Estrenos: crítica de «Homo Argentum», de Mariano Cohn y Gastón Duprat

Estrenos: crítica de «Homo Argentum», de Mariano Cohn y Gastón Duprat

por - cine, Críticas, Estrenos
14 Ago, 2025 12:01 | comentarios

Guillermo Francella interpreta a distintos personajes en esta comedia que se organiza como varias historias separadas entre sí y que intentan retratar al «ser argentino».

Cualquiera que haya entrado previamente a este sitio y leído algunas de mis críticas de las películas de la dupla compuesta por Mariano Cohn y Gastón Duprat sabrá que no se cuentan entre mis directores favoritos y que estoy casi en las antípodas de casi todo lo que piensan, hacen y manifiestan sobre el cine. Ahora bien, hasta hace unos años, al menos, había en su cine algo que era innegable: sus películas funcionaban con el público, hacían reír, tenían vueltas de tuerca más o menos ingeniosas y algunas ideas jugadas. A mí no me interesaban tampoco, lo admito, pero podía entender que otras personas sí las disfrutaran. Films como EL HOMBRE DE AL LADO, EL CIUDADANO ILUSTRE y en menor medida MI OBRA MAESTRA eran producto de un esfuerzo creativo evidente, más allá de que uno no compartiera sus ideas, su filosofía, su tipo de humor y tantas otras cosas.

Con las series de TV que han hecho pasa algo similar. Tanto EL ENCARGADO como BELLAS ARTES tuvieron cierto ingenio en sus primeras temporadas para terminar derrapando en las siguientes, convirtiéndose en productos hechos a las apuradas, sin el trabajo suficiente y hasta dando una apariencia de desdén creativo. Lo que se presentaba era lo mínimo necesario para seguir moviendo la maquinaria, con provocaciones huecas, vacías, sin más sostén que el propio espacio construido previamente. Todo esto, además, ofreciendo un cúmulo de ideas sobre el mundo y un tipo de personajes que ya a esta altura son cansinos, previsibles, casi insoportables: chantas, «cagadores», aprovechadores, tramposos, pícaros, deshonestos o tipos directamente jodidos. La repetición derivó en tedio.

HOMO ARGENTUM es la confirmación o la consagración de ese «mínimo esfuerzo». En lo que respecta a ideas, a ingenio, a guiones, a originalidad, a situaciones, a diálogos, a resoluciones, a la cantidad inmensa de «chivos» publicitarios que la sostienen económicamente. Una quincena de microhistorias que se suceden a lo largo de poco más de 90 minutos, los cortos del film intentan ofrecer una versión de muy bajo vuelo de aquello que Fabio Alberti definía como «¿Qué nos pasa a los argentinos? ¿Estamos locos?«. A lo largo de esas microhistorias aptas para redes sociales (algunas bien podrían ser reels de TikTok o Instagram, y creo que fueron pensadas con ese fin), la hipótesis sobre la que trabaja la dupla es simple y sencilla: el «homo argentum», venga de la clase social que venga, tenga el origen que tenga, es un ser bastante impresentable: corrupto, mentiroso, ventajero, egoísta, celoso, tramposo, cagador, irresponsable, falso, hipócrita y otras características similares.

Y los cortos están ahí para demostrarlo. Hay un hombre que causa sin querer un accidente grave y se hace el boludo, un empresario que se sube a un ascensor con una chica bonita pero peligrosa, un director de cine que se caga en los personajes que retrata, un «arbolito» que roba a turistas, entre otros. Después están los que, sin ser particularmente jodidos, demuestran un casi nulo trabajo creativo: un cura que trabaja en un comedor barrial, un comentarista deportivo en un partido decisivo, un viaje a Ezeiza para despedir a una hija y un padre que quiere que su hijo de casi 40 se vaya a vivir solo. Casi todos ellos ofrecen lo mínimo indispensable para salir adelante, como si los guionistas hubieran trabajado a reglamento intelectual o escrito textos condescendientes pensando en un público al que considera intelectualmente inferior. Es una colección de chistes malos que no hubieran sido puestos al aire ni en los viejos programas humorísticos de la TV de los ’80.

Hay tres o cuatro episodios un tanto más rebuscados y ambiguos que salen de la media y, en mi opinión, revelan un cierto ingenio en su construcción: un guardia de seguridad que se hace cargo de una chica a lo largo de una rara noche, un empresario que trata de ayudar a un chico que le pide dinero, un vecino que asegura que «meterá bala» si entran a robarle y, hasta cierto punto, uno que lleva al protagonista a Italia a conocer a sus familiares, una historia que bien podría ser leída como la revelación del origen (siciliano) de la particular manera de ser que, según la dupla de directores, tenemos los argentinos. Todos las microhistorias pasan, la mayoría sin pena ni gloria, aunque es obvio que algunas de ellas (la del ascensor, la del cineasta premiado, la del «arbolito», entre otras) están puestas a modo de provocación, buscando irritar a los que ellos califican como hipócritas con «buenas conciencias»: los woke, los «progres».

No mencioné en ningún momento a Guillermo Francella, protagonista de todas las historias. En sus personajes aparece lo mejor que tiene el film, lo que más esfuerzo y trabajo seguramente demandó: el muy buen trabajo de caracterización, peinados, maquillaje y vestuario que logran que todos los personajes sean visualmente muy distintos. Ahora bien, más allá de las diferencias estéticas, Francella hace siempre más o menos lo mismo con cada uno de ellos. O, dicho de otro modo, sus dos o tres variantes compositivas (el empresario chanta, el humilde que la va de bueno pero no lo es tanto) se repiten una y otra vez, lo mismo que sus yeites actorales, su timing verbal, su revoleo de ojos y su particular macchietta a lo Alberto Sordi. Es el Francella más conocido para la gente. El que está un poco en la película y otro poco, de soslayo, guiñándole un ojo al espectador.

En este año en el que el humor argentino dio un enorme paso al frente con series como VIUDAS NEGRAS, MENEM y DIVISION PALERMO que trabajan con ironía, sutileza, ambigüedad e inteligencia temáticas que también pueden ser urticantes, queda aún más en evidencia lo hueca que se ha vuelto la obra de Cohn-Duprat. Ya no solo ideológica o éticamente, sino también desde el momento a momento, la construcción de historias, de personajes, diálogos, chistes. Las series citadas buscan a un espectador inteligente y suben la vara para encontrarse con ellos allí, sabiendo que el público tiene la capacidad y el refinamiento para entender ese tipo de apuestas. Y se trata de series que también incluyen cuestiones potencialmente incómodas, como el humor negrísimo de la primera, la mirada relativamente amable al cuestionable protagonista de la segunda y las bromas con discapacitados de la tercera. Pero uno nota en todas ellas el trabajo para ir más allá de lo obvio. En HOMO ARGENTUM eso brilla por su ausencia. Es una sobremesa de anécdotas que escuchaste mil veces contadas por algún tío un poco «facho» y medio borracho que no se las acuerda del todo bien.