Series: crítica de «Los sin nombre», de Pau Freixas y Pol Cortecans (Disney+)

Series: crítica de «Los sin nombre», de Pau Freixas y Pol Cortecans (Disney+)

Una niña con supuestos poderes es secuestrada y desaparece. Siete años después, un llamado de la chica reabre la investigación para encontrarla. Con Miren Ibarguren, Rodrigo de la Serna y Milena Smit. En Disney+ desde el 10 de septiembre.

Uno de los films que inauguraron un cambio generacional del cine de terror español vuelve ahora, 26 años después, en formato de serie. Allá por 1999, LOS SIN NOMBRE fue un éxito cinematográfico que puso en el mapa el nombre del realizador catalán Jaume Balagueró que luego iría a consagrarse con la saga REC. Adaptada de una novela de Ramsey Campbell, el film se centraba en la misteriosa desaparición de una niña con supuestos poderes que, años después de haberse dado por muerta, parecía reaparecer. En la serie española de Movistar Plus+ que llega a América Latina vía Disney+, Balagueró permanece como productor ejecutivo pero los showrunner son Pau Freixas y Pol Cortecans, director y guionista, respectivamente.

Siete años atrás conocemos a Claudia (Miren Ibarguren), una mujer que tiene una pequeña hija llamada Angela. En un viaje de auto y tras ver un accidente de tránsito, la niña se acerca a una mujer gravemente herida y, en apariencia, la trae de vuelta a la vida. No hay testigos (bah, la cámara) y es imposible saber si fue la chica la que la salvó o si se despertó por su cuenta, pero lo cierto es que todos creen que es una niña milagrosa y la tratan como tal. La posterior obsesión mediática abruma a la madre que no puede controlar que esté su casa rodeada de periodistas y curiosos. Pero el problema se desata cuando, en un aparente descuido, la niña desaparece.

¿Qué sucedió? ¿Alguien la secuestro para que haga milagros con ellos? ¿Se escapó sola? ¿Se perdió, se escondió, la mataron? Con la ayuda de un policía llamado Salazar (encarnado por un sufrido, transpirado y angustiado Rodrigo de la Serna, con un acento mixto típico de un argentino que lleva mucho tiempo en España), Claudia la busca, encuentran varios sospechosos pero, de una u otra manera, logran escaparse de la persecución de Salazar. Cuando finalmente encuentran ropas ensangrentadas de la niña, les queda claro –aún sin cadáver– que ha muerto.

La historia se retoma siete años después. Claudia ha rehecho su vida: está en pareja y con un embarazo avanzado, mientras que Salazar –probablemente sintiéndose culpable del fracaso de la operación– se ha retirado de la policía y atraviesa una severa depresión. Un llamado telefónico misterioso los volverá a reunir: es la voz de una ahora adolescente Angela que le dice a su madre que está viva. Todos desconfían de que el llamado sea verdadero, pero la madre sabe –por la voz, por cosas que menciona, por intuición– que es ella. Y termina convocando de nuevo a Salazar para que la ayude a recuperarla.

El grueso de los seis episodios se irán en esta vueltera investigación. En el medio aparecerá Laura Rey (Milena Smit), la mujer que Angela «salvó» en aquel momento y que vive escribiendo libros y explotando comercialmente aquel hecho impactante. Entre ellos, colaboradores y autoridades se pondrán en campaña para encontrarla, pero sin sencillos resultados a la vista. De a poco, todo parece indicar que podría haber sido secuestrada por algún tipo de secta que la tiene aprisionada. Y será esa la pista a la que le pondrán todas las fichas.

La película, de modo más compacto y efectista, abría y cerraba con cierta celeridad el misterio. Al pasar a seis episodios, LOS SIN NOMBRE tiene largos trechos un poco anodinos y solo vuelve a levantar –dramáticamente y en términos de acción y suspenso– en los últimos dos, cuando las sospechas y las conexiones empiecen a rendir sus frutos. Pero más allá de su oscuro y renegrido universo, las idas y vueltas narrativas no se salen del estándar para este tipo de productos serializados, con pistas falsas, conflictos internos y otros golpes de efecto que son casi cliché en este tipo de relato.

La serie tiene una estética porosa, propia de TRUE DETECTIVE o hasta de PECADOS CAPITALES, que se suma el tono angustiante en el que los personajes se conducen, empezando por los cada vez más perturbados Ibarguren y De la Serna, a quienes las autoridades miran con desconfianza. Un flashback al origen del trauma de Salazar ligado a su vida en la Argentina no es particularmente feliz y usa un hecho dramático de nuestra historia solo para darle una justificación dramática a su perturbación psicológica.

LOS SIN NOMBRE es, de todos modos, medianamente efectiva. Los episodios se pueden ver en uno o dos tirones y el guión siempre encuentra la manera de ir girando la vara de este tipo de misterios que podrían estar ligados a cultos místicos. Llegar al centro del asunto toma unas cuantas horas pero cuando se arriba al «corazón de la bestia», la cuestión toma ciertas características espeluznantes, con inesperadas muertes y sorpresas varias que despiertan al espectador del potencial letargo de su segundo acto.

En un mundo de algoritmos y de realidades paralelas que parecen no conectarse entre sí (algo que no era tan así en la adaptación de 1999), tramas como las de LOS SIN NOMBRE llevan al extremo (melo)dramático una situación tomada de la realidad: los grupos cerrados, las sectas, los «terraplanismos» y los cultos bizarros que de maneras «convincentes» pueden captar a niños y adolescentes fácilmente cooptables. Los recursos de la serie para hablar de esto son, igualmente, bastante básicos y de corte puramente fantástico. Pero el tema es, sin dudas, actual y urticante.