
Estrenos online: crítica de «Hedda», de Nia DaCosta (Prime Video)
Una audaz pero irregular adaptación moderna de la clásica obra teatral, con la magnética Hedda Gabler de Tessa Thompson desafiando una casa británica de los años 50. A pesar de sus llamativos recursos visuales, la película lucha por capturar la sutil tensión psicológica de la obra. Ya disponible en Prime Video.
Varias diferencias concretas y específicas –una de ellas, sustancial– son las que separan a HEDDA de la clásica obra teatral del noruego Henrik Ibsen en la que se basa, HEDDA GABLER. Las primeras son habituales y hasta lógicas cuando se vuelve a adaptar una pieza que ha tenido cientos de versiones teatrales y también varias cinematográficas y televisivas: cambiar el lugar, la época, la naturaleza de ciertos personajes, la escenografía. Lo que no es tan habitual es cambiar el eje y hasta el sentido de la obra y de su compleja protagonista. La realizadora estadounidense ha usado todos los trucos del manual de la adaptación moderna de una obra –moviendo la cámara constantemente, entrando y saliendo de distintos escenarios, llenando los planos de acción permanente–, pero en ese giro ha perdido también algo esencial de la pieza: su perturbadora, angustiante ambigüedad.
DaCosta es una directora a la que la extravagancia le sienta bien, la clase de cineasta que deja sus huellas dactilares en cada plano, como bien lo probó en su rara versión de CANDYMAN y su esperpéntico paso por THE MARVELS, otro de esos experimentos de la fábrica de superhéroes que solo generaron dolor de cabeza en la empresa y en los cineastas (como Chloe Zhao) que aceptaron ser parte de ese profesionalmente diabólico pacto. Daba la impresión, al saber que su próximo trabajo iba a ser una adaptación de Ibsen, que HEDDA funcionaría como un correctivo personal y profesional, una aproximación a un registro más adulto, humano, perturbador desde la lógica de los personajes. Y si bien la película tiene un poco de eso, en realidad no hay tantas diferencias con sus films anteriores. Por citar otra pieza clásica, su adaptación de Ibsen es «mucho ruido y pocas nueces».

Hay tres alteraciones centrales que son llamativas pero, salvo una, puramente decorativas. Hedda Gabler, la hija de un general noruego casada con un académico a fines del siglo XIX en Noruega, hoy una una británica afrodescendiente que vive, en los años ’50, en un caserón propio de DOWNTON ABBEY. Para no tener que venderlo es fundamental que su marido, George Tesman (Tom Bateman), consiga un importante puesto en la universidad. Y la pareja organizará una fiesta cuyo objetivo principal será asegurar ese resultado. Previsiblemente, las cosas no saldrán bien.
Hedda es, además, bisexual. Y eso sí modifica un poco la lectura de los acontecimientos. Su pasado (y no tan pasado) romántico incluye affaires con mujeres y hombres, algo que Ibsen seguramente tampoco pensó para su obra. Y el primer indicio de que la fiesta puede salir mal la da la aparición allí de Eileen Lovborg (la actriz alemana Nina Hoss), un personaje que en la pieza original era un hombre. Lovborg fue el gran amor de Hedda pero ahora se ha vuelto una suerte de enemiga. Por un lado, porque está con otra mujer (Imogen Potts) y parece, al menos de entrada, pasar de ella. Y, por el otro, porque compite con George por el puesto universitario en cuestión. Con esa serie de conflictos encaminados, HEDDA repasa una noche frenética en la que todo, o casi todo, saldrá mal.
Por fuera de las diferencias cosméticas aceptables (se han hecho adaptaciones de «Hedda Gabler» de todo tipo, incluyendo una dirigida por Patrick Marber y protagonizada por Ruth Wilson que transcurre en un minimalista departamento en la actualidad), hay un cambio propuesto por DaCosta que es un poco más difícil de comprender. Su Hedda es aquí una suerte de villano de dibujos animados, una criatura feroz y furiosa que está dispuesta a todo para mejorar su situación económica. Y su marido es solo un peón en ese plan. Por debajo de la intención de que ese amable académico (que, convengamos, en este contexto no se entiende qué hace con una criatura tan endemoniada) triunfe, hay un no tan secreto deseo de arruinarle la vida a Eileen. Por celos, por ser ella lo independiente que Hedda no logra ser o por pura venganza.

Ya desde la actuación de Tessa Thompson queda esto en evidencia. La actriz es magnética, de eso no hay dudas, pero actúa hasta con sus hombros. Sus cejas, ojos, labios, nariz, voz, manos, brazos y mejillas participan de un festín de la interpretación que, claramente, es más apta para un escenario que para una cámara que la tiene casi siempre en primer plano. Seductora, siniestra, calculadora, Hedda pierde aquí además las contradicciones que el autor de CASA DE MUÑECAS le daba al personaje y termina pareciendo una émula de Cruella de Vil instalada en una mansión propia de la serie BRIDGETON. En ese aspecto hay que reconocerle a la directora y a su equipo el esfuerzo en dotar a la película de un lujoso diseño de producción y una fotografía inmersiva y llena de detalles. La versión podrá ser un tanto chata temáticamente, pero luce muy bien.
La película mejora bastante con la aparición de la gran Nina Hoss, quien comparativamente es un océano de calma y densidad psicológica. Más allá de haberla metido en un vestuario un tanto absurdo –parece una versión glam de una campesina medieval–, su Lovborg se mueve con dificultad en un mundo complicado de hombres. La mujer ha dejado la bebida y quiere congraciarse con el universo académico que la mira con sorna y rechaza pero a la vez no logra dejar de desear a la seductora Hedda, que se aprovecha de esa fragilidad que aparece en Eileen, como dice el tango, «cuando se pone triste con el alcohol». Su manuscrito, asegura, será su carta de entrada a ese lugar de prestigio. Pero es un hilo tenue que no le asegura nada. Y menos con Hedda Gabler dando vueltas alrededor.
La película empieza cerca del final con Hedda contando los hechos en un interrogatorio policial, por lo cual no hace falta haber visto la obra, ni saber de qué trata, para darse cuenta que las cosas irán hacia el peor lugar. Dos minutos después aparece un arma y uno no sabe si es un guiño a Chejov o directamente una parodia. DaCosta no llega a pasarse del todo hacia el más excesivo grand guignol –de haberlo hecho quizás todo podía haber funcionado mejor– y su HEDDA se queda a mitad de camino entre una adaptación pop de un clásico, un ámbito para el lucimiento de su protagonista y un fallido experimento de trasposición temática. Se trata de una relectura banalmente posmoderna de Ibsen que tiene más sentido como algo desafiante en los papeles pero que, puesta en escena, no es otra cosa que «un cuento lleno de ruido y furia» que significa bastante menos de lo que cree significar.



