Estrenos: crítica de «Depredador: Tierras salvajes» («Predator: Badlands»), de Dan Trachtenberg

Estrenos: crítica de «Depredador: Tierras salvajes» («Predator: Badlands»), de Dan Trachtenberg

por - cine, Críticas, Estrenos
04 Nov, 2025 07:34 | Sin comentarios

Un joven depredador exiliado une fuerzas con una androide averiada para sobrevivir en un planeta letal habitado por bestias y máquinas. Estreno: jueves 6 de noviembre.

Hay algo curiosamente poético en ver películas que consisten, fundamentalmente, en una serie de continuas batallas. Al principio puede resultar excesivo, agotador, pero con el paso de los minutos el tedio va quedando de lado y uno empieza a tener la sensación de estar viendo algún tipo de sangriento ballet experimental, una sinfonía de música, movimientos, colores y sí, peleas, que funciona como una suerte de droga alucinógena, un trip en el que uno entra, se pierde y en el que, de tanto en tanto, se reencuentra.

Ese raro y ocasionalmente inspirador tedio es el que genera –o el que me generó a mí–, DEPREDADOR: TIERRAS SALVAJES, nueva expansión del universo de la saga, una colección de enfrentamientos físicos entre criaturas de distintos orígenes –animal, sintético o mecánico, preferentemente– que tienen lugar en una serie de brumosos escenarios que parecen más salidos de un bizarro cuadro renacentista pintado por la Inteligencia Artificial que a algo que se asemeje a la realidad.

En el medio de todas esas polvorientas batallas –imaginen un MAD MAX mezclado con una kaiju movie en algún planeta indescifrable– hay un hilo conductor que, de a poco, va cobrando cierta relevancia y tiñiendo de cierto humor y raro encanto a lo que sucede. ¿Y qué sucede? Bueno, resumiendo, hay un joven Yautja –el nombre de la raza que todos conocemos como depredadores– llamado Dek (un digitalmente desfigurado Dimitrius Schuster-Koloamatangi) que es considerado débil por su padre y que ve cómo su progenitor mata a su hermano mayor por protegerlo en lugar de liquidarlo, como su cultura indica que hay que hacer con los Yautja que son frágiles.

Esta escena de pura cepa bíblica da comienzo a lo que será una lucha por la supervivencia del tal Dek, que es enviado por los de su clase a un misterioso y peligroso planeta llamado Genna en el que debe tratar no solo de sobrevivir sino de capturar a una mítica bestia conocida como Kalisk, criatura que ningún Yautja pudo antes liquidar. Conseguir ese «trofeo» sería para Dek probar su hombría. Y tras la inicial y descarnada escena mitológica del principio vendrán, ahí sí, una serie de batallas y escapes de parte de Dek, que tiene que lidiar con plantas asesinas, animales peligrosos y otros misterios tratando de ver si encuentra a la criatura en cuestión.

A la que encuentra en realidad es a Elle Fanning, quien encarna a Thia, un androide sintético creado por la célebre corporación Weyland-Yutani (puro lore del universo ALIEN que ya se había cruzado con DEPREDADOR en una saga no demasiado exitosa de películas, además de decenas de cómics, novelas y hasta videojuegos), cuya particularidad es que ha perdido las piernas y ha quedado varada en una rara tierra de nadie. Un poco a disgusto de Dek (cuya característica principal es gruñir con su desproporcionada boca y gigantesca dentadura) se terminan uniendo por intereses en común: ella dice que puede ayudarlo a encontrar al monstruo y él será su «chaperón» en su intento de reencontrarse con sus piernas.

Y así, amigos, seguirán los combates, las peleas y las sorpresas, con personajes que aparecerán en la segunda mitad de la película (inclusive, pedazos de personajes), esperadas y no tan esperadas criaturas, y un sinfín de combates en los que se van incorporando más y más elementos. Y así, TIERRAS SALVAJES se irá transformando en una película sobre esas raras familias sustitutas que aparecen cuando se juntan un monstruo descastado, un cyborg sin piernas y algunas criaturas más cuya existencia y forma no conviene adelantar.

Trachtenberg, que le devolvió la vida a la franquicia gracias a su muy buena precuela DEPREDADOR: LA PRESA, cambia radicalmente de escenario pero mantiene su concentración puesta en el movimiento continuo, en la acción como forma de narración pura. Con su innegable carisma, Fanning le otorga momentos de humor mientras que otros elementos secundarios le dan a la película un carácter un tanto más infantil que la acerca en parte a THE MANDALORIAN, pero en lo esencial la película funciona como una demoledora y continua máquina de destrucción de establecimientos, criaturas y productos en serie hechos por la temible corporación británico-japonesa.

Habrá quien quiera comparar a PREDATOR: BADLANDS con MAD MAX: FURY ROAD, ya que hay una estética relativamente similar y una idea de acción continua que las asemeja. A mí se me hace una comparación un tanto exagerada –George Miller tiene más vuelo, un mejor ritmo narrativo e ideas de puesta en escena y manejo del espacio más creativas–, pero sin dudas esa es la inspiración de Trachtenberg, un cineasta que todavía cree y confía en el poder de las imágenes para contar sus historias. Si no se engolosina demasiado haciendo chocar sus action figures como si fuera un niño pequeño con juguetes nuevos, tenemos acá un gran cineasta en potencia.