
Viennale 2025: crítica de «Blue Moon», de Richard Linklater
Durante la noche del estreno de «Oklahoma!» en 1943, el letrista Lorenz Hart pasa una larga y etílica velada en Sardi’s enfrentando el final de su sociedad con Richard Rodgers y de su propia carrera. En tiempo real, Richard Linklater convierte esa noche en una despedida melancólica del ingenio, el amor y la gloria perdida. Con Ethan Hawke, Margaret Qualley y Andrew Scott.
Triste, ocurrente y melancólica como muchas de las letras escritas por su protagonista, BLUE MOON es un pequeño y emotivo retrato del final de la carrera y de la vida de un artista. Si bien su nombre acaso no sea hoy tan conocido –de eso, en cierto modo, trata la película–, Lorenz Hart fue el letrista de muchos de los standards del cancionero popular estadounidense junto al músico Richard Rodgers. Esa dupla fue responsable de canciones inolvidables como «My Funny Valentine», «Manhattan», «Here In My Arms», «Dancing on the Ceiling», «Bewitched, Bothered and Bewildered», «This Can’t Be Love«, «Isn’t It Romantic?», «You Are Too Beautiful» y la que le da título al film, la más exitosa de todas ellas, aún cuando Hart no la quería demasiado. Para Hart esas canciones fueron el principio y el fin de toda su obra. Pero no para su socio, que se uniría luego a Oscar Hammerstein II, con quien crearía la dupla más popular y famosa de su carrera compositiva.
En ese exacto punto de giro se desarrolla la historia que Linklater cuenta aquí en tiempo real, a excepción de una primera escena en la que se ve a Hart (Ethan Hawke) borracho, cayéndose en la calle en medio de la lluvia mientras un texto anuncia que, poco después de esa caída, moriría. BLUE MOON se ocupará de lo que sucedió unos meses antes, más precisamente el 31 de marzo de 1943, en medio del estreno en Broadway del musical «Oklahoma!», el primero que Rodgers compone con su nuevo socio tras abandonar –por motivos que luego quedarán claros– al torturado y alcohólico letrista que se retira en medio de la obra, claramente fastidiado con ella.

La película entera transcurrirá en Sardi’s, el bar y restaurante al que Hart va mientras la obra continúa y, como era costumbre en esa época, al que sus responsables concurrirán al terminar para celebrar, esperar la salida de los diarios con las críticas y, de ser buenas las noticias, festejar aún más efusiva y largamente. Pero Hart está ajeno a todo eso –al menos físicamente– y el tipo se acoda en la barra con Eddie, el barman que conoce de toda la vida (Bobby Cannavale), y le pide un whisky. Eddie le recuerda que él mismo le exigió que no le diera más alcohol pero no hay forma de evitarlo: Lorenz quiere, necesita beber y empezarán a circular los alcoholes.
Escrita por Robert Kaplow, el mismo de ME AND ORSON WELLES –claramente la película con más puntos de contacto entre todas las de Linklater–, BLUE MOON consistirá primero en escuchar las parrafadas entre ácidas, irónicas y dolidas de Hart hablándole al propio Eddie, al pianista del bar, a un delivery boy de flores y hasta a un periodista que está sentado cerca, sobre la obra que acaba de ver («ninguna obra que precise un signo de admiración al final puede ser buena«, dirá), sobre su carrera, sobre la música de la época y sobre cómo el estilo más ácido y amargo que él maneja con las letras se va dejando de lado para usar uno más accesible y masivo, algo con lo que a Hart le cuesta lidiar.
Irá «llegando gente al baile», literalmente, y Linklater, de allí en adelante, siempre con el tono pícaro de las comedias de los años ’30 y ’40, dejará que aparezcan de modo más claro algunas zonas más oscuras. Hart –que es homosexual pero también de vez en cuando le gustan las mujeres– estará esperando a Elizabeth Weiland (una extraordinaria Margaret Qualley), una bella alumna y protegida suya a la que adora, y previsiblemente aparecerá el team entusiasta de «Oklahoma!», entre los que obviamente está su antiguo socio Rodgers (Andrew Scott), con el que tiene una relación en apariencia amable pero que se revela como secretamente tensa.

Son esas dos relaciones, en medio de la celebrada recepción del musical –que al día de hoy es uno de los más famosos de la historia de Broadway– las que se irán explorando con el correr de los siguientes minutos en los que uno puede ver cómo la carrera, la confianza y la integridad de Hart se van desinflando en tanto los otros celebran, se van de fiesta y lo van sutilmente dejando de lado, incluyendo a Hammerstein (Simon Delaney), que es respetuoso con él pero no más que eso. Una larga escena entre Hawke y Qualley será el punto culminante de la película, ese momento clave en el que uno puede ver al escritor ir apagándose de a poco al darse cuenta que, en muchos sentidos y para distintas personas, es alguien que pertenece al pasado de sus vidas.
Esa melancólica amargura tiñe una película que, por un buen tiempo al menos, se maneja en un tono de comedia. Pero como las canciones de la dupla –y muchas de la época– esa ligereza de estilo y amabilidad con el oyente/espectador apenas disimulan lo que en realidad son historias tristes o un tanto dolorosas. Como pasa con muchos tangos, lo accesible de la melodía no logra esconder del todo que las letras cuentan historias de amor, pesar, dolor. La performance de Hawke transpira, casi literalmente, eso: hay ingenio verbal, ocurrencias divertidas, juegos de palabras ingeniosos y ácidas críticas disimuladas en simpáticas frases, pero todas ellas destilan una mezcla de tristeza, malicia, dolor y, más que cualquier otra cosa, la sensación de alguien que se va quedando solo mientras la fiesta sigue por otra parte…
Tomando en cuenta el claro sistema de representación que homenajea el mundo del teatro de los ’40 y a las figuras famosas de la fauna de Broadway que circulan por el restaurante (el escritor con el que habla es el futuro autor de Stuart Little, E.B. White; el niño que lo critica es o será Stephen Sondheim), es claro que BLUE MOON dialoga con el otro film de Linklater de este año, NOUVELLE VAGUE. Si bien pueden sonar como mundos muy distintos –la aristocracia del teatro norteamericano y los jóvenes rebeldes del cine francés década y media después–, ambas películas se adentran en el universo creativo, íntimo y personal de un grupo de artistas, universo en el que se mezclan ambiciones, rencillas, deseos y miedos de sus protagonistas. La diferencia es el momento en el que los cruzamos: lo que para los «jóvenes turcos» de la Nueva Ola francesa es todo ilusión y futuro, para Hart es todo pasado. Lo que fue y ya no será.