
Estrenos online: crítica de «La mujer de las sombras» («The Woman in the Yard»), de Jaume Collet-Serra (HBO Max)
Una familia que atraviesa el duelo por la muerte del padre empieza a ser amenazada por la presencia de una enigmática mujer que aparece de la nada y se sienta frente a su casa. Desde el 14 de noviembre por HBO Max.
La expresión «prolífico» se usa quizás en exceso, pero a Jaume Collet-Serra le sienta perfecto. El realizador de origen catalán ya ha filmado doce películas en menos de veinte años, casi todas ellas ligadas a la acción (cuatro tuvieron a Liam Neeson de protagonista) o al terror/suspenso, como LA CASA DE CERA o LA HUERFANA. Tras probar fortuna en dos grandes producciones como JUNGLE CRUISE y BLACK ADAM –ambas protagonizadas por Dwayne Johnson– y el reciente y exitoso thriller de Netflix EQUIPAJE DE MANO, Collet-Serra ha decidido volver a sus inicios y hacer un film de terror pequeño, contenido, que tiene lugar casi en su totalidad en una casa de campo y sus terrenos aledaños.
Un film que bien se podría caracterizar como de terror psicológico en su vertiente post-traumática, LA MUJER DE LAS SOMBRAS tiene más que ver con lo que sucede en la mente de su protagonista que en eso que llamamos realidad. Y esa es la mejor manera de acercarse a un film que puede ser confuso si se lo toma en una perspectiva un tanto más lineal. La protagonista es Ramona (Danielle Deadwyler), una mujer que vive en una granja de Georgia con sus dos hijos: el adolescente Tay (Peyton Jackson) y la pequeña Annie (Estella Kahiha). Ramona tiene una pierna rota y anda con muletas debido a un reciente accidente automovilístico en el que murió su marido y padre de los chicos. Y está claro que no la está pasando nada bien.

Mientras Tay, fastidiado, se ocupa de casi todo en la casa, Ramona no sale de su cama, no ha pagado la luz ni comprado comida (ni para ellos ni para el perro que tiene), por lo que la situación hogareña es terrible. Deprimida, frustrada y por momentos enojada con todo y con todos, Ramona se la pasa antagonizando con su hijo mayor, que se enoja, se frustra y llama la atención todo el tiempo, procesando él también su propio duelo. Todo toma un cariz más inquietante cuando, desde la ventana, ven a una mujer cubierta con un velo negro (Okwui Okpokwasili) que está sentada en medio del jardín delantero de su casa, envuelta en un halo de misterio.
Ramona finalmente se acerca a ella, la mujer parece confundida respecto a qué es lo que hace allí pero pronto ella nota que sus manos están ensangrentadas y que comienza a decirle cosas entre sospechosas y amenazantes. Ramona se meterá dentro de la casa, le mentirá a los chicos respecto a esa amenaza, pero Tay sospechará que hay algo escondido detrás de esa enigmática presencia. Y más cuando el perro deje de ladrar y desaparezca del mapa. No solo eso: la mujer parece acercarse a la casa cada vez más, sin jamás moverse de su silla. Descubrir quién es, qué quiere y qué peligros puede generar esta misteriosa dama será lo que el guión de Sam Stefanek deberá resolver. O, al menos, tratar de interesar al espectador en que lo descubra.
Salvo por algunas pocas escenas en el tramo final del film, LA MUJER DE LAS SOMBRAS no apuesta al terror directo y a los sustos tradicionales sino que se presenta como un relato metafórico acerca de cómo esa familia hace para lidiar con la muerte del padre. Ramona guarda algunos secretos y su estrés postraumático opera de modos llamativos, por lo que el film funciona como a mitad de camino entre el relato de una amenaza concreta –esa figura fantasmagórica y cada vez más peligrosa que se acerca y finalmente entra a la casa– y un viaje a lo profundo de la psique de una mujer que atraviesa una difícil situación personal de larga data que afecta a toda su familia.

En ese sentido –si a uno no le preocupa demasiado que todo encaje con todo–, LA MUJER DE LAS SOMBRAS funciona como un inquietante retrato acerca de la depresión, una especie de test de corte psiquiátrico en el que se construyen personajes como manifestaciones físicas y palpables de ese estado de la mente y lo que puede suceder cuando se descontrola. Desde esa lectura, la película puede llegar a ser oscura –muy oscura–, pero el guión le confiere a esas entidades una cierta credibilidad que disimula lo que, en el fondo, es una batalla por el control de la mente de la protagonista, quizás como modo de hacer más accesible la propuesta. El problema es que la parte más «plausible» y convencional del relato es un tanto fallida y queda muy opacada por la psicológica. De hecho, el mismo y abierto final se puede leer desde esas dos vertientes. De un modo, es relativamente feliz. Del otro, absolutamente siniestro.



