
Estrenos online: crítica de «Bridget Jones: loca por él» («Bridget Jones: Mad About the Boy»), de Michael Morris (Disney+)
Después de volver a meterse en el mundo de las citas, la madre soltera Bridget Jones se encuentra atrapada entre un hombre más joven y la profesora de ciencias de su hijo. Desde el 12 de septiembre en Disney+
Los cruces entre la realidad y la ficción pueden generar resultados inesperados. El caso de Bridget Jones es paradigmático. Esta serie de films que cuenta la historia de vida de una mujer británica tiene una curiosidad, si se quiere, del tipo documental. Al seguir a la protagonista a lo largo de 25 años, lo que estas cuatro películas hacen, a su modo, es también seguir a la actriz que la interpreta. Y los cambios que desarrolla en la ficción el personaje pueden o no verse reflejados en los cambios de la actriz. En estos 25 años, Renée Zellweger pasó de ser una simpática y promisoria actriz de Hollywood a una figura establecida, que ganó dos Oscar a mejor actriz, que se mantuvo lejos de la pantalla por largos tiempos y que pasó por algún “emprendimiento” quirúrgico que le modificó algunos rasgos faciales. Bridget Jones, en tanto, tuvo hijos, enviudó (cuando empieza la película, Mark Darcy, el personaje que interpreta Colin Firth, ha muerto), se deprimió, dejó la profesión y está, a su manera, tratando de regresar. La saga Bridget Jones no es una de acción –como Bourne o Misión: imposible— sino una que sigue la vida más o menos normal de una persona relativamente común. Y es por eso que las diferencias entre intérprete y personaje distorsionan el contenido de maneras que son indisimulables.
En Bridget Jones: loca por él se vuelve un tanto difícil seguir equiparando a la actriz con la protagonista. Zellweger ha perdido buena parte de la naturalidad y la frescura que tenía en los films anteriores (especialmente los dos primeros, de 2001 y 2004; en el tercero de 2016 ya había empezado a perderla) y hoy da más que nunca la impresión de ser una establecida actriz de Hollywood –con todo lo que eso implica– intentando convencernos que se trata de una mujer más o menos normal. Sus tics actorales se han vuelto incómodos, su desconexión con lo que la rodea es mayor que nunca y es difícil integrarla al contexto que Bridget habita. Es como una criatura extraña que sobrevuela la película desde otro plano, alguien que hace constantes muecas en función de lo que dice su voz en off, pero sin integrarse nunca a lo que sucede. Si bien este esquema existe desde el principio de la saga –el modelo narrativo consiste en escuchar a Bridget relatar en forma de diario su vida y actuar en consonancia–, hoy ya el concepto ha pasado a significar otra cosa: más que reflexión, es desapego; más que contrapunto irónico, es una cadena de chistes flojos.

A juzgar por las risas que acompañaron la función de prensa e invitados en la que vi la película, habrá que suponer que esos chistes flojos siguen funcionando o que nadie vio una comedia física en su vida. Lo cierto es que los y las seguidoras de Bridget Jones (tanto en el cine como en la literatura) han incorporado a ese personaje torpe, enamoradizo y caótico como parte de sus vidas y la siguen en su derrotero, sea cual fuese. Es muy probable que muchas de esas chicas de veintipico que leyeron o vieron su inicial Diario de Bridget Jones hayan atravesado cambios laborales, de noviazgo o hayan sido madres desde que se engancharon con el personaje. Y esa conexión perdura hasta hoy, con esas fans rondando los cincuenta. Y uno asume que es ese lazo, esa identificación, la que causa gracia o emociona. Es que la película en sí no ofrece demasiado material para agarrarse que no sea la nostalgia.
En este cuarto film, Jones es una mujer viuda, con dos simpáticos hijos, que de a poco recomienza su vida tras la muerte de su marido. Vuelve a trabajar como productora en un talk show televisivo y es llevada a la fuerza a abrirse una cuenta en aplicaciones de citas. Pero termina conociendo a Roxster (Leo Woodall) de un modo accidental y empieza una relación con este joven, al que le lleva casi 20 años. En medio de las idas y vueltas de esa complicada historia, Bridget conoce también a Wallaker (Chiwetel Ejiofor), el muy severo maestro de la escuela a la que van sus hijos, con el que tiene una relación más profesional que se inicia de un modo bastante tenso. A la vez, los clásicos personajes, en mayor o menor medida, siguen estando ahí: Daniel (Hugh Grant) se ha vuelto un pícaro y simpático amigo que a veces cuida a sus hijos cuando ella sale (no lo hace muy bien que digamos); la madre (Gemma Jones) reaparece brevemente y lo mismo sucede con los viejos amigos de Bridget, interpretados por Shirley Henderson, James Callis y Sally Phillips. Y hasta Firth regresará en algunas escenas oníricas que aparecen aquí y allá.
No hay mucho para recomendar en la película más allá del citado reencuentro nostálgico. Algunas bromas y salidas ingeniosas del guión caen en saco roto por la falta de naturalidad de Zellweger, que prefiere acompañar todo lo que pasa con una interminable cadena de gestos con la boca (la chica ofrece una sonrisa permanente, mitad Mona Lisa y mitad cirugía estética), una constante apertura de ojos y un andar más propio de personaje de sketch de programa de TV cómico que de alguien que habita en un mundo con ciertas similitudes con el real. Grant aporta su acostumbrada y carismática ligereza, lo mismo que Emma Thompson, en sus breves apariciones como la ginecóloga de la protagonista. Pero ni los “candidatos” de Bridget ni el resto de su universo tiene ya mucho para ofrecer. A 25 años de iniciado el recorrido cinematográfico (y 30 desde que se creó el personaje), quizás sea hora de ir cerrando el diario.
Nota publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires