
Series: reseña de «La silla» («The Chair Company»), de Tim Robinson y Zach Kanin (HBO Max)
La vida de un gerente de una empresa se desmorona tras un accidente humillante con una silla, llevándolo a una absurda y paranoica cruzada contra la empresa responsable. «La silla» combina comedia negra y suspenso en una mirada hilarante a la frustración contemporánea.
Ese es el problema hoy en día: la gente hace pura mierda y no hay nadie con quién hablar. No podés quejarte, nadie te pide disculpas. Me dan ganas de arrancarles la cabeza a los gritos.” Hemos escuchado más de una vez ese tipo de comentarios. El clásico tipo molesto, enojado de una forma difusa con «el sistema» (las corporaciones, las compañías, los vecinos, los colegas de trabajo, la vida) que se las tiende a agarrar con furia con casi todo, la mayor parte de las veces con empleados que están del otro lado del teléfono. Ron Trosper es uno de esos tipos. Encarnado por Tim Robinson, un actor que se caracteriza por hacer personajes de este tipo, Ron puede parecer a simple vista una persona amable, tranquila y hasta anodina. Pero adentro está enojado, furioso. Y no sabe bien qué hacer con eso.
En series como I THINK YOU SHOULD LEAVE, en la que su estilo de comedia se expresaba mediante sketches, Tim Robinson patentó ese estilo cómico entre cringe e irritante que no es para todos los gustos. Un poco como sucede con Nathan Fielder –quien en otro estilo provoca también reacciones encontradas–, Robinson ha encontrado un nicho creativo y un mundo propio. Y THE CHAIR COMPANY quizás sea la serie que hasta ahora mejor lo expresa y de manera más abierta y accesible. A partir de las desventuras del quejoso y paranoico Ron, quizás haya encontrado captar algo del fastidioso espíritu contemporáneo.
Ron parece un normie tradicional: es un gerente de mediano nivel en una desarrolladora cuyo nuevo proyecto es la construcción de un shopping mall en Canton, Ohio, la ciudad en la que vive con su amable esposa, su hija adulta y lesbiana que está a punto de casarse y su en apariencia muy educado hijo que está por terminar la secundaria. Se nota, en la escena inicial en la que casi discute con una mesera en un restaurante, que esconde por debajo de la superficie una evidente tensión, pero parece poder controlarla. Está nervioso, admite, por el discurso que tiene que dar para presentar el shopping en cuestión, ambicioso proyecto que lo tendrá como cara visible y vocero.

Todo parece ir bien en la presentación –de hecho, su discurso es recibido con aplausos por todos– hasta que sucede un accidente impensado y, en apariencia, menor. Cuando vuelve a sentarse, la silla en la que se deposita se rompe y el tipo se cae estrepitosamente al piso. Algunas risas entre el público, la inevitable situación de ver la ropa interior de una mujer por entre sus piernas mientras está tirado y la incomodidad y el bochorno atravesado podrían pasar como una anécdota simpática, pero no para Ron, que se enfurece de bronca y odio. ¿Contra quién? Contra la fábrica de sillas que le da título a la serie.
De allí en adelante, nuestro antihéroe se lanzará en una cruzada para «hacer algo» contra la empresa responsable, según él, de haberlo hecho pasar tamaña vergüenza. Pero los operadores telefónicos parecen programas de Inteligencia Artificial, la página web es difusa y el email que dan ahí viene rebotado y el tipo no tiene mejor idea que investigarlos, ver qué hay detrás de esa aparente intrascendente CHAIR COMPANY que tanto lo molesta. Y lo más raro de todo es que todo parece indicar que sí, que la compañía en cuestión es algo que podría poner paranoico a cualquiera.
Esa es la base, el relativamente original punto de partida de esta comedia negra mezclada con serie de suspenso que seguirá las cada vez más absurdas desventuras en las que se meterá Ron en plan detective privado intentando descifrar qué hay detrás de esa compañía que lo corrió por completo de su eje. No solo él los buscará y tratará de adivinar qué esconden sino que también tendrá la sensación de que lo persiguen, que se la tienen jurada por algún motivo que desconoce.

Dentro de ese clima absurdo, el hombre conocerá a otros personajes entre curiosos y desbocados, convivirá en una empresa en la que empiezan a mirarlo cada vez más raro y, a falta de problemas, su estabilidad familiar se alterará por completo, provocándole culpa y frustración. Pero si bien el tipo se promete abandonar su pesquisa para volver a ocuparse de ellos y a su vida normal, algo vuelve a suceder que lo lleva a meterse otra vez en problemas. Hasta que no resuelva su «problema» es claro que no va a tener paz.
LA SILLA se convierte en una serie más episódica de lo que podría haber sido, conectada más con la especialidad de Robinson que son los sketches breves e intensos que con el si se quiere más clásico sistema narrativo de una serie convencional. Así, cada episodio está lleno de encuentros raros, choques con personajes peculiares y descubrimientos entre misteriosos y absurdos. Pero muchos de ellos parecen puestos con el objetivo de hacer reír por sí mismos, como si no importara demasiado cómo conectan con todo lo demás.
Más allá de ese tono por momentos abrumador (es una serie en la que el que no grita o está enojado, putea a repetición), LA SILLA retrata muy bien un tipo de personalidad y espíritu que en una época podía ser marginal pero que hoy es central a la cultura contemporánea: el hombre enojado contra el sistema, la clase de sujeto que hace su «investigación online» y llega a teorías conspirativas tremendas que por lo general lo tienen a él mismo como objetivo. Lo curioso –o irónico– es que aquí su paranoia parece tener cierta base en la realidad. Pero en el fondo, el que está convencido de que el mundo está en contra suyo, siempre lo estará. No habrá manera ni evidencia posible de convencerlo de lo contrario.



