
Series: reseña de «Cometierra», de Daniel Burman (Prime Video)
Trasladada de Argentina a México, esta adaptación de la novela de Dolores Reyes se centra en una chica que, al meterse tierra en la boca, tiene visiones de personas desaparecidas. Disponible en Prime Video.
Entre el Conurbano bonaerense y la periferia de la Ciudad de México parecen haber muchas diferencias pero quizás no sean tantas. Hay otros giros idiomáticos, comidas y algunas costumbres, pero hay también muchos lazos comunicantes: vivencias, rutinas, amistades, familias y difíciles situaciones. Mucho antes de la absurda polémica que se generó por alguna escena de sexo que despertó la condena de gente que no tiene nada mejor que hacer con su vida, COMETIERRA ya había hecho ruido en el mundillo literario primero argentino y luego internacional gracias a su original y arriesgada propuesta narrativa pero, más que nada, a su personal, directo y vivencial estilo que su autora, Dolores Reyes, había conseguido imprimirle. Sí, podía ser un libro sobre una mujer que ve gente muerta o desaparecida al comer literalmente tierra que esas personas pisaron pero también era un retrato sobre un universo en tensión, rodeado de violencia (de género, especialmente) y muerte pero también de amistades, sexo, rutinas y experiencias cotidianas que no siempre logran capturarse tan bien ni en la literatura ni en el cine.
Su paso al formato serial, previsiblemente, imponía cambios. Algunos, forzados por el sistema de producción y las dificultades de filmar en Argentina. Es por eso, entre otras razones, que el cada vez más internacional director y productor Daniel Burman trasladó la acción a México (Nota: se rodó bastante también en Uruguay) con un elenco totalmente local y un equipo de guionistas –que incluye a varias novelistas– dispuesto a encontrarle la vuelta a los traslados y adaptaciones necesarias de formato y locación. Y lo que ha quedado –al menos en los tres episodios adelantados a la prensa– es un producto formalmente cuidado y bien narrado que transforma la historia de Aylin (Lilith Curiel) en una mezcla de drama adolescente con thriller sobrenatural, dos aspectos centrales a la novela de Reyes aunque presentados aquí de un modo un tanto más tradicional y propio de las plataformas de streaming.

Son episodios cortos, directos y van al grano. Están, además, llenos de modificaciones respecto al original –inclusive aquella situación «controvertida»–, por lo que no tiene mucho sentido pensarla en comparación al texto de Reyes sino como complemento, hasta difusión. Aquí Aylin (cuyo nombre no se menciona en la novela, narrada en primera persona) descubre su don tras una situación propia de bullying escolar. Es allí que descubre que Ema (Yalitza Aparicio, de ROMA), su maestra de la escuela que ha desaparecido, está en peligro. Se involucrará su hermano Walter (Roberto Aguilar) y un policía llamado Ezequiel (Harold Torres), quien terminará creyendo en sus visiones y seguirá las pistas que ella encuentra y que la serie presenta como una zona brumosa y onírica teñida de color sangre y algunos efectos especiales.
Ese primer «caso» –los que leyeron la novela saben qué sucede allí– marcará los pasos a seguir por la protagonista, que quiere abandonar esa costumbre pero que empieza a ser solicitada como una suerte de detective mezclada con superheroína que puede resolver crímenes mediante ese peculiar mecanismo. En ese sentido la serie pone en juego un presente más tenso y directo, ya que Aylin ayuda en casos que pueden resolverse y moviliza a la policía a actuar. Al moverse en el espinoso terreno de los femicidios (o feminicidios como se le dice en la mayor parte de América Latina), es obvio también que tendrá enemigos y fuerzas que tratarán de impedir que la chica haga lo suyo.
La serie y la novela son bastante diferentes –eso es claro de entrada–, pero ambas mantienen el ojo puesto en la creciente perturbación de la protagonista ante lo que le toca vivir y experimentar, esa densidad que se lleva puesta tras husmear y sentir las experiencias de las personas (en su mayoría mujeres) que pasaron o atraviesan todo tipo de violencias, usualmente a manos de hombres. COMETIERRA está claramente enmarcada en los movimientos feministas de la última época –hay marchas, manifestaciones escolares y se habla del tema–, pero Burman y su equipo de directores (Martín Hodara, Cris Gris) tratan de poner el foco en el drama personal de la protagonista y en lo que ella va absorbiendo del clima social que la atraviesa.

La serie se apoya demasiado en algunas convenciones propias del formato, acumulando canciones de artistas conocidos (de Natalia Lafourcade a Cazzu, pasando por Silvana Estrada, RENEE, Bizarrap y Nicki Nicole, entre muchos otros) en medio de casi cualquier escena como si vender temas de la la banda sonora fuera uno de sus objetivos principales. Perturbar el clima que la serie intenta lograr metiendo un hit tras otro no ayuda demasiado a meterse en las profundidades más densas que propone la trama y COMETIERRA gana cuando la música incidental (de Emiliano González del León y Leo Heiblum) cobra más peso que la canción pop de turno con letra ad hoc. Es un problema relativamente menor, pero la constancia y consistencia de ese recurso lo vuelve un tanto molesto.
Un elenco muy sólido de actores jóvenes ayuda a darle solidez y credibilidad a esta versión de COMETIERRA, una a la que Burman se incorporó mucho antes de su masividad y controversia y que adapta acá experimentando, un poco, en un registro que por momentos tiene algo de realismo mágico urbano mezclado con elementos fantásticos propios del cine de terror. Lejos, muy lejos (en más de un sentido) de EL ABRAZO PARTIDO y ESPERANDO AL MESIAS –y aún hasta de IOSI, EL ESPIA ARREPENTIDO que pese a sus diferencias formales y narrativas tenía todavía varios puntos en común con su cine– esta adaptación de la novela de Reyes encuentra al director y productor argentino cada vez más afirmado en el terreno de la producción de series de distribución internacional. Lo hace contando una historia que puede ser originalmente argentina, pero que habla de un tema que se repite y afecta al mundo entero.




Que triste ver, cada vez más, a buenos directores argentinos abandonando sus carreras en el cine para dedicarse de lleno a estos productos pasajeros de plataformas.