
Series: crítica de «I Love LA», de Rachel Sennott (HBO Max)
La actriz y guionista dirige su mirada hacia la generación de los influencers con una mezcla de fascinación, ironía y autoconciencia, en una comedia tan divertida y reveladora como cómplice del mismo mundo que pretende satirizar. Desde el 2 de noviembre, todos los domingos por HBO y HBO Max.
Antes de hacerse famoso como compositor de canciones familiares en películas de Pixar, Randy Newman se caracterizaba por sus letras ácidas, irónicas. Acaso uno de sus mayores éxitos de esa etapa pre-Buzz Lightyear sea «I Love L.A.«, canción cuyo título usa como referencia esta serie creada y protagonizada por Rachel Sennott. Uno supone –por el tono que propone y las características particulares de su creadora– que, siguiendo la línea Newman, la serie propondrá una similar mirada sardónica sobre la vacua cultura californiana, una que empeoró muchísimo desde que se compuso esa canción, más de 40 años atrás, cuando no existía internet, las redes sociales y mucho menos, los influencers. Pero en sus primeros ocho episodios esa ironía queda en segundo plano y uno bien podría pensar que a los protagonistas de I LOVE LA les encanta de verdad vivir en Los Angeles, aún sabiendo lo hueca que puede llegar a ser.
Es un juego riesgoso, limítrofe. Sennott es consciente que el mundo en el que habitan sus personajes se acerca a la nada misma –influencers, agentes de influencers, nepo-babies, empresarios millonarios–, pero la fascinación con todo eso la puede. Maia, la protagonista que ella misma interpreta, viene de Nueva York y tiene de entrada una relación ambigua con la muy diferente arquitectura urbana y social de Los Angeles y parece funcionar bien manteniéndose un tanto al margen de los reflectores, con su novio maestro de escuela (Josh Hutcherson) y su relativo bajo perfil. Pero cuando regresa a la ciudad Tallulah (Odessa A’Zion), una amiga con la que estaba peleada y que hoy es una reconocida influencer en redes y le pide que sea su manager, la chica no solo aceptará el convite sino que se dejará llevar por el torbellino de la celebrity culture y todo lo que eso conlleva.
Esa ambigüedad recorre los ocho episodios de esta divertida, ácida y por momentos irritante comedia que se mete de lleno en estas contradicciones, al punto que a Maia/Sennott se le nota más el disfrute por todo eso que considera superficial que cualquier crítica que en paralelo pueda estar haciéndole. Uno sabe –hasta ella lo sabe– que el recorrido que su protagonista ha iniciado tarde o temprano terminará haciéndola chocar contra una pared de frente, pero por el momento parece disfrutar mucho el viaje. Y es así que, a su manera, I LOVE LA está más cerca de la fascinación que de la crítica.

Sennott –que no es judía aunque lo parece y esa es una de las bromas recurrentes de la serie– se hizo famosa gracias a clips virales y películas independientes como SHIVA BABY. Y este proyecto personal es algo así como su intento por crear una comedia personal y a la vez generacional, tal como lo fue GIRLS, de Lena Dunham, personaje con el que tiene puntos en común, especialmente en la forma ruidosa en la que actúan y la dualidad que tienen respecto a sus propios comportamientos. Mia puede ser graciosa, simpática e ingeniosa, pero cuando entra en la espiral de la «industria» (esto ni siquiera es Hollywood, son chicas de veintipico que quieren conseguir canjes con marcas de shampoo o publicidades de galletitas) se olvida de todo y se lanza de lleno a eso, dejando correr –de entrada, sin culpa– su lado más egocéntrico y, convengamos, superficial.
Su amiga Tallulah parece hecha para ese mundo, pero ella realiza un viaje en cierto modo opuesto. Empieza como una típica «chica tonta» que solo quiere hacerse notar (sus atuendos son por lo menos llamativos) en TikTok, usar ropa de marca, poder reservar en restaurantes de moda y manipular una imagen hipster en las redes. Cuando eso se complique –por ahí pasará uno de los plot points centrales de la temporada–, el castillo de ilusión ligado a la fama se le empezará a caer. El cuarteto de protagonistas lo completan True Whitaker, que encarna a Alani, la hija de un famoso productor de Hollywood (es, en la vida real, hija del actor/director Forest Whitaker), que le da un cargo en su compañía al que ella casi no presta atención; y Charlie (Jordan Firstman), el prototípico amigo gay que lidia con una serie de problemas que, con el correr de los episodios, pasarán a ser más interesantes que los de la protagonista.
Habrá cameos de famosos reales (uno muy divertido con Elijah Wood) y de varios streamers/influencers, un sinfín de referencias a marcas y lugares de moda de los barrios en los que los protagonistas habitan (Silver Lake, Echo Park), una buena cantidad de momentos cringe que serán graciosos o irritantes dependiendo de la tolerancia a la vergüenza ajena por parte del espectador y quedará la idea de que I LOVE LA es un buen comienzo para una serie que todavía tiene que encontrar su mejor tono y ritmo. Es, claramente, más perspicaz, áspera y cool que su vecina NADIE QUIERE ESTO –que transcurre en locaciones similares pero con un grupo humano muy diferente–, pero por ahora se la ve demasiado fascinada con la superficialidad del mundo que retrata como para que se le note el sarcasmo y hasta la irritación. Uno supone, por la forma en la que evoluciona la temporada, que eso vendrá más adelante. Y esa expectativa es lo que da ganas de seguir viéndola.
“I Love LA” se estrenará en HBO y HBO Max el 2 de noviembre a las 23:30 (hora argentina). Los episodios restantes se emitirán semanalmente los domingos.



