
San Sebastián 2025: crítica de «Historias del buen valle», de José Luis Guerin (Competición Oficial)
El realizador de «En construcción» retrata Vallbona, un pequeño barrio a las afueras de Barcelona, a través de las historias de sus habitantes: migrantes, trabajadores y familias que resisten con solidaridad.
Como bálsamo humano y cinematográfico en medio de tanta crueldad circulante, HISTORIAS DEL BUEN VALLE es una oda a la comunidad, una película que retrata el pequeño barrio de Vallbona, ubicado a las afueras de Barcelona y en el que viven no más de 1400 personas. Es una zona de limitados recursos económicos pero con un ecosistema privilegiado que está entrecruzado por una serie de factores y temáticas que parecen sacadas de los noticieros televisivos: la construcción de rutas, la destrucción del medio ambiente, los movimientos migratorios, la polución y hasta la posibilidad de una hasta hace poco impensada «gentrificación».
Pero lo central en el universo cinematográfico de Guerin, a la manera de su admirado John Ford, es hacer un retrato de una comunidad vital, diversa, imperfecta y por momentos conflictiva pero con la mirada siempre puesta en colaborar con el otro y salir para adelante ante cualquier circunstancia. Cuando un anciano le ofrece ayuda a una mujer que está con problemas («cualquier cosa me avisas, sabes donde vivo», le dice) y uno ve que ese anciano tiene seguramente más problemas hasta para caminar que la mujer, uno tiene claro que allí la gente se mueve con parámetros que hoy parecen demodé.

Quizás suene idealista el retrato, pero Guerin no deja de lado los problemas que hay en el lugar: menciona la existencia de bullying escolar, algunas dificultades entre los distintos grupos, pero elige poner el foco en otro lado, en el esfuerzo de una comunidad de gente trabajadora que ha llegado ahí en varias etapas históricas y desde diversos orígenes y que hacen lo posible por crear, con mínimas posibilidades, un espacio para vivir en común. Hay, si se quiere, villanos en esta historia, pero están fuera de campo o se presentan con el traje de «funcionarios» que prometen ideas de progreso malentendidas.
Hay personas del Este de Europa, de América Latina, de varios países árabes, africanos, de la India, de Portugal, «gente del sur» –como la define la película–, gitanos y otros migrantes internos de diversas zonas de España y que llegaron en distintas épocas. Y es a través de sus anécdotas e historias que el realizador de EN CONSTRUCCION va conformando la pintura de una zona aislada, separada por un río, un puente, una autopista y unas vías de tren en la que hay una laguna contaminada en la que recomiendan no meterse. Es a media hora en coche de Barcelona, pero por momentos parece ser otro planeta.
La película en sí es el retrato de las personas y la mezcla de anécdotas, historias y opiniones que vierten. Un hombre llora a su esposa muerta, con la que ganaban competencias de tango, y la emoción desborda la pantalla. Uno muestra donde estaba construida su casa que ahora no existe más. Otro cuenta de su obsesión por hablarles a las plantas (hay muchos en Vallbona que les hablan a las plantas y a los animales aunque por suerte, aseguran, ni las plantas ni los animales les contestan). Y están los que se juntan a la vera del río a tocar música, cantar y bailar en una comunidad a la antigua, en la que todos parecen habitar el espacio público de una manera que es cada vez menos usual.

En medio de esa vida diaria de una comunidad, lo que hace Guerin es contraponerse cinematográfica y políticamente a esta cultura del individualismo, de la confrontación y hasta del odio que crece en todo el mundo, reconfigurando lo que fue un «viejo barrio» en uno adaptado a los cambios sociales y culturales de los últimos años pero que no ha modificado su esencia, su idea de la solidaridad como algo más que un gesto para Instagram o un pin para poner en la ropa.
En las HISTORIAS DEL BUEN VALLE la gente piensa en el otro porque está en su naturaleza, porque lo aprendió así y creció con esos códigos. El mundo virtual pretenderá hacernos creer que vamos hacia otro lado, que la sociedad funciona como una permanente confrontación entre iguales, pero si uno se conecta con la realidad, si observa y presta atención notará que no es tan así. Y Guerin nos muestra esa otra parte –humanista, digna, solidaria– del mundo en que vivimos.