
Estrenos: crítica de «La máquina» («The Smashing Machine»), de Benny Safdie
El film sigue al legendario luchador de MMA Mark Kerr (Dwayne Johnson) en el punto más alto de su carrera, mientras el dolor, la adicción y el amor amenazan con derrumbar al hombre detrás del peleador profesional.
En unas breves escenas de corte documental que aparecen sobre el final de la película y anteceden a los créditos, Benny Safdie deja en claro buena parte de la estrategia narrativa de THE SMASHING MACHINE. Su drama pugilístico puede haber usado algunas de las convenciones de la película del boxeador/luchador, pero en el fondo se la narró como una suerte de falso documental, de película de observación, casi de espionaje, acerca de la vida de Mark Kerr, el hombre cuyo apodo le da título al film. Se trata de un relato a distancia, casi en voz baja, que observa como un espectador curioso la vida, la tarea, las contradicciones y problemas de este personaje sin involucrarse demasiado. Más como un testigo que como un narrador.
La estrategia es curiosa pero durante buena parte de la película, funciona. Por momentos LA MAQUINA parece un eco de films como TORO SALVAJE, ROCKY y EL LUCHADOR, con un personaje central cuyo recorrido se muestra de entrada como bastante similar al de tantas películas de boxeo o de hombres que ponen su físico en juego en un ring: una carrera profesional y una historia de amor que parecen encaminadas pero que luego, por distintas razones, empiezan a enredarse. Las diferencias, sin embargo, son varias y se van notando cada vez más con el paso de los minutos. Por un lado, la estrategia algo distanciada: las conversaciones en voz baja, como escuchadas por casualidad; las peleas filmadas y comentadas por relatores deportivos que funcionan por momentos como narradores de parte de la historia y la manera en la que Safdie parece filmar casi siempre de atrás a su protagonista, al punto que la musculosa espalda de Dwayne Johnson es casi la protagonista de la película.

Y, por otro, la propia historia de Mark Kerr no termina respondiendo a las características más melodramáticas del género. Sí, es la historia de una caída pero no una tragedia. Es un film acerca de la derrota, de aprender a perder, de darse cuenta que ese lado de la vida no se puede negar y que solo a partir de asumirlo como una posibilidad muy concreta se puede seguir viviendo. Ahí el sistema narrativo elegido por Safdie falla o, al menos, se debilita, ya que THE SMASHING MACHINE marcha casi siempre al mismo ritmo: no tiene grandes picos narrativos ni tradicionales momentos de quiebre emocional. Se trata de algo buscado (ver sino la música fuera de sincronía dramática que usa, un combo de jazz experimental de Nala Sinephro junto a canciones de The Alan Parsons Project, The Cleaners from Venus y Robert Lester Folsom, más allá de algún ocasional clásico), pero que en un punto se revela limitante.
LA MAQUINA –que se apoya además en un documental de 2002 sobre el personaje– cuenta la historia de Mark Kerr, un pionero de la hoy famosa MMA (Mixed Martial Arts), quien fue uno de los protagonistas centrales de ese deporte cuando recién se establecía y no tenía demasiada popularidad en los Estados Unidos, por lo que las peleas que veremos aquí son casi todas en Brasil o Japón. Un tipo de viene de la lucha libre –como Johnson, en un papel muy distinto al habitual suyo–, Kerr no sabe lo que es perder: destroza rivales por donde pasa y todos temen enfrentarlo. Su vida privada parece estar encaminada también: tiene su casa propia en Phoenix, Arizona, y una pareja, Dawn Staples (una llamativa Emily Blunt), que lo adora. El dinero no sobra –más de una vez se lo ve peleando su cachet–, pero él lo lleva bien igual. De hecho, lo que más llama la atención es lo correcto, atildado, respetuoso y hasta tímido que Mark es fuera del ring.
Sin que Safdie abuse del asunto en términos visuales, nos vamos dando cuenta que Mark necesita de cada vez más potentes anti-inflamatorios y opiáceos para lidiar con sus dolores. Y que pronto llegan los excesos y los consecuentes problemas físicos y de pareja, ya que aparecen tensiones con Dawn, algunas malas performances en competencias y el edificio sólidamente construido por el hombre empieza a tambalear. Lo ayuda a salir de ahí su amistad con Mark Coleman (Ryan Bader, un luchador real de MMA), un competidor que es casi como un hermano para él, y una fuerza de voluntad a prueba de todo. La contradicción entre ese hombre medido en la vida y violento en el ring no se explica ni resuelve –por suerte no hay flashbacks ni explicaciones traumáticas infantiles–, por lo que Mark nunca deja de ser un interesante, hasta inquietante enigma.

Safdie empezará a reiterar el esquema (pelea en el ring, pelea de pareja, entrenamiento, crisis y todo otra vez de nuevo) en una segunda hora que no busca cosechar lo sembrado en la primera sino continuar en ese mismo tono. Y ahí es donde la película empieza a tambalear, a verse más como un inteligente ejercicio de hacer un film de box alejado del clasicismo pero sin encontrar del todo un modo igualmente eficaz que lo reemplace. Se trata, de todos modos, de una decisión elogiable y hasta arriesgada. Johnson, que es productor, quizás imaginaba una película para pelear Oscars pero salvo por su actuación, nada en THE SMASHING MACHINE hace pensar que estará entre las candidatas, ya que se mueve en un registro mucho más indie (por momentos su tono me hacía acordar al de LA ASISTENTE, de Kitty Green) que lo que acostumbran a votar los miembros de la Academia.
En ese sentido, Benny Safdie no se aleja del tipo de cine que solía hacer junto a su hermano Josh, desde DADDY LONGLEGS a UNCUT GEMS. Si bien LA MAQUINA es una película más tranquila y menos urgente que las de la dupla, el más pequeño –y también actor– de los hermanos no busca acá entrar a las «grandes ligas» ni mucho menos. La suya es una película modesta y curiosa, fascinante por momentos y extraña en otros, que pretende ser, más que cualquier otra cosa, un homenaje a los pioneros de ese físicamente abrumador deporte. Son unos años en la vida de una mole humana en los que se dio cuenta, no sin dolor ni angustia, que así en el ring como en la vida a veces toca perder.