventura–, pero una vez que queda claro que siguen buscando al protagonista en el «presente», es esa la subtrama de la serie que cobra más peso, tensión y gana en violencia. En ambos casos, hay una carga extra de corrección política en los diálogos que suena más a decisión de guionistas en 2020 que a una conversación natural entre personajes que vivieron dos siglos atrás.
WASHINGTON BLACK es accesible, entretenida, apta para ver en familia. Un drama racial sobre las consecuencias de los abusos del esclavismo, una historia romántica que pone el eje en las disparidades raciales/económicas y una suerte de cuento de viajes que funciona como un diario de experiencias de un adolescente, se trata de un programa apto para ver en vacaciones de invierno y con hijos. No descubre nada nuevo ni temática ni formalmente, pero impacta por su nivel de producción y por la forma sincera y amena en la que cuenta una historia que, en el fondo, es bastante terrible.



