
Viennale 2025: crítica de «Honey Don’t!», de Ethan Coen
Una detective privada lesbiana investiga el caso de una mujer muerta en circunstancias sospechosas mientras se enamora de una policía local. Con Margaret Qualley, Aubrey Plaza y Chris Evans.
Cuando directores que trabajan usualmente juntos toman caminos separados uno puede detectar varias cosas. En el caso de los hermanos Coen, más allá de discutir sus respectivos talentos, queda claro que Ethan parece ser el más interesado en el lado ligero, atrevido e irrespetuoso de los dos, con sus alocadas comedias criminales que tienen más relación con lo que hacían ambos en su primera época. Si no quedaba del todo claro con DRIVE-AWAY DOLLS, ya no habrá dudas después de HONEY DON’T!, su segundo thriller clase B que lidia con chicas lesbianas en tensas y un poco absurdas situaciones policiales. Se trata, aparentemente, del segundo «episodio» de una trilogía que Ethan quiere hacer con su coguionista (y esposa) Tricia Cooke, así que habrá que ver qué novedades depara el tercer film.
No vi aún las películas hechas por separado de los hermanos Safdie, pero todo hace pensar que los caminos personales de cada uno son similares en cuanto a tipos y tonos de films. Lo cierto es que acá Joel queda –especialmente tras su adaptación de LA TRAGEDIA DE MACBETH— como el serio y profundo de los dos, dejando a Ethan como el más ligado a las versiones pasadas de rosca de thrillers populares. HONEY DON’T! tiene esas características: es una película minúscula, un policial noventoso y un poco retro que se centra en la vida y las desventuras de una detective privada interpretada por Margaret Qualley que combina sus afiladas investigaciones con una vida sexual muy activa.
En una película con más escenas de sexo por minuto que el 90 por ciento del cine norteamericano (hay más de media docena y la película no llega a los 85 minutos), Qualley encarna a la tal Honey O’Donahue, quien se incorpora a la acción cuando se da cuenta que una futura clienta suya aparece muerta con su auto volcado en una ruta cercana a Bakersfield, la ciudad de la zona desértica de California en la que transcurre la historia. Marty (Charlie Day), el policía local, investiga el caso y, como casi todos, quiere invitar a Honey a salir, a lo que ella invariablemente responde «me gustan las chicas». Pero hay un cadáver que, antes vimos, fue vandalizado por otra chica sexy que le robó un anillo. ¿Qué se esconde ahí?

Honey lidia con tres asuntos a la vez. Por un lado, su hermana y su complicada «prole» de hijos, que incluye a una adolescente (Talia Ryder) a la que su novio golpea. Por otro, la investigación en sí, que empieza a conectarla con una bizarra iglesia local liderada por un pastor (Chris Evans) que no hace más que acostarse con sus fieles, y que parece tener alguna operación ligada al tráfico de drogas. Y, por último pero no menos importante, una relación que inicia con MG Falcone (Aubrey Plaza), una agente de la policía local con la que tiene una serie de intensos encuentros sexuales –uno de ellos, en un bar, que es la mejor escena de la película– y con la que parece, por una vez, interesada en involucrarse un poco más seriamente.
En ese cruce de mundos se moverá una película que tendrá varios brutales crímenes, muchos de ellos narrados en tono absurdo, pero que irá intentando ponerse un poco más seria con el correr de los minutos, en especial en lo que respecta a la relación entre Honey y MG. Es por eso que la resolución del breve caso –al que, convengamos, se lo trata de manera bastante ligera por más que lidie con asuntos bastante oscuros– termina siendo bastante decepcionante. De hecho, la película no aspira nunca a ser otra cosa que un pasatiempo ligero y para un público de nicho, un tipo de film que remeda a una época en la que el entretenimiento popular, y los thrillers en particular, tenían un contenido sexual más franco.
Coen no hace mucho con eso, en realidad, más que ponerlo en primer plano. HONEY DON’T! no intenta discutir cuestiones de género ni mucho menos –por más que el tema lo amerite y que de algún modo se hable de los abusos sexuales y religiosos–, sino utilizarlos como trasfondo un tanto controversial para una comedia en la que los diálogos ácidos, las miradas pícaras y cierto tono hot lo recorren todo de principio a fin. Si uno la compara casi con cualquier película de los hermanos, la sentirá como apenas un pasatiempo menor. Y ni siquiera el cinismo que caracteriza a la dupla desaparece del todo aquí. No hay finales del todo felices en el mundo de los hermanos Coen. En eso, poco ha cambiado con la «separación».