
Estrenos online: crítica de «La mano que mece la cuna» («The Hand That Rocks the Cradle»), de Michelle Garza Cervera (Disney+)
Esta remake del film de 1992 sigue a una madre que empieza a sospechar que la joven niñera aparentemente perfecta podría estar ocultando extraños motivos. Con Mary Elizabeth Winstead y Maika Monroe. Desde el 19 de noviembre en Disney+
Por lo general, las remakes de películas que en su momento fueron populares suelen tomar dos caminos en paralelo para evitar comparaciones: modificar la trama lo suficiente como para que no sea obvia (al menos a los que vieron o conocen la original) y hacer todo más grande, más explosivo, más «actual» en cuanto a ritmo e intensidad. La versión 2025 de LA MANO QUE MECE LA CUNA, película de Curtis Hanson que fue un llamativo éxito allá por 1992, respeta la primera de esas «tradiciones» pero le escapa por completo a la segunda. En términos de guión, aún sin cambiar la esencia del conflicto, argumentalmente la remake difiere bastante de la original. Pero en cuanto a puesta en escena, la realizadora mexicana Michelle Garza Cervera (HUESERA) optó por un camino distintivo y personal, ya que su película es, si se compara con la anterior, más calma, enigmática y de baja intensidad
El conflicto central es el mismo: el potencial peligro de dejar a tus hijos con alguien que no conocés del todo bien. En 2025 hoy uno puede chequear, además de referencias, la web y redes sociales (acá mucho no lo hacen), pero aún así toda madre y padre no puede evitar un cierto resquemor respecto a esa situación. Aquí, a diferencia del film original, no tenemos idea al conocer a Polly (la scream queen del momento, Maika Monroe) qué secreto guarda la chica. Nos damos cuenta –en eso la película no es muy sutil– que es bastante gélida, metódica y un tanto extraña, pero se ve que Caitlin (Mary Elizabeth Winstead), quien primero la conoce en su trabajo pro bono ayudando a inquilinos en problemas, luego se la cruza en la calle y hasta pide las famosas referencias, no lo nota a la hora de contratarla para trabajar como nana de su pequeña bebé Josie y de Emma (Mileiah Vega), de diez años.
De entrada Polly trabaja bien, los chicos la quieren y Caitlin y su pareja, Miguel (Raúl Castillo), parecen satisfechos con la elección. De hecho, cuando Polly –cuya dura situación económica Caitlin conoce– le dice que quizás tenga que dejar el trabajo porque vivir en Los Angeles se le ha vuelto muy caro, ella le propone pasar a vivir en una casa de huéspedes que tienen atrás de su bonita casa californiana. Y allí, de a poco, se empezarán a ver sus verdaderas intenciones: coquetea con su marido, también con ella (que tuvo parejas mujeres antes de casarse), genera algunos raros accidentes y empieza a despertar sospechas en Caitlin, que primero piensa que no es buena en lo que hace para luego directamente pensar que trama algo. ¿Será cierto? ¿Cuál sería el motivo y el plan de la chica?

El problema es que Caitlin tiene un historial de problemas psiquiátricos –se medica– y su creciente paranoia empieza a ser vista por su familia más como un tema suyo que de Polly. Y a partir de esa tensión entre lo que es obvio y lo que nadie parece notar se va construyendo un clima de suspenso que Garza Cervera maneja casi sin levantar la voz. Es que salvo esporádicos acontecimientos y anunciados peligros (un cartel de «Pare» que nunca ponen en la calle, es el más obvio), la tensión está más sugerida que puesta en evidencia. Y aún cuando las cosas se pongan violentas, la remake encontrará la manera –no muy efectiva desde lo cinematográfico pero interesante desde lo creativo– de tratar de resolver todo por la vía del diálogo y la comprensión mutua. Pero ni así la sororidad terminará por funcionar, ya que en algún momento las cosas explotarán.
El guión pone el acento en varias temáticas actuales, algunas de las cuáles no figuraban tanto en los ’90. La del intento, hasta último momento, de buscar una mutua comprensión entre dos mujeres «en guerra» es una. La mirada más crítica respecto a esa familia burguesa que actúa una empatía social que no tiene, es otra. Y hay algunas más que tienen que ver con asuntos que no conviene revelar pero que también aparecían, aunque de otro modo, en el film original. Winstead logra ir llevando muy bien a su personaje de algo que se parece a la calma hacia zonas más perturbadas mientras que Monroe trabaja su rol de una manera curiosa, como si fuese una especie de cyborg controlado por IA. En algún momento pensé que la revelación vendría por algún lado así. Pero no, es solamente la manera que el personaje (o la actriz) encontró para disimular, no muy bien, sus verdaderas intenciones.
Más allá de esos reparos, lo que sorprende es la economía narrativa del film. No me refiero a bajo presupuesto –con lo mismo se podría haber hecho un film mucho más violento y sangriento– sino a la sutil manera de ir aumentando la tensión de a poco, con detalles que hasta pueden pasar inadvertidos y llegando hasta cerca del final sin buscar darle al espectador un susto repentino, de esos sobresaltos tan caros al cine de terror. Es que Garza vendrá del género puro y duro, pero en LA MANO QUE MECE LA CUNA prefirió hacer un drama con elementos de suspenso sobre mujeres, familias, maternidad y todos esos traumas y sufrimientos que se llevan en el cuerpo y pasan de generación a generación.



